¿Celebramos con violencia? Cuando la pirotecnia deja de ser fiesta
El estruendo de fin de año reabre un debate incómodo: ¿celebramos la alegría o normalizamos una violencia sonora que afecta la convivencia?
El debate sobre la pirotecnia no es estético ni generacional, es un debate sobre límites, empatía y vida en común.
Archivo.Cada fin de año, millones celebran la paz produciendo estruendo. A la medianoche, la escena se repite con una precisión inquietante: explosiones, detonaciones y cielos iluminados que muchos confunden con alegría. La pirotecnia aparece como un símbolo incuestionable de festejo, aun cuando su impacto negativo es conocido y advertido. La pregunta incómoda es inevitable: ¿estamos celebrando o normalizando una forma de violencia socialmente aceptada?
Ruido, poder y ocupación del espacio
El ruido extremo no es inocente. Funciona como una forma de imposición: quien hace más ruido ocupa el espacio, marca territorio y se impone sobre los demás. No se trata de luces de colores, sino de la lógica del “yo hago lo que quiero” convertida en ritual colectivo. A las doce, no importa quién duerme, quién tiembla o quién sufre: el ruido manda.
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En contextos urbanos densos, el estruendo no une. Invade y excluye. El disfrute de algunos se construye sobre el malestar de otros: bebés que no pueden dormir, personas con trastornos del espectro autista desbordadas por la estimulación sonora, adultos mayores angustiados y animales que entran en pánico. Ese es el costo invisible de una tradición que rara vez se revisa.
Un ritual que perdió su sentido
La pirotecnia nació como un acto simbólico. En la China del siglo XII se utilizaba para ahuyentar espíritus malignos y marcar un momento excepcional dentro del calendario colectivo. El estruendo tenía un propósito: advertir y proteger. Con el tiempo, el enemigo dejó de ser sobrenatural, pero el ruido permaneció.
Hoy el demonio no es invisible: tiene nombre, vive al lado y no eligió participar. El impacto ya no se dirige a espíritus, sino al vecino, al bebé que duerme, al niño con autismo o al animal que se esconde aterrorizado. Lo que fue un rito compartido se transformó en una práctica de imposición sonora, donde la excepción se volvió norma.
La necesidad de hacer visible la alegría
La pirotecnia también cumple una función emocional: convierte una alegría individual en un espectáculo colectivo. El ruido actúa como amplificador de la emoción, como si festejar en silencio no alcanzara. En una cultura que confunde intensidad con felicidad, hacer ruido se vuelve una forma de demostrar que se está celebrando. Cuando la alegría necesita imponerse, deja de ser alegría y se vuelve ruido. El problema aparece cuando esa demostración se transforma en obligación social y no en elección personal.
Convivencia en crisis
El debate sobre la pirotecnia no es estético ni generacional. Es un debate sobre límites, empatía y vida en común. No está en crisis el cielo que se ilumina por unos segundos, sino la convivencia que se resiente cada vez que el festejo se construye ignorando al otro.
Si para celebrar necesitamos imponernos, el problema no es la fiesta: es cómo convivimos.
* Lic. Eduardo Muñoz. Criminólogo. Divulgador en Medios. Análisis criminológico aplicado a temas sociales de actualidad y seguridad.
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