La ciencia detrás de El Eternauta: cómo le dieron realismo a la ficción

El director de "El Eternauta", la serie argentina que continúa siendo furor en el mundo entero, Bruno Stagnaro convocó a dos físicos de la Facultad de Ciencias Exactas para imaginar explicaciones actuales sobre la nieve letal. Campos magnéticos, cinturones de Van Allen y fulguraciones solares, fueron algunos de los temas que discutieron.
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Cuando la nueva adaptación de El Eternauta comenzó a gestarse, su director entendió que no bastaba con actualizar la estética o el ritmo narrativo. Había algo más que quería conservar: la verosimilitud científica que, aunque siempre fue ficción, daba sustento a la nieve mortal que caía sobre Buenos Aires.
Para lograrlo, fue a la fuente más lógica: la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. No solo por rigor, sino también por historia. Héctor Germán Oesterheld, el creador de la historieta, había estudiado geología allí. La historia cerraba en círculo. Y fue así como se sumaron al proyecto los físicos Pablo Mininni (CONICET – UBA) y Gastón Giribet (UBA – New York University).
La ciencia ficción enlazada con ciencia de verdad
“Al principio, el motivo era generar ideas. Hablamos del cinturón de Van Allen, de la inversión de los polos magnéticos y de anomalías magnéticas en distintas partes del planeta”, cuenta Giribet. También se exploraron fulguraciones solares, rayos cósmicos y hasta la posibilidad de que la Tierra estuviera cerca de una supernova. “Me pareció que estaba muy bien logrado ese borde entre la ciencia y la ficción”, resumió el físico a NEXciencia.
La intención era anclar lo imposible en lo plausible. Que la nieve asesina, esa imagen icónica de El Eternauta, pudiera tener hoy una explicación menos extraterrestre y más climática. Según Mininni, “ellos ya tenían la idea de que la nieve no cayera de las naves sino que se debiera a un fenómeno natural asociado al magnetismo de la Tierra”.
Cinturones invisibles, amenazas reales
El cinturón de Van Allen, por ejemplo, es una región con partículas cargadas que rodean a la Tierra. En la serie, se explora la hipótesis de que una alteración del campo magnético podría liberar esas partículas hacia la atmósfera, generando efectos como tormentas solares, apagones o auroras donde nunca deberían estar.
“No es claro que eso provoque una catástrofe climática, pero sí puede interrumpir comunicaciones y erosionar la atmósfera”, explicó Mininni, experto en magnetismo solar y terrestre. De hecho, un detalle sutil de la serie lo insinúa: una aurora boreal sobre Buenos Aires.
Un cielo lleno de peligros
Más allá de los cinturones magnéticos, el equipo también discutió peligros más “naturales” pero igual de catastróficos: el impacto de una fulguración solar, una lluvia de rayos cósmicos o la erosión atmosférica provocada por el viento solar. Estos escenarios, si bien improbables, son posibles. Y lo suficiente como para dar sustento a una historia que exige un pie en la realidad para que el resto vuele.
“Las partículas del viento solar son muy energéticas. No te matan al instante, pero a largo plazo pueden provocar mutaciones o cáncer”, aclaró Mininni. Por eso, se las considera una de las grandes amenazas en los viajes espaciales de largo alcance.
Ciencia, ficción y una Buenos Aires al borde
Stagnaro no buscó literalidad, sino resonancia. “La adaptación no literal es propia de un buen artista”, dijo Giribet. “El miedo en los 50 era la guerra nuclear. Hoy, es el cambio climático, el desastre natural. Está bueno que las hipótesis iniciales sobre la nieve vayan por ese lado”, enfatizó el físico de la New York University.
Mininni coincidió en esto y dijo: “El guión está muy bien hecho. Llevarlo a la época moderna implica pensar cosas que hoy sean más creíbles, como el campo magnético. Después, hay que soltar, y ahí ya no importa si la nieve es radioactiva o no”.
La UBA, otra protagonista silenciosa

Al final, lo más poderoso de esta colaboración no fue la exactitud de los conceptos, sino la búsqueda misma. La ciencia al servicio del arte, y viceversa. Lo dijo el propio Mininni, con humildad científica: “Nuestro aporte fue ínfimo. Pero fue divertido”.
Quizás no sea casual que El Eternauta, con su historia de épica grupal, haya buscado asesoría justo en la misma casa de estudios que forjó a Oesterheld.