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La sangrienta guerra que enfrentó a "hermanos" y tiñó de sangre el país

La batalla de Santa Rosa fue una de las más sangrientas que se recuerde dentro de la guerra civil que hubo en Argentina. Cómo impactó en Mendoza y la región.
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La guerra civil criolla entre unitarios y federales se había recrudecido en Buenos Aires tomando una dimensión escalofriante tras el fusilamiento del gobernador Dorrego (13 de diciembre de 1828) por orden de Lavalle. En tanto, la provincia de Córdoba se convertía en otro escenario extremadamente virulento. Así fue como en “la docta”, el unitario general José María “el manco” Paz sumaba tres triunfos sobre los federales del gobernador Juan Bautista Bustos y las tropas del riojano Facundo Quiroga, quien concurrió en ayuda del cordobés, durante las batallas de San Roque (22 de abril de 1829), La Tablada (22 y 23 de junio de 1829) y Oncativo (25 de febrero de 1830).

Algunas crónicas de la época determinaron que estas sangrientas batallas arrojaron un saldo de casi mil doscientos muertos en las filas federales, más centenas de prisioneros (entre ellos el mendocino Félix Aldao) y el fusilamiento de muchos oficiales de ambos sectores involucrados.

Tras la derrota en Oncativo, Facundo Quiroga decidió retirarse a Buenos Aires, alejándose de la contienda. Pero a finales de 1830, enterado de la violencia y humillación que su familia sufrió en La Rioja por orden de Lamadrid (aliado del “manco” Paz), depuso su actitud y volvió al ruedo bélico. Fue famosa la anécdota de la madre de Quiroga, doña Juana Rosa Argañaraz, barriendo la plaza principal de La Rioja, engrillada en sus tobillos y siendo salivada por una guarnición de soldados unitarios. En tanto, la esposa e hijos de Quiroga se exiliaron en Chile y todos sus bienes familiares fueron confiscados. Era predecible que la reacción de Facundo no se haría esperar.  

En Argentina se derramó mucha sangre propia. 

La patria prendida fuego

Por esos momentos (1830) el curso de la guerra civil empezaba a cambiar. Cobrará protagonismo la acción de Rosas en Buenos Aires, organizando un poderoso ejército de más de diez mil soldados, y a pedido de Quiroga le otorgará trescientos hombres para enfrentar a los unitarios de Cuyo, incorporándose luego vagabundos, voluntarios y algunos mercenarios a sueldo para terminar constituyendo la denominada División Auxiliar de Los Andes.

Una vez formada esta guarnición, Quiroga empezará su camino hacia Córdoba, donde se le sumarán un grupo de soldados que desertaron del ejército de Paz. Así Quiroga llegará hasta San Luis para terminar doblegando al coronel Juan Pascual Pringles (unitario) que morirá tras el combate de Río Quinto (19 de marzo de 1831). El puntano tenía 35 años.

Una anécdota del caso fue cuando un oficial federal (sin reconocerlo) le pide a Pringles que se entregara. Éste le manifiesta que solo se rendiría ante Quiroga, por lo que el oficial le descerrajó un tiro en el pecho. Moribundo, Pringles, fue llevado hasta donde se encontraba Quiroga, pero no logró sobrevivir antes de encontrarse con el riojano. Quiroga cubrió el cuerpo de Pringles con su poncho, mientras advertía severamente al oficial que había asesinado al sanluiseño. “¡Por no manchar con tu sangre el cadáver del valiente coronel Pringles, no te hago pegar cuatro tiros ahora mismo! ¡Cuidado otra vez, miserable, que un rendido invoque mi nombre!”, sostuvo un enojado Quiroga.

Facundo Quiroga. 

Lo cierto, y lamentable, fue que en esas luchas internas estaban enfrentándose, en un bando y otro, hombres que quince años atrás pelearon todos juntos por la patria en el marco de la gesta libertadora que conducía San Martín.

En el plano territorial los enfrentamientos armados se propagaron a diez provincias sobre las catorce de ese tiempo. Los focos principales fueron en Córdoba, Buenos Aires, Catamarca, Santiago del Estero y Tucumán. Las provincias de Cuyo no estuvieron al margen de las encarnizadas luchas civiles, contándose durante toda la década del 1830, más de cuarenta combates (solo considerando los enfrentamientos de los cuales se tiene bastante información) en todo el país y registrándose aproximadamente cuatro mil muertes. 

La situación en Mendoza

La provincia de Mendoza estaba siendo gobernada durante 1830 por José Videla Castillo, quien había sido enviado por Paz para derrocar al gobernador Juan Rege Corvalán, aliado de Facundo Quiroga.  En pocas semanas Videla Castillo concentró el poder público en torno a su figura, anulando los juzgados de paz, disolviendo la legislatura y gobernando mediante "bandos supremos". Entre mayo y junio de 1830 “desató una cacería de federales y sus familias. Las más prominentes figuras federales debieron huir de la provincia, sus tierras fueron confiscadas y otorgadas a partidarios unitarios. Disuelta la legislatura se otorgó poderes absolutos y quedó a cargo del ejercicio de las facultades militares, legislativas, ejecutivas y judiciales. En pocas semanas fueron pasados por las armas más de dos mil federales y sus familias. (Ricardo Levene. “Historia de la Nación Argentina - Desde los orígenes hasta la organización definitiva en 1862”). Buenos Aires. Editorial "El Ateneo". 1939. Página 402).

En tanto Quiroga, una vez que ocupó San Luis, tenía indudablemente en Videla Castillo y la provincia de Mendoza su próximo objetivo.

La batalla de Santa Rosa

Conocida también como la batalla de Santa Rosa o de “Los Troncos”. El enfrentamiento se libró en el actual distrito santarrosino de Las Catitas un 28 de marzo de 1831.

Tras pasar el río Desaguadero el combate se producirá en los potreros que habían pertenecido a los descendientes del colonizador Antonio Chacón; muy cerca del río Tunuyán, a casi 90 kilómetros de la ciudad de Mendoza.

El ejército de Videla Castillo iba al mando de los coroneles Lorenzo Barcala, Indalecio Chenaut y José Aresti. Se componía del Segundo Regimiento de Cazadores Cívicos (unos 700 hombres), algunos escuadrones que formaban una nutrida caballería y cuatro piezas de artillería, sumando un total de más de 2.000 hombres. Mientras tanto, los federales fueron conducidos por Quiroga, secundado por los coroneles Prudencio Torres, José Ruiz Huidobro, Pantaleón Argañaraz y Juan de Dios Vargas. Un hecho curioso fue que Facundo venía en una carreta, ya que una hernia de disco no lo dejaba cabalgar.

El desenlace de la batalla fue corto. Gran mérito tuvo la caballería federal, verdaderos artífices del triunfo, pero también un grupo de unitarios desertó en plena acción, lo que complicó la estrategia de Videla Castillo, quien partirá en retirada a Córdoba. Quiroga se apoderó sin resistencia de Mendoza y San Luis, mientras sus oficiales recuperaron La Rioja y aseguraron San Juan. Cuyo volvía a la egida federal.

Las represalias de Quiroga no se hicieron esperar. Mandó a fusilar unos treinta oficiales unitarios prisioneros. Hubo una excepción: Lorenzo Barcala, el negro coronel unitario, y a la postre, el edecán del mismo Facundo Quiroga, quien fue perdonado por el riojano ante la oposición de muchos federales, entre ellos de Aldao, que nunca disimuló su odio por Barcala.

En una oportunidad, Quiroga le preguntó a Barcala qué opinión tenía de su gesto benevolente perdonándole la vida y qué hubiera hecho él en su lugar. Sin inmutarse Barcala le respondió a Facundo: “Yo te hubiera fusilado Quiroga”.

Mientras tanto Videla Castillo se unirá a Lamadrid en el norte argentino y tras la derrota unitaria en la batalla de Ciudadela (4 de noviembre de 1831) emigrará a Bolivia donde se dedicará a la producción de café, caña de azúcar y ají. Morirá en Chuquisaca durante 1832 a los 40 años, sumergido en una fuerte depresión. La suerte de Quiroga es conocida; fallecerá asesinado en Barranca Yaco (1835). Tenía 46 años.  Barcala será mandado fusilar por Pedro Molina. Contaba en ese entonces con 40 años. Mientras que Aldao fallecerá víctima de un tumor en la cabeza, que le sobresalía con una gran protuberancia en su frente. “El cachudo” Aldao, le decían burlonamente sus opositores. Tenía 49 años.

Los cuatro nombrados tuvieron suerte, comparados con la amplísima mayoría de los hombres de ese tiempo. Todos vivieron más de 40 años, tras haber cursado sus vidas en batallas desde que eran niños. Algo excepcional para un militar en momentos de guerra.

Consideremos además que, tras esa época teñida de sangre y lágrimas, todavía faltaban (por lo menos cuatro décadas) para que el país encontrara cierto sosiego.