El Cano: la historia olvidada detrás de un proyecto revolucionario

A dos años de cumplir nueve décadas, el Cano recuerda cuando fue un barrio adelantado a su tiempo. Hoy el paso de los años lo ha llevado a la lucha por no quedarse atrás. A mediados de los años treinta, Mendoza fue sede de una utopía urbana. Impulsado por el gobernador Guillermo Cano, un proyecto de viviendas colectivas cambió para siempre el concepto de barrio obrero.
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Pensado para dar dignidad y estabilidad a empleados públicos y trabajadores, el actual barrio Cano surgió como un pequeño pueblo autosuficiente, con departamentos modernos, calefacción central, agua caliente, espacios verdes, escuelas y hasta un salón de fiestas. Era una idea vanguardista en una provincia que recién empezaba a soñar con el urbanismo social.
La construcción se apoyó en los principios del racionalismo arquitectónico, con bloques antisísmicos, espacios comunes y un enfoque comunitario. De los 727 departamentos proyectados, se construyeron 576, asignados a familias numerosas de bajos recursos. Fue una obra pionera que anticipó por décadas los planes de vivienda estatal en Argentina. La piedra fundacional se colocó el 20 de junio de 1937, pero la historia del barrio estaba lejos de haber comenzado realmente.
El 18 de marzo de 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, un grupo de exmarinos alemanes llegó a Mendoza como internados civiles tras el hundimiento del acorazado Admiral Graf Spee. Vivieron durante años en el flamante conjunto habitacional, integrándose lentamente al barrio. Algunos se casaron, otros montaron talleres y varios jamás regresaron a Europa.

Así, una comunidad pensada para obreros argentinos terminó albergando también a sobrevivientes de uno de los conflictos más sangrientos de la historia.
Una actualidad entre el esfuerzo, la inseguridad y la falta de un sentido de comunidad
Hoy, casi 90 años después, el Cano se sostiene gracias a instituciones como su club homónimo, fundado hace más de 70 años y revivido por gente comprometida. Allí se practican varios deportes y preserva un sentimiento de comunidad cada vez más difícil de sostener. “En verano el club es un oasis, un refugio”, resume Rodrigo Hinojosa, su presidente. Sin embargo, el club también ha tenido que reforzar sus medidas de seguridad por los reiterados robos. La necesidad de cerrar el paredón este del predio es una muestra del contexto que se vive.
Otro de los sostenes del barrio es uno de sus pilares educativos, el colegio Dr. Osvaldo Borghi. Levantado sobre lo que antes fue una lavandería comunal, el establecimiento convive con problemas estructurales, disputas por los espacios compartidos y una creciente inseguridad. Durante la pandemia fue vandalizado varias veces, y en lo que va del año ya sufrieron cuatro robos. Las zonas aledañas, como el puente del barrio San Martín o la parada del Hospital Lagomaggiore, son focos de delitos constantes, especialmente para los estudiantes que caminan hasta la escuela.
Lo que cuentan las calles
Lo que alguna vez fue un modelo de planificación urbana hoy vive un presente fragmentado. La mayoría de los habitantes son inquilinos y el recambio constante impide consolidar identidad barrial. La feria vecinal, que le daba vida al corazón del Cano, desapareció por peleas internas. Las diferencias políticas, generacionales y de intereses atraviesan al consorcio, gestionado hoy por un estudio jurídico ante la imposibilidad de los vecinos de autoadministrarse. Se han dado incluso “golpes vecinales” por el manejo de los espacios comunes, comentaron los vecinos a MDZ.
Caminar por el barrio es enfrentarse a un contraste permanente. Desde Boulogne Sur Mer hacia la plaza, el paisaje es amable: árboles altos, senderos limpios, un aire aún hospitalario. Pero al internarse dentro de sus calles, el deterioro se hace evidente. Monoblocks con partes en ruinas, en las partes bajas yacen improvisadas ampliaciones precarias y un tono gris que tiñe paredes y ánimos.
Hoy la imagen es la un barrio detenido en el tiempo, como si hubiese sufrido una guerra o una tragedia natural. Un "día después" que se repite todos los días.
El barrio Cano fue una gran idea. Un sueño colectivo que combinó política, diseño y justicia social. Pero los sueños, para sostenerse, también necesitan cuidado y participación. Reflexionar sobre su presente es una manera de no resignarse a que ese faro de urbanismo solidario termine apagándose. Porque en sus veredas, aunque agrietadas, aún caminan personas que representan aquella memoria de una Mendoza que se atrevió a imaginar un futuro mejor.