El reloj que se negó a parar: la joya histórica de la ex Casa König aún marca el tiempo en Mendoza
El histórico reloj de la ex Casa König continúa latiendo gracias al trabajo artesanal de Daniel “Cacho” Gutiérrez y su equipo. Una historia que mezcla pasado, tecnología y pasión por lo que dura.
Cuando parecía condenado al olvido, un viejo emblema del centro mendocino volvió a marcar las horas. El reloj de la ex Casa König, instalado en el edificio de avenida San Martín 1212, fue restaurado por segunda vez por el maestro relojero Daniel “Cacho” Gutiérrez, quien dedicó su trabajo artesanal para mantener en funcionamiento esta pieza de la historia mendocina. No es un reloj más: es una verdadera joya inglesa de 1920 con dos enormes cuadrantes de 90 centímetros, uno de los pocos en Mendoza que aún funciona con su mecanismo original actualizado, visible desde ambas veredas del centro.
Este reloj no sólo mide el tiempo: lo cuenta. En sus agujas gira la historia de una ciudad y de una familia que marcó una época. Fundada en 1873 por José König, la joyería y relojería homónima fue sinónimo de elegancia, precisión y modernidad. En su versión definitiva, el edificio que la albergó fue proyectado en 1926 por los ingenieros Enrique del Castillo y Lucio V. Ordóñez, con detalles arquitectónicos de lujo: mármol ónix traído desde La Toma, en San Luis, y madera de roble inglés.
Alicia Elena König, nieta del fundador, recuerda que el reloj fue instalado en los años ’20 en la sede original de la firma. “La máquina estaba a nivel del suelo, y con impulsos eléctricos movía las agujas”, relató alguna vez. Fue, durante décadas, el punto de referencia para quienes no llevaban reloj de bolsillo o pulsera.
Una restauración artesanal en tiempos digitales
Cacho Gutiérrez, un hombre que lleva los engranajes en la sangre, explicó a MDZ lo realizado en esta última restauración. “Lo que hicimos fue un mantenimiento completo: cambiamos la placa madre, revisamos el mecanismo interno, y actualizamos la batería que garantiza que funcione hasta 12 horas si se corta la luz”, contó Gutiérrez. Su trabajo, casi de orfebrería, mantiene viva una tradición que parece ir quedando en el olvido.
El nuevo mecanismo funciona con un reloj patrón que envía impulsos cada 30 segundos o un minuto. ¿El margen de error? De apenas 30 segundos… al año. Y si se corta la luz, una batería interna lo mantiene andando durante 12 horas. Como quien tiene autonomía para seguir, al menos por un rato, aunque todo a su alrededor se detenga.

En un mundo donde todo corre y se descarta, la restauración de este reloj es una pequeña victoria del tiempo que no quiere irse del todo. Es también una oda al trabajo artesanal, a los oficios que sobreviven, a la belleza de lo duradero. Porque hay relojes que no solo miden segundos: también nos recuerdan quiénes somos.
El arte de hacer hablar al tiempo con engranajes y precisión parece un lenguaje en extinción, pero gracias a artesanos como Gutiérrez, aún hay piezas que siguen marcando no solo la hora, sino también una historia.

Y es que, en un mundo acelerado, algunos relojes todavía nos enseñan que vale la pena detenerse... aunque sea para mirar hacia arriba.

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