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El personalismo en la Iglesia: un desafío que requiere humildad, sinodalidad y un testimonio auténtico de Cristo

El personalismo es una tendencia filosófica que se focaliza en la persona como centro de reflexión, desde su individualidad, subjetividad, personalidad y sus relaciones interpersonales.
El testimonio de Juan el Bautista: un modelo de humildad para los líderes eclesiales. Foto: Archivo.
El testimonio de Juan el Bautista: un modelo de humildad para los líderes eclesiales. Foto: Archivo.

La vida de la Iglesia, fundamentada en el Evangelio y en la comunión entre sus miembros, atraviesa en ocasiones dificultades relacionadas con formas de liderazgo que, si no son repensadas, pueden derivar en un personalismo que socava su misión y sumisión. El fenómeno del personalismo, entendido como la tendencia a poner en primer plano la figura del líder por encima de la comunidad, la comunión eclesial y, en última instancia, de Cristo mismo, representa un desafío profundo para la Iglesia en el siglo XXI.

Este fenómeno puede analizarse desde distintas dimensiones, pero especialmente resulta útil recordar las reflexiones del sociólogo Max Weber, quien en su análisis del liderazgo y de las formas de autoridad describe cómo el personalismo, cuando no está regulado por estructuras institucionales sólidas, puede derivar en autoritarismo, dependencia excesiva y una pérdida del espíritu sinodal, diríamos como católicos, que debe caracterizar a la comunidad cristiana.

Weber y el personalismo carismático: liderazgo y riesgos

Max Weber definía al liderazgo carismático como aquel basado en la percepción de cualidades excepcionales en una persona, que despiertan en sus seguidores una fe y devoción profundas. En palabras del sociólogo: "El líder carismático no se fundamenta en reglas o en una estructura establecida, sino en la percepción de sus cualidades excepcionales". Este tipo de autoridad, visto desde la óptica de Weber, puede tener un impacto positivo en tiempos de crisis o de grandes transformaciones sociales, pero también lleva en su seno el riesgo de convertirse en un personalismo descontrolado que desvaloriza las instituciones y fomenta dependencias peligrosas.

La vida de la Iglesia,, atraviesa en ocasiones dificultades relacionadas con formas de liderazgo. Foto: Archivo.

En la Iglesia, esta dinámica puede influir en la formación de líderes que, en su deseo de acompañar y guiar, terminan por poner su figura en el centro de la comunidad, en detrimento de la participación de los laicos y de la colegialidad que debe caracterizar al cuerpo episcopal. Esto puede derivar en liderazgos autoritarios, clericalismo y, en algunos casos, en prácticas que cercenan el discernimiento comunitario y la corresponsabilidad.

La sinodalidad como antídoto contra el personalismo

La presencia de un liderazgo personalista tiende a crear ambientes donde las decisiones se concentran en unas pocas figuras, o en una sola, limitando la participación activa de la comunidad. El peligro más grande que surge de esta tendencia es la pérdida del sentido de Iglesia como Pueblo de Dios en camino, en la que todos tienen su papel y don en la misión evangelizadora. Cuando se privilegia la figura del líder y la dependencia personal, se corre el riesgo de convertir la comunidad en una suma de seguidores en lugar de un cuerpo unido en la misión.

Como enseñaba el papa Francisco, "La autoridad en la Iglesia no es una autoridad de poder, sino una autoridad de servicio". La verdadera autoridad en la Iglesia, destacaba el Papa, deriva del servicio humilde y del ejemplo evangélico, no de una autoridad basada en la exaltación personal o en la imposición. La sinodalidad, entonces, se presenta como una vía concreta para evitar el personalismo que en ocasiones desgasta o distorsiona la misión. 

Frente a los riesgos del personalismo, la Iglesia, impulsada por el papa Francisco, está llamada a fortalecer su carácter sinodal. La sinodalidad, entendida como el "caminar juntos" del Pueblo de Dios, implica un proceso de escucha mutua, de diálogo abierto y de discernimiento comunitario en el que todos los miembros de la Iglesia, desde el Papa hasta el último bautizado, participan activamente en la misión evangelizadora.

La sinodalidad como antídoto contra el personalismo. Foto: Archivo.

El testimonio de Juan el Bautista: un modelo de humildad para los líderes eclesiales

En este contexto, resulta iluminador recordar el testimonio de Juan el Bautista, el precursor de Jesús. Juan, consciente de su papel como anunciador del Mesías, no dudó en afirmar: "Es necesario que él crezca, pero que yo disminuya" (Juan 3:30). Estas palabras, pronunciadas con humildad y sinceridad, ofrecen un modelo inspirador para todos los líderes eclesiales. El verdadero líder cristiano, como Juan el Bautista, no busca el protagonismo ni la gloria personal, sino que se esfuerza por mostrar a Cristo y por conducir a los demás hacia un encuentro personal con Él.

El desafío del personalismo exige, por tanto, una conversión profunda en la mentalidad y en las prácticas de los líderes eclesiales. Es necesario cultivar la humildad, promover la sinodalidad y priorizar el servicio a la comunidad por encima de la autoafirmación personal. Solo así la Iglesia podrá superar este obstáculo y cumplir fielmente su misión de anunciar el Evangelio y de ser signo e instrumento de la salvación de Dios para todos los hombres.

¿Cuál es el camino de la Iglesia Católica para este segundo cuarto de milenio?, sin dudas, el camino de la sinodalidad. La Iglesia será sinodal o no será. 

* Mg. Juan Manuel Ribeiro, especialista en educación.