Postales de nuestra historia

San Martin, Huizinga y el Homo Ludens: el juego, lo emocional y la guerra

Había que armar un guerrero de alguien que era agricultor. Forjar un soldado en alguien que vendía telas o vinos. Enseñar a convivir con la muerte a alguien que era maestro o pintor.

Gustavo Capone
Gustavo Capone miércoles, 5 de junio de 2024 · 07:35 hs
San Martin, Huizinga y el Homo Ludens: el juego, lo emocional y la guerra
La importancia del juego en el desarrollo de los seres humanos.

Las estadísticas nos dirán que San Martín fue el “campeón de libertadores” y que logró con su equipo la emancipación de medio continente. ¿Y, cómo lo hizo? Sin agregar virtudes militares y políticas me detendré en un aspecto sustancial. Durante estas columnas hemos abordado distintos artículos sobre la importancia que dio San Martín a la preparación física y al cuidado de la salud e higiene (entrenamientos aeróbicos, anaeróbicos, de sobrecarga, de velocidades, campaña de vacunación, control bucal, lucha contra la vinchuca y la rabia, prevención de enfermedades venéreas, el rol de la alimentación, la hidratación y potabilización del agua, barreras sanitarias, hospitales móviles) que alcanzaron a todos los miembros de la sociedad, no solo a los soldados.

Ya conversamos además en otras notas sobre la trascendencia que brindó a la composición de equipos multidisciplinarios de trabajo. También a la significación de aspectos estratégicos que muchas veces escapan de los grandes análisis: el rol de la mujer, la información y el espionaje, el cuidado de la red vial y acequias, el papel preponderante de los baqueanos y las 10.000 mulas del ejército.

Hoy agregaremos un nuevo elemento: la trascendencia que tenía el descanso, la educación emocional y el juego en sus cuatro facetas: lúdica, física, formativa y mental. Factores “invisibles” de toda preparación que a la postre marcarán la diferencia.

San Martín y la revolución de los clásicos

San Martín fue un admirador del mundo griego. Su biblioteca particular lo demostró. Un puñado de islas dispersa, en una hostil geografía se sobrepusieron a grandes ejércitos. Persas, romanos, egipcios, fueron testigos de la preponderancia helena. Estos griegos no eran los más fuertes; “se sentían los más fuertes”. Fueron los creadores de la filosofía y la democracia. Ambas de absoluta vigencia. Esa fortaleza intelectual les permitió pensar y organizarse desde otra perspectiva. Eso los hizo más fuertes. Eso los hizo más inteligentes.

Pero también (paralelamente) aquellos griegos crearon juegos como fórmula de entrenamiento físico y elemento de cohesión anímica. El más conocido también llegará hasta nuestros días: los juegos olímpicos. Agregaremos cientos de celebraciones y juegos regionales que tenían como objetivo encontrar en “la pausa activa”, el ocio contemplativo e inteligente que les daba seguridad, fortaleza e identidad, permitiéndoles resolver problemas.  

Huizinga y el hombre que juega

Johan Huizinga (1872-1945). Fue un filósofo e historiador neerlandés. Escribió un libro que debería tener vigencia absoluta, al menos muchísima más de la que tiene: “Homo ludens” (1938), o sea, “el hombre que juega”.

Para Huizinga el juego fue concebido como una función humana tan esencial como la reflexión (Homo sapiens) y el trabajo (Homo faber). En su obra considerará al juego desde los supuestos del pensamiento científico cultural, ubicándolo como génesis y desarrollo de la cultura, dado que ésta tiene un carácter lúdico. El juego es aún anterior a cualquier manifestación cultural del hombre, de ahí no solo lo importante en la primera infancia, sino también ante situaciones de enorme presión o stress y como elemento predisponente ante la resolución de conflictos imprevistos.

Johan Huizinga

San Martín murió casi cien años antes que Huizinga, pero tomó empíricamente (anticipadamente) esa concepción propia de la edad antigüedad, confirmada en tiempos medievales donde se agregará el ideal del “caballero andante”. Percibió San Martín que tenía ante sí un ejército de “caballeros andantes”, de condición humilde, peleando contra lazos terrenales y tratando siempre de romper ataduras. El ideal caballeresco conservaba los elementos de una instancia religiosa, donde valores como la justicia, lealtad, apego a los principios éticos, respeto por el otro, solidaridad, el bien del equipo, manifestaban la traducción moral de deseos insatisfechos: libertad, triunfo, resarcimiento, dignidad, mientras el esfuerzo, coraje, astucia, compañerismo, etc., se mostraron como elementos propios de la vida, y de cualquier juego, a la postre ejes sustanciales de la prédica sanmartiniana.

Entrenar jugando

Valdría para cualquier programación educativa o laboral contemporánea, aunque lo circunscribiremos solo al entrenamiento físico – mental de un grupo de personas en tiempos de guerra. En foco estarán, nada más que cinco mil soldados (en su amplísima mayoría “amateurs” – militares no profesionales) que tenían que cruzar Los Andes, para enfrentar a uno de los ejércitos más importantes del mundo (que “jugaba de local), dejando atrás madres, hijos, esposas, propiedades, arraigos, trabajos habituales, que probablemente no volverían a ver jamás. Dejarían atrás cierta “zona de confort”. Gran desafío. Había que armar un guerrero de alguien que era agricultor. Forjar un soldado en alguien que vendía telas o vinos. Enseñar a convivir con la muerte a alguien que era maestro o pintor.

San Martín según Fidel Roig Maton

Debía entrenar un equipo de aficionados, que para colmo al principio eran poquísimos: “Haremos soldados de cualquier bicho”, le había escrito Guido a San Martín. “Tengo 150 sables amojosados y nadie para que los empuñe”, se había quejado el General. Pero además de conseguir que el soldado tirara bien con el fusil, supiera montar en combate o se subordinara a una táctica de guerra. Había que entrenar a 5.000 hombres para que se sintieran fuertes, no se deprimieran, no los asustara el terrible frío cortante de la noche o la soledad de la imponente montaña.  Y no se dejarán amilanar por el bien ganado prestigio militar del adversario.

¿Cómo lo consiguió?  

Primero; dio el ejemplo y exigió a su plana mayor lo mismo. Pero la clave de la fortaleza mental del ejército fue entrenada desde otro costado. Era una obligación para el cuerpo de oficiales, después del adiestramiento militar, quedarse conversando con un grupo de soldados relatando sus experiencias. Ocupó “la técnica del acercamiento”. Líderes hablando de igual a igual, contando sus vivencias, desavenencias, hechos heroicos, pero también sus dramáticas experiencias de ayer: dudas, frustraciones, miedos. Todo como algo normal de un proceso. “Lo que les está pasando a ustedes, a mí también me pasó”, relativizando el papel de la incertidumbre ante lo desconocido. El mismo San Martín recorría personalmente “las cuadras” donde descansaban los soldados y conversaba entre mates y consejos como uno más.

Otra acción destacada tras la jornada de entrenamiento diario fueron los fogones, las payadas, las representaciones teatrales, la lectura de libros (cuando no, la enseñanza de la escritura y lectura), los torneos de cinchada, las carreras de sortija, la taba, la guerra de las cañas que simulaban lanzas, el canto, los juegos de ingenio, las competencias ecuestres de destrezas y paleteadas, un adaptado “juego de pato” por equipos, los improvisados magos, ventrílocuos, malabaristas, imitadores que hacían de bufones para entretener al regimiento, los lanzamientos de boleadoras, los juegos de puntería, la pintura de murales, el ajedrez, las exposiciones de cerámicas o tallados en madera, las acrobacias de jinetes, las competencias de fuerza, las pulseadas. Todas destrezas que después aplicaría el soldado cuando tuviera en situación de combate: trepar, lanzar, correr, montar, subir un cerro o improvisar ante lo inesperado.

Además, la familia en los días de franco de la tropa se concentraba ante los nuevos lugares de esparcimiento (La Alameda con bancos y jardines) y seguramente los bailes y trovadores cerrarían la jornada de descanso. El mismo San Martín, eximio guitarrista y bailarín, era de prenderse en torno al fogón con su viola y habilidades. Se debía por ende propiciar espacios de distención amplios, masivos, comunitarios e integrados.

San Martín no fue partidario de los juegos o distracciones donde el soldado no fuera protagonista; consiguientemente, las riñas de gallo o las carreras de perros fueron suspendidas en su tiempo de gobernador. El componente espiritual fue imprescindible. Había que “bajar la presión del equipo” pero con actividades religiosas, artísticas o físico – lúdicas.

San Martín además fue un gran “casamentero”. A Manuel Olazábal le presentó a Laureana Ferrari. A Tomás Godoy Cruz, Lucecita Sosa. A Antonio Beruti: Mercedes Ortiz. Fue padrino o testigo de esas bodas. Organizaba tertulias para que al son de la cultura sus oficiales se integraran con la sociedad mendocina. Otro hecho reconocido fue la regulación de la actividad nocturna por disposición de bandos oficiales en toda la ciudad. Era necesario estimular la recreación, pero “la joda” se cortaba apenas se ponía la noche. Al día siguiente había que entrenarse, estudiar o trabajar desde temprano. Y había que estar “fresco”. Otra batalla cultural que libró: el combate contra “los vagos” (según su expresión) y el fomento de la cultura del trabajo.

La importancia del juego y la educación emocional

Con pocas herramientas y ante un componente tan numeroso y tan heterogéneo como fue preparar un ejército para la guerra, el rol del juego y la educación emocional cumplieron un papel imprescindible en el plan sanmartiniano. Vieja receta que hoy sigue siendo revolucionaria. No en vano, los animales que más juegan son los más inteligentes (chimpancés, elefantes, delfines) y muchas veces hemos escuchados (en mi caso particular, por la profesión de mi esposa, diariamente) que un niño que juega es un niño que piensa. Lo mismo cabría para cualquier ser humano, en cualquier coyuntura.

Juego, revolución y vigencia

Aquella escuela empática, cercana, vivencial, que soñó San Martín está más vigente que nunca. Sigue ofreciendo alternativas en la plaza del barrio, en el gimnasio de club, en la esquina del almacén, en el centro cultural de la zona, en el patio de la escuela. Hay que irlos a buscar. Reitero: cuando San Martín llegó a Mendoza, no encontraba 150 hombres para que empuñaran esos sables que estaban tirados en un depósito de Plumerillo. A los dos años tuvo 5.000 soldados en el frente de batalla y un pueblo detrás que dieron la vida por la patria.

No fue un juego. Fue una guerra. Pero la concepción práctica y filosófica del proyecto fue plantear todo como un juego. “Game of thrones”, pensarán algunos. Afortunadamente pareciera que doscientos años después todo esto resulta vanguardista, aunque la Historia lo escribiera hace siglos. Homo sapiens – homo faber – homo ludens.

En síntesis; ayer y siempre: “no jugamos para aprender, aprendemos jugando”. Una enseñanza más del adelantado San Martín. Piaget, Huizinga, Maturana, Accouturrier, Pikler, Wallon (no son soldados) son eminencias en educación, pedagogía, psicología y psicomotricidad, lo dijeron muchísimos años después que San Martín. Habría que leerlos más. A ellos, y a San Martín.  

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