Los límites en la adopción de niños grandes

Una vez escuché una frase que decía “los hijos accionan según nuestro comportamiento” y creo que es así. Cuando nuestro hijo llega a casa, llega cargando una pesada mochila de dolor y trauma, llega herido a un mundo en el que todos los códigos le son generalmente extraños; llega aterrado con la idea de un próximo abandono. Por eso, lo primero que tenemos que tener en cuenta es que los límites taxativos, las órdenes imperativas, los “no” rotundos, lo único que hacen es elevar en la cabeza de nuestro hijo el volumen del trauma. Y constataremos que en un abrir y cerrar de ojos se desata la tormenta. Ya no habrá espacio para la comprensión ni para el entendimiento o el aprendizaje.
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Los límites tienen que partir de un estado anímico de paz y tranquilidad
Deben expresarse en el tono emocional conveniente y con palabras que puedan ser aceptadas por nuestros hijos; para que justamente sean en todo distintos, en su enfoque y verbalización, a aquellos límites de allá y entonces que probablemente obedecían más al interés del adulto que al bien del niño. Este tono emocional tiene que ser otra gran diferencia respecto de los límites impuestos en su familia de origen. Les tiene que quedar claro a nuestros hijos que el límite es una forma de cuidado, de búsqueda de bien para ellos mismos, de corrección para reenfocarse hacia el único objetivo que es educar para la felicidad verdadera.
Pero para poder poner límites a nuestros hijos es importantísimo conocernos a nosotros mismos. Conocer nuestras emociones, reconocerlas y discernirlas. Es muy importante tomarnos el tiempo para reconocer lo que nos pasa con lo que le pasa a nuestro hijo; poder reflexionar con toda honestidad qué es lo que mi hijo necesita y qué es lo que yo necesito. Así, aprendemos a combatir nuestros impulsos para poner la razón al servicio del fin que pretendemos, el bien de nuestro hijo. ¡Este ejercicio nos enseña tanto a tener paciencia! Y al final de día nos vamos dando cuenta de que también nuestros hijos nos van educando y amansando.
A veces un límite se expresa retirándose de la escena
Frases como “en esta familia no nos tratamos así y vos sos parte de esta familia” da muchísimo mejores resultados que decir “a mí no me hablás así”. Un recurso que muchas veces ayuda es el wapp. Nuestros hijos, a veces, están tan lastimados que no pueden sostener el momento de ser corregidos presencialmente. En cambio, partiendo de lo positivo, mandar un mensaje que le permita a nuestro hijo empezar a poder ver las cosas desde otro punto de vista, empezar a poder ponerse en los zapatos del otro y salirse de la interpretación teñida por su herida y su trauma, ayuda a que nuestros hijos puedan recibir el mensaje y reflexionar sin sentirse expuestos.
Es importante también evitar frases como “la próxima vez que… a partir de ahora…” sino trabajar la consideración positiva incondicional; nuestro hijo no “hizo eso” porque es malo, egoísta o mal educado sino que fue porque se asustó, se sintió atacado o amenazado. Consideración positiva incondicional y trabajar sobre las percepciones distorsionadas de nuestros hijos para que poco a poco puedan dejar de sentirse amenazados donde no hay amenaza objetiva. De esta manera, iremos poniendo límites, sabiendo que tendremos que insistir e insistir, una y otra vez, hasta que de a poco nuestro hijo vaya incorporando el aprendizaje y empezando a poder ver las cosas desde otro punto de vista; irá ampliando la mirada y generando los cambios esperados y deseados.
Reconociendo nuestros miedos es que podremos poner límites desde el amor
Los miedos agazapados nos traicionan, el miedo a que todo se nos vaya de las manos, el miedo a que nuestro hijo no cambie tal o cual actitud, el miedo a las consecuencias que podrían venir si esto o aquello… muchos son los miedos que tenemos los padres y más aún los padres adoptivos de niños grandes. La realidad es que dejarnos guiar por los miedos nunca nos lleva a buen puerto. Es necesario reconocerlos, discernirlos, soltarlos y abandonarlos para poder mirar las situaciones y a nuestros hijos desde la confianza y el amor. Y esto cambia todo el paradigma. Hay que soltar cierto control y confiar sin soltar a nuestro hijo.
A mí personalmente me ayudó siempre y sigue ayudando tomarme el tiempo que necesito. Frente a una situación, dejar que surjan en mí las emociones, reconocerlas, descubrir de dónde vienen, tomar conciencia de las necesidades mías que se activan y reflexionar. A veces, en ciertas situaciones más difíciles, lleva unos días recorrer el camino para recuperar la calma y llegar a la conclusión de lo que le tengo que decir a mi hijo y cómo, por su bien, por su mayor felicidad. Y en el camino también nos daremos cuenta de que lo que inicialmente hubiera sido un límite antipático que genera rechazo termina siendo un pedido que es bien recibido y aceptado.
No se asusten queridos padres adoptivos, no tengan miedo de perder la autoridad
No la van a perder si conservan la seguridad interior y el autodominio, si tienen conciencia de cómo su lenguaje, inclusive el corporal, sus modos y comportamientos afectan a sus hijos; si se hacen cargo. Siempre sean humildes y pidan perdón después de un exabrupto o cuando se hayan equivocado, tengan el corazón grande y apuesten por la sencillez, la verdad y la coherencia. No tengan miedo, que la autoridad se gana con humildad y cariño. Los abrazo de todo corazón.
* Cristina Ma. Goldaracena. Madre Adoptiva. Counselor en adopción y acompañamiento familiar.