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El tic nervioso de una Argentina que se agota: cero pragmatismo y todo emoción

El costo de elegir la emoción sobre el pragmatismo se paga con oportunidades perdidas y proyectos estratégicos que nunca se concretan.

En Argentina vivimos con un tic nervioso. Una ansiedad que no nos deja ver a largo plazo. La prisa por obtener resultados inmediatos define casi cada aspecto de nuestra vida, desde la política hasta la economía. Es un sentimiento que a menudo se disfraza de esperanza o de urgencia, pero que en el fondo, nos impide madurar. Nos gustaría que la realidad se ajuste a nuestras emociones. Pero no es así. El mundo real tiene sus propias reglas y sus propios tiempos, y el choque con nuestra impaciencia resulta costoso.

Esta ansiedad colectiva se ve claramente en nuestro voto emocional. Históricamente se han elegido líderes que prometen un cambio mágico, una solución sin dolor para problemas que llevan décadas. La promesa de la gratificación instantánea nos hace ignorar los planes técnicos o la viabilidad económica de todo lo que se promete. Y cuando las expectativas no se cumplen en un ciclo de cuatro años, la frustración se acumula. Este mismo patrón, que se manifiesta en las urnas, es el que arruina, por ejemplo, proyectos estratégicos para el país.

Vivimos cada debate, cada decisión y cada discusión sobre el rumbo del país con la misma intensidad de un partido de fútbol. Hay un equipo al que se apoya ciegamente y un rival al que se detesta. En este juego, lo único que importa es la emoción de la victoria y la frustración de la derrota. Los aspectos técnicos y el análisis de los procesos quedan de lado. El problema es que, después de la emoción de la victoria, la realidad se impone y ya son décadas viendo los mismos resultados.

Un claro ejemplo de este patrón es lo que sucede con los proyectos de inversión a largo plazo. En mi caso, y por mi desarrollo periodístico, pongo de ejemplo la minería. Por su propia naturaleza, requiere paciencia. No se terminan de comprender las dimensiones, convirtiendo a cualquier desarrollo en una maratón. Sin embargo, acá queremos que se resuelva en los 10 segundos que dura carrera de 100 metros y que, además, todos obtengan una medalla.

Más allá de lo que cada uno pueda pensar, la realidad de Argentina es lo que nos toca vivir y es el mejor ejemplo de que en algo fallamos. Como estamos es resultado de las acciones que hemos tenido. Hemos elegido no ser pragmáticos para apostar por la emocionalidad, como si todo fuera la épica de las series de la televisión. O como esas historias de los deportistas que de manera particular lucharon contra todo, sin una base, para lograr un objetivo (como Colapinto, al que todavía hay muchos que tienen cara para criticar y perdIrle resultados, como si hubiesen estado ahí con él cuando comía fideos en una pava eléctrica).

Es bueno querer ser como esos deportistas, pero porque nunca se rindieron. Sin embargo, no todo tiene que ser épica todo el tiempo, sino que lo bueno y lo correcto en un país que funciona es que existan condiciones para que todos podamos concretar los objetivos que nos proponemos. Condiciones para que todo dependa del esfuerzo que ponemos y no del entorno o las casualidades. Eso, porque muchas veces ponemos todo el esfuerzo, pero esta Argentina ansiosa y emocional nos tira para abajo.

La historia se repite una y otra vez. Dejamos pasar proyectos que requieren paciencia, planificación y priorizar el análisis sobre el impulso emocional. La realidad no se adapta a nuestros deseos si no hay esfuerzo y trabajo de por medio. Y mientras sigamos creyendo lo contrario, seguiremos perdiendo oportunidades de crecimiento en todos los ámbitos.