Presenta:

Entre cinco escuelas y una educación rota: crónica de la labor docente en Mendoza

A menudo siento que quienes deberían representarnos y pensar la educación viven en una Mendoza paralela.

Transcurrieron 504 días desde la suspensión y vuelta a la presencialidad total en las aulas de Mendoza Foto: Alf Ponce

Como profesor de historia, mi vida transcurre en el movimiento. Cada semana recorro cinco escuelas diferentes de Mendoza. Cargo en el maletín libros, exámenes por corregir y, sobre todo, cinco realidades sociales distintas. Pero en todas, sin excepción, el diagnóstico es el mismo: la sensación de orfandad.

En mis clases solemos analizar cómo las sociedades entran en crisis cuando sus instituciones dejan de cumplir la función para la que fueron creadas. Hoy, no necesito mirar el pasado para explicarlo; lo vivo cada vez que entro a una sala de profesores. El sistema educativo mendocino está funcionando por pura inercia y por el sacrificio individual de quienes ponemos el cuerpo.

La desconexión con el aula real

A menudo siento que quienes deberían representarnos y pensar la educación viven en una Mendoza paralela. El gremio, que en la teoría debería ser nuestro escudo, se ha convertido para muchos de nosotros en una estructura lejana, casi un eco burocrático que se pierde entre las paredes de sus propias internas. Mientras nosotros lidiamos con la violencia en los entornos escolares, la falta de recursos y la complejidad pedagógica de una post-pandemia que no termina de sanar, la conducción gremial parece hablar un idioma que ya nadie en los pasillos de las escuelas comprende.

No es solo una cuestión salarial —que es urgente—, es una cuestión de sentido. Sentimos que no hay un puente entre el pizarrón y la decisión política.

Reclamar la centralidad

La historia nos enseña que los vacíos siempre se llenan. Si el gremio se replegó sobre sí mismo y dejó de ser el actor propositivo que Mendoza necesita, es lógico y saludable que surjan espacios que busquen devolverle la dignidad al trabajo docente.

No buscamos salvadores, buscamos interlocutores. Queremos que la educación vuelva a ser el eje del desarrollo de la provincia y no un problema administrativo que se intenta "gestionar" con parches.

Mis alumnos de quinto año suelen preguntarme si las cosas pueden cambiar. Como profesor de historia, mi respuesta siempre es que el cambio depende de la capacidad de los actores sociales para organizarse bajo nuevas ideas cuando las viejas estructuras se agotan. Iniciativas como Dignidad Educativa parecen entender que el tiempo de la indiferencia institucional se acabó. Es hora de que la política entre a la escuela, pero no para hacer campaña, sino para devolvernos la herramienta más sagrada que tenemos: la posibilidad de enseñar con dignidad.