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Rocroi: La gloriosa derrota de los tercios españoles

Los tercios fueron la élite de los ejércitos españoles entre los siglos XVI y XVII. Creados por el emperador Carlos de Habsburgo.
Los Tercios fueron una fuerza de infantería voluntaria del ejército español. Foto: Archivo.
Los Tercios fueron una fuerza de infantería voluntaria del ejército español. Foto: Archivo.

Los Tercios fueron una fuerza de infantería voluntaria del ejército español que, con el tiempo, se fue profesionalizando hasta alcanzar una cohesión y eficacia que los convirtió en la tropa más temidas de Europa. La veteranía de estos “viejos soldados” fue la espina dorsal del ejército imperial y su herramienta clave para imponerse en las muchas guerras que azotaron a Europa. Fue Carlos I quien utilizó por primera vez la palabra tercios para designar a las unidades destinadas a defender sus posesiones en Sicilia, Nápoles y Lombardía. Algunos creen que el nombre proviene de esas tres regiones; otros, que se debe a que cada formación estaba compuesta por 3000 soldados.

Uno de sus primeros comandantes de esta fuerza fue el poeta Garcilaso de la Vega. Lo cierto es que, por más de cien años, los Tercios fueron prácticamente imbatibles en escenarios tan diversos como Italia, Túnez, Francia y Saboya, peleando contra turcos, franceses, protestantes alemanes, portugueses y los rebeldes holandeses. El mito de su invencibilidad llegó a su fin el 19 de mayo de 1643, en el marco de la Guerra de los Treinta Años. Ese día, los Tercios debieron claudicar en Rocroi (Francia), superados por las fuerzas de Luis XIII. Sin embargo, fue una derrota honorable, casi gloriosa, que les ganó más fama que todas las victorias que habían tenido y las que habrían de tener, por el  coraje indomable que exhibieron ante la adversidad y que forzó a una honrosa capitulación.

Uno de sus primeros comandantes de esta fuerza fue el poeta Garcilaso de la Vega. Foto: Archivo.

Durante la Guerra de los Treinta Años, las tropas francesas de Luis XIII habían intentado invadir Cataluña. Para aliviar la presión sobre este frente, los Tercios avanzaron hacia Rocroi, una pequeña ciudad en el límite con los Países Bajos (entonces parte de la corona española). Francisco de Melo (1597-1651), noble portugués al servicio de Felipe IV de España, lanzó sus fuerzas sobre la pequeña ciudad precipitadamente, creyendo que sería una conquista sencilla. Tal fue su falta de previsión que los zapadores ni siquiera llevaban suficientes picos y palas para sitiar la ciudad amurallada.

El duque de Enghien –quien entonces tenía 22 años, luego conocido como Luis II de Borbón, el Gran Conde– marchó al mando de ejército francés, 17.000 infantes y 6.000 jinetes hacia Rocroi. Los españoles igualaban en número. Avistados los franceses, los Tercios se situaron a la vanguardia de las fuerzas hispanas. Por dos días, ambos ejércitos  se contemplaron a la distancia. Un desertor reveló a Enghien que los Tercios esperaban refuerzos, razón por la cual los franceses decidieron atacar inmediatamente. 

Enghien usó su caballería para hacer un movimiento envolvente. A pesar de un mal comienzo, los franceses lograron aislar a los Tercios, que formaron un rectángulo defensivo. A su alrededor, se acumulaban cientos de cadáveres, formando lo que los franceses llamaron “un muro de carne” y una fortaleza de lanzas, mostrando la determinación de estas tropas fogueadas en mil combates.

Durante la Guerra de los Treinta Años, las tropas francesas de Luis XIII habían intentado invadir Cataluña. Foto: Archivo.

Gracias a esta feroz resistencia, y ante la noticia que los refuerzos españoles estaban a millas de distancia, Enghien –ya recuperado de una herida recibida en combate– decidió ofrecer una capitulación honrosa a los Tercios, a los que ofreció una generosa capitulación, a fin de que los franceses no se encontrasen comprometidos en dos frentes. Lo que muchos historiadores franceses calificaron como una victoria contundente fue un éxito gracias a la metódica  gala que exaltó esta capitulación como una victoria, amarga victoria al fin. Las concesiones otorgadas a los Tercios fueron más que generosas.

El joven duque tuvo que decidir rápidamente ante la inminente llegada de los refuerzos españoles y la resistencia inaudita de los Tercios. Lo de la victoria francesa es muy discutible porque tuvieron más bajas que los españoles. “Cuentes los muertos”, dijo uno de los testigos de la batalla ante la pregunta de quién había ganado. Pero en la Historia, muchas veces, las victorias y las derrotas dependen de quién escribe el relato. Basta señalar que un año más tarde, en Tuttlingen, y después en Honnecourt, los españoles se impusieron, haciendo temblar a los parisinos que veían su ciudad amenazada  por los españoles.

Las victorias de los Tercios en la batalla de las Dunas (1659) o la batalla de Villaviciosa (1710) son otros ejemplos de la superioridad de estas tropas, inmortalizadas en cuadros épicos como “Las Lanzas” de Velázquez. Esta obra simboliza, por un lado, la caballerosidad española, al no aceptar el general Spínola la espada del vencido príncipe de Nassau, mientras detrás se alzan las lanzas de los Tercios. Estos  veteranos de cien batallas, como todas las tropas de su época, también rapiñaban  ciudades vencidas, como lo hicieron en Amberes en 1576. Episodios como este  alimentarían la llamada Leyenda Negra española, fenómeno que no fue exclusivo de este imperio, ya que desde siempre la depredación y el saqueo han sido prerrogativas del vencedor.

El joven duque tuvo que decidir rápidamente ante la inminente llegada de los refuerzos españoles. Foto: Archivo.

La  historia de los tercios ha inspirado novelas como las de Calderón de la Barca, Eduardo Marquina, Enrique Martínez Ruiz y, especialmente, de Arturo Pérez-Reverte, con su saga del capitán Alatriste, llevada al cine bajo la dirección de Agustín Díaz Yañez. Para concluir esta evocación, vale recordar una de los versos dedicadas a estos soldados famosos por su bravura y lealtad a la corona, escrito por Diego Hernando de Acuña, capitán de los Tercios en Flandes:

“Por España y el que quiera defenderla, honrado muera. 

Y el que traidor la abandone, no tenga quien le perdone,

ni en tierra santa cobijo, ni una cruz en sus despojos,

ni las manos de un buen hijo  para cerrarle los ojos.”

Omar López Mato.

* Omar López Mato, es un médico oftalmólogo e historiador argentino.