El crudo relato de una pareja de argentinos que emigró al sur de Italia y sufrió maltrato físico y psicológico
Dos jóvenes fueron a trabajar en gastronomía en plena temporada de verano, mientras tramitaban la doble ciudadanía. Al llegar, se encontraron con una realidad distante al ideal de la vida europea.
Desde que tenía 4 años, Alexis fue criado, prácticamente, por su “nonna” italiana. Desde chico, escuchó las historias que ella tenía para contarle, recordando el pueblo que la vio crecer con mucha nostalgia. Probó cada una de las comidas típicas que su abuela hacía con el deseo de mantener viva su tradición y transmitirla a su familia, ahora, argentina.
Sus abuelos maternos, oriundos de Pescara, localidad perteneciente a la región de Abruzos (Abruzzo, en italiano), emigraron a la provincia argentina de Río Negro escapando de la Segunda Guerra Mundial, para empezar de cero y formar su familia en el país sudamericano. Sin embargo, algunas décadas después, Alexis decidió hacer el viaje a la inversa. Se planteó conocer aquel pueblito italiano del que tanto le hablaron sus abuelos durante su infancia e intentar andar sus propios caminos por el país europeo.
"Siempre tuve en mi cabeza venir a Italia y hacer lo que ellos hicieron en Argentina, pero con la idea de hacerlo de forma temporaria. Quería conocer su cultura, su país", contó, en diálogo con MDZ, Alexis Mattucci, un cocinero oriundo de la ciudad de Cipolletti que, en julio de 2024, emprendió su viaje a Italia junto a su pareja, Sol, con el deseo de experimentar la vida en el exterior, crecer profesionalmente y conocer las raíces de sus abuelos.

"Un día, mi viejo me dijo: 'Con la gastronomía podés conocer el mundo'. Y eso me despertó la idea de emigrar, hacer la ciudadanía y venir a ejercer la profesión", recordó Mattucci, asegurando que ese comentario de su padre fue el que lo impulsó a seguir su sueño. Sol, por su parte, se dedicaba a la enfermería en la Argentina, pero no tuvo problemas en pausar su carrera por unos años para emigrar y ver qué tenía para ofrecerle el mundo, sin importar a qué se dedicaría en el exterior.
Entonces, ambos averiguaron todo lo necesario para conseguir la ciudadanía italiana y viajar en condiciones al país europeo. Finalmente, decidieron dirigirse al norte de Italia y solicitar un “permesso di soggiorno” (permiso de residencia), tras presentar la documentación necesaria, para residir de forma legal y poder aplicar a trabajos “en blanco” mientras esperaban los papeles.
Al llegar, consiguieron rápidamente alquiler. Pero les faltaba el trabajo. Fue ahí que un amigo cercano, también oriundo de Río Negro, que se encontraba trabajando en el sur de Italia desde hacía más de un año, les aconsejó viajar a Lecce, una de las ciudades más pobladas de la región Apulia (Puglia, en italiano), donde los podía recomendar para trabajar en un restaurante “stellato” -término que se usa en italiano para referirse a los sitios gastronómicos que cuentan con estrellas de la prestigiosa Guía Michelin-.
Si bien, ya habían pagado el alquiler en una ciudad del norte de Italia, no dudaron en dirigirse al sureste del país, con el fin de tener una experiencia más profesional en cuanto a lo laboral, en un restaurante de ese nivel, además de volver a ver a su amigo de toda la vida. Así fue que, en julio de 2024, llegaron a la ciudad de Lecce, conocida por su estilo barroco y por estar rodeada por el Mar Jónico y el Mar Adriático.
La promesa de lo que no fue y la cruda realidad: maltrato, violencia física y explotación
Antes de viajar a Lecce, su amigo los contactó con los encargados del restaurante en cuestión, quienes les prometieron un sinfín de beneficios: días libres, hospedaje en un departamento compartido con el resto del personal a pocas cuadras del local, comida durante los turnos de trabajo, jornadas de no más de 8 horas, un puesto fijo, entre otras promesas que no fueron.
Según lo acordado, Sol se iba a desempeñar como camarera en uno de los dos restaurantes pertenecientes al dueño, mientras que Alexis trabajaría como ayudante de cocina en el local principal, en el centro de la ciudad. Sin embargo, al llegar, se encontraron con una realidad totalmente diferente a lo pactado.
“Me encontré laburando 12 horas y hasta 20 por día, no solo haciendo el trabajo como camarera, sino, también, lavando platos, ayudando en la cocina, haciéndome cargo de otras áreas como atender un bar, limpiar veredas, limpiar construcciones. Sin los días libres pactados”, expuso Sol.
No solo tenían más tareas de las que les habían propuesto y debían trabajar todo el día, sino que, también, experimentaron maltrato y situaciones de violencia física cuando quisieron abandonar el lugar. Tras una semana en esas condiciones, decidieron regresar al norte de Italia, al alquiler que ya habían pagado, no sin antes reclamar el sueldo por los días trabajados, lo que desató la furia por parte del dueño.
“Laburaba 20 horas de corrido. Había comida de mierda para el personal. Estaba todo el día parado. No podía usar el teléfono. No se podía hablar con el compañero. Tus compañeros te 'bardeaban' por ser extranjero, solo por venir de afuera, no porque hagas mal el trabajo. El día que hablé con el dueño, Floriano, para decirle que renunciaba, me golpeó, me agarró del cuello”, evocó Alexis, sobre su peor experiencia emigrando.
“Gracias a Sol me salvé de lo que habría sido tremenda golpiza. Podría haber pasado a mayores porque me persiguió por la calle, me pegó piñas, me dejó marcado y me echó, solo por decirle que me quería ir por las condiciones que tenía la gente y que no la estaba pasando bien”, agregó el joven, recordando ese día de terror.
En ese momento, Alexis no pudo defenderse. Su instinto de supervivencia lo impulsó a salir corriendo del lugar y esconderse en cualquier local donde Floriano no lo pudiera encontrar. Sol, por su parte, corrió hacia el departamento para buscar todo su equipaje para dejar con su pareja la ciudad. El terror, la desesperación y la impotencia se apoderaron de ambos, quienes lloraban intentando caer en lo que había pasado y escapar de la situación lo antes posible.
Luego de que la pareja del propietario, una reconocida chef del sur de Italia, intentara frenar el acto de violencia y le ordenara al hombre permanecer en el restaurante para evitar que el conflicto empeorara, ella persiguió a Sol, como para controlar que ambos dejaran efectivamente el departamento.
Minutos más tarde, invadidos por el miedo, los argentinos ya estaban camino a la estación de tren, con sus valijas en mano y sin el sueldo correspondiente a los días trabajados, de regreso a la ciudad a la que primero llegaron. “Decí que ya teníamos alquilado nuestro departamento y pudimos volver, sino estaríamos en la calle”, consideró Alexis, al repasar lo sucedido aquel día, y se sinceró: “Cuando volvimos a nuestra casa, yo le dije a Sol que quería volver a Argentina, que no quería cocinar más. Ahí se me cayó toda la ilusión que traía para acá”.
Pero resistieron y, una vez que se calmaron las aguas, volvieron a buscar trabajo. Su segunda experiencia no fue, tampoco, la mejor. Todo lo contrario. “En ninguno de los dos lugares nos pidieron requisitos ni papeles, por lo tanto, estuvimos trabajando ‘en negro’, sin contrato”, revelaron, constatando que, por más de tratarse de un país europeo y de contar con los papeles necesarios, las condiciones laborales no siempre son las ideales.
Después de su mala experiencia en Lecce, consiguieron trabajo en un restaurante de La Sila, en la región de Calabria. Trabajaron tres meses allí y, luego, decidieron renunciar. “Le avisamos a nuestro jefe y se enojó, y nos dijo que nos teníamos que ir de la casa porque ya no trabajábamos más para él o, sino, tendríamos que pagarle 200 euros por día que nos quedáramos”, recapituló Sol.
“Pero la casa no estaba en condiciones. No teníamos calefacción, por ejemplo. Esperamos a que él nos diera la plata de lo trabajado, pero nos respondió diciendo: ‘Mañana se las voy a dar’. Fuimos al día siguiente y nos dijo lo mismo. Y así estuvo una semana. Nosotros decidimos irnos del lugar porque él estaba teniendo comportamientos feos para con nosotros, como tirar piedras a la casa, cortarnos el agua, la luz. Nos volvimos y le escribimos un par de veces pidiéndole nuestro sueldo, que hasta el día de hoy no nos paga”, declararon.
Y llegó el final feliz
A pesar de todo lo sufrido los primeros meses, los jóvenes permanecieron en Italia para hacer turismo y remontar la experiencia de otra forma, con la certeza de querer seguir viajando y conociendo el exterior. Afortunadamente, Alexis consiguió un trabajo bajo contrato en un restaurante “que está en la guía Michelin y entre los 70 mejores de Italia”. El mismo se encuentra en la comuna de Menfi, en Basilicata, también en el sur de Italia.
“La verdad que súper bien el trato, estoy con contrato, me abrieron cuenta en el banco y me pagan siempre. La verdad es que estamos en una linda ciudad y ha cambiado por completo la situación. Pasamos por un montón de malas experiencias hasta que tocó una buena", concluyó la pareja.
Aun así, la nostalgia por sus costumbres y por ver a sus seres queridos pesa fuerte. “Se extraña mucho a la familia, los amigos, las mascotas, las tradiciones, el mate, el dulce de leche, el asado, las reuniones de familiares o de amigos, el estar en nuestro pueblo. Cuando estás ahí no te das cuenta, a pesar de no tener mucho para hacer, de las cosas diarias como cruzarte con los vecinos. El idioma se extraña un montón, también”, reconocieron.
A pesar de ello, aseguran que la emigración tiene sus pros. “Vas conociendo gente, haciéndote amigos que están en la misma que vos. Por más que estés lejos de tu familia, te encontrás con gente que te ayuda, que te acompaña y eso está muy bueno, por más que después cada uno agarre rumbos diferentes, se puede mantener el lazo con mensajitos o llamadas. Es la familia migratoria que te hacen sentir cerca”, señalaron, indicando que esta experiencia los hizo crecer en todo sentido.
“Está buenísimo conocer otras culturas, idiomas, que no se queden con el primer relato de una persona que emigró, sino que les pregunte a varias personas. No todo es color de rosa acá en Europa; tiene cosas buenas como también tiene cosas malas”, concluyó el relato de la pareja.

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