El día de la vida, de los sueños y de la esperanza
El Día del Niño por Nacer se celebra el 25 de marzo y busca conmemorar, promover y defender la vida humana desde la concepción en el vientre de la madre. La Dra. Myriam Mitrece deja su opinión en MDZ.
La Declaración Universal de Derechos Humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948 sostiene que “la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”.
“El niño, por su falta de madurez física y mental, necesita protección y cuidado especiales, incluso la debida protección legal, tanto antes como después del nacimiento”. “…especialmente en su etapa prenatal”, “es un ser de extrema fragilidad e indefensión”. Y dado que es “la vida, el mayor de los dones, tiene un valor inviolable y una dignidad irrepetible”, el “derecho a la vida no es una cuestión de ideología, ni de religión, sino una emanación de la naturaleza humana”, nos recuerda el Preámbulo de la Convención sobre los Derechos del Niño.
Ambos documentos, tienen para los argentinos, jerarquía constitucional.
Y aunque así no lo fuera, son dignos de ser tomados en cuenta porque de ellos emanan verdades incontrastables. La cuestión es que, a partir de estos y otros documentos anexados a la Constitución Nacional, en 1998 se consideró oportuno instalar la celebración del “Día del Niño por Nacer” por medio del decreto 1406/98.
Se eligió el 25 de marzo porque coincide con la celebración de la Anunciación a la Virgen María, "en virtud de que el nacimiento más celebrado en el mundo por cristianos y no cristianos es el del Niño Jesús", además “en ese día se conmemora el Aniversario de la Encíclica Evangelium Vitae, que el Papa Juan Pablo II ha destinado a todos los hombres de buena voluntad, sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana”.
¿Quién es un niño por nacer?
Aunque sea una obviedad, un niño por nacer es un miembro de la familia humana que aún no tiene el desarrollo suficiente como para vivir autónomamente, pero, aún con capacidades potenciales, desde el primer instante en que un óvulo y un espermatozoide se unen se desencadenan una serie de acontecimientos que derivan -si nada lo interrumpe- en el nacimiento de un bebé.
Hasta el momento trascendente de lograr a respirar en un medio externo al útero vive en un medio acuoso, con temperatura estable y ruidos atemperados. El hábitat donde desarrolla su vida no lo hace menos humano. Si pasa sus primeras horas en un frasco de cultivo celular o en el tercio externo de las trompas de una mujer es una cuestión de “lugar de residencia” que no le quita humanidad
ni dignidad. Tampoco lo hace menos humano su grado de salud, ni lo que sus padres deseen, imaginen o sientan por él.
Todos fuimos un niño por nacer.
Y aquí estamos porque alguien nos permitió desarrollar nuestra vida. Es cierto. Nada de esto es nuevo, pero en tiempos donde se debate qué hacer con embriones congelados, qué categoría se le asigna al concebido que carece de partes de su encéfalo, o se privilegia el deseo y la voluntad procreacional, no viene mal recordarlo.
* Myriam Mitrece de Ialorenzi. Dra. en Psicología Social. Asesora técnica del Instituto para el matrimonio y la Familia UCA