Guía y refugio: las escuelas del barrio Cano resisten con educación y compromiso

En pleno corazón del barrio Cano, el colegio Osvaldo Borghi se impone con su estructura firme, pero lo que realmente lo distingue no se ve desde afuera. Al cruzar sus puertas, se puede adentrar en la convivencia de una propuesta educativa inédita en Mendoza, un compromiso inquebrantable con la comunidad, educación de calidad y una batalla constante contra el olvido, la inseguridad y el desarraigo en uno de los sectores más golpeados del oeste de la Ciudad de Mendoza.
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Fundado en 1989, el Borghi no nació en el barrio. Recién en el año 2000 se instaló en un terreno que había sido donado gracias a la gestión de una preceptora. "Era la lavandería del barrio, donde las mujeres venían a lavar la ropa. No había lavarropas todavía", recordó Flavia Lucero, directora actual, mientras recorre los pasillos del establecimiento.
Hoy, el colegio ocupa casi una manzana entera. Pero no toda le pertenece ya que comparte el espacio con el tanque de agua del consorcio del barrio, lo cual suma tensiones y conflictos administrativos. “Nos llevamos bien con el consorcio, pero es muy difícil la comunicación. Si se inunda el predio o hay una pérdida, nadie se hace cargo porque están todos peleados”, resumió Flavia Lucero, directora de la institución.
La escuela como refugio y motor social

A pesar de todo eso, lo que realmente hace del Borghi una escuela distinta no es solo su historia, sino su presente: cuenta con dos orientaciones, una en Economía y Gestión y otra, mucho menos frecuente, en Lenguas. “Solo tres escuelas en toda Mendoza tienen esta orientación. Acá los chicos aprenden inglés, francés, portugués, lengua de señas, literatura y cine”, detalló con orgullo la directora. Además, los alumnos asisten en contraturno a talleres culturales y prácticas de lectura y oralidad.
Aunque su propuesta educativa es inédita y atractiva, el colegio busca hoy volver a consolidar el sentido de "escuela barrial" y utilizar la educación pública como motor de cambio. Sin embargo, es un objetivo complejo en un entorno que no siempre acompaña y un barrio donde los vínculos se cortan fácilmente.
Una comunidad fragmentada y en disputa
El barrio Cano nació con un plan ambicioso de vivienda colectiva, pero con el tiempo acumuló desencuentros, desplazamientos y conflictos sin resolver. Hoy, la mayoría de los residentes del barrio son inquilinos y el recambio de familias es constante, lo cual dificulta generar un sentido de pertenencia en esa búsqueda de la institución por ser una escuela barrial . “Los chicos están dos o tres años y se van. O llegan a mitad de la secundaria. Cuesta muchísimo construir lazos con esa rotación”, dijo Lucero.
Otro de los puntos que genera inestabilidad dentro de la comuna es que el consorcio que administra el barrio, ante la incapacidad de autogestionarse por disputas internas, delegó su administración a un estudio jurídico privado. “Propietarios contra inquilinos, viejos contra jóvenes, radicales contra peronistas… cualquier diferencia se convierte en una grieta. Hubo hasta intentos de ‘golpes institucionales’ dentro del consorcio”, contó una vecina del barrio entre la ironía y la resignación.
Incluso espacios que fueron símbolo de identidad barrial, como la feria popular que antes animaba el barrio, llamada "Feria Ameri-Cano", lamentablemente fue desactivada por disputas vecinales.
La sombra de la inseguridad
Como si las disputas internas no fueran suficientes, la inseguridad se convirtió en otro actor omnipresente. Durante la pandemia, el colegio fue vandalizado cinco veces y en lo que va del 2025 ya han sufrido cuatro robos: se llevaron ventiladores, sillas, reflectores. “Tenemos serenos casi todo el día, incluso los fines de semana. Pero igual entran”, aseguró la directora.
El entorno también preocupa. Las rutas que los estudiantes recorren para llegar al colegio: la bajada del puente del barrio San Martín, la parada del micro en el Lagomaggiore y los accesos desde los barrios cercanos se han convertido en zonas de riesgo. “Les roban mochilas, celulares. Hace apenas algunos días atrás, una nena vino llorando porque le sacaron la compu de camino al colegio. Llegó llorando a la escuela”, relató la directora de la institución.
Dos escuelas, una misma lucha
El otro refugio que tiene los chicos del Cano es la escuela República de Chile. La institución fundada en 1929 como Andrés Ferreira, se trasladó al barrio Cano en 1942, donde tomó su nombre actual. Desde sus inicios, el colegio trascendió el rol meramente educativo: ofrecía cursos para adultos, copa de leche, comedor escolar y talleres, convirtiéndose en un espacio integrador y de formación ciudadana. Su historia refleja el espíritu de la educación pública argentina, con un fuerte compromiso social y comunitario.
A lo largo del tiempo, esta institución se destacó por ser pionera en incorporar jardín de infantes, calefacción escolar y trabajar en estrecha colaboración con las familias. A lo largo de los años consolidó su rol como un espacio de contención, aprendizaje y encuentro encarnando esos valores mediante una educación inclusiva y transformadora.
Hoy, con más de 95 años de historia, la institución enfrenta nuevos desafíos vinculados a la realidad social del barrio: pobreza, precariedad y contextos familiares complejos. A pesar de ello, sigue siendo un bastión educativo y emocional en la comunidad. Su misión no ha cambiado: brindar no solo conocimientos, sino contención, alimento y sentido de pertenencia a generaciones de estudiantes.
Faros en medio de la adversidad
En el barrio Cano, las escuelas Borghi y República de Chile no solo enseñan contenidos. Enseñan a resistir. Son espacios que abrazan cuando todo alrededor parece fragmentado. Que insisten en formar comunidad cuando las redes sociales no alcanzan. Que iluminan cuando la inseguridad oscurece las calles.
Ambas instituciones, desde su rol educativo y social, son mucho más que escuelas: son refugios con capacidad transformadora incluso en contextos difíciles. Pero también son un llamado de atención: no pueden hacerlo solas. Necesitan políticas sostenidas, presencia estatal, participación vecinal. Porque sin comunidad no hay escuela que aguante. Y sin escuela, no hay barrio que renazca.
Quizá no puedan resolver los conflictos estructurales del barrio, pero sí están construyendo, desde hace décadas, un espacio de pertenencia y de comunidad. En tiempos de fragmentación, su existencia es un acto de resistencia.