Creó un ciclo de escritores hace 27 años y atesora anécdotas imborrables: desde María Elena Walsh hasta Rolón
Marcelo Franganillo compartió veranos con algunas de las mejores plumas de la literatura argentina. Cómo fue trabajar con ellos en un ciclo que sobrevivió a la crisis económica y la pandemia.
"Hago bastantes cosas pero la actividad que más me gusta hacer son los ciclos de escritores. Y todo empezó acá, en Villa Mitre, allá, en ese lugar que lo transformamos en un escenario", dice Marcelo Franganillo a MDZ, señalando una escalera lateral del museo histórico que alberga los documentos fundacionales de Mar del Plata.
Antes de crear el ciclo Verano Planeta, en una idea que forjaron con el exdirector de la editorial, Ignacio "Nacho" Iraola, hubo otras pruebas piloto donde coordinó presentaciones de libros ante un auditorio variopinto, de locales y turistas, en escenarios al aire libre que luego mudaría a hoteles cinco estrellas y hasta polideportivos. Estas conferencias se han hecho en casi todo el país, nacieron en la costa, pero de acuerdo a la estación se renombraron primavera, otoño e invierno.
"Comenzó a llegar mucha gente para escuchar las charlas, algo que no era común en Buenos Aires, salvo en eventos como la Feria Internacional del Libro. Nadie imaginó que se iban a acercar quinientas o mil personas", describe, mientras repasa algunas anotaciones en una libreta donde se asombran los nombres de algunas de las plumas más importantes de la literatura argentina.
Desde María Elena Walsh hasta Gabriel Rolón, pasando por Félix Luna, y autores del exterior como María Dueñas y Fernando Aramburu, a todos los convenció para viajar a Mar del Plata y Pinamar, y dialogar con sus lectores en una serie de charlas que se realizan desde 1998 de manera interrumpida y que sobrevivieron a la crisis económica y la pandemia de coronavirus.
Con todos ellos y más guarda anécdotas imborrables que un día decidió compartirlas, en una charla con este medio.
Las risas de María Elena Walsh y Sara Facio por una metida de pata
—¿Cuál fue tu primer vínculo con los escritores y por qué se te ocurrió que era una buena idea de convocarlos a Mar del Plata durante el verano?
—Yo fui y todavía soy el representante comercial de Página|12 en la Costa Atlántica; tomé la representación en el año 1989 y quise posicionar al diario en un primer término por la parte cultural. Así empezamos a hacer eventos con el gran (Juan Bautista Pablo) "Pupeto" Mastropasqua, el fotógrafo preferido de Mercedes Sosa y Astor Piazzolla, al que esta ciudad le debe un gran homenaje. En un momento me fui del diario y me convocó -el exconcejal del radicalismo- Mario Rodríguez, para contarme que su hermano era decano de Humanidades y tenía una idea para convocar una serie de conferencias. Entonces armamos a nivel local la Cátedra Che Guevara, que se había armado en todo el país con Manuel Gaggero, que él la había ideado y la producía. Armamos una cátedra abierta con REP (Miguel Repiso) que se llamó "Humor e historieta, novena arte" donde vino Juan Sasturain, y tantos otros. Después le dije a Mario 'tenemos que hacer un ciclo de escritores' y así lo convocamos también a Nino Ramella, que es mi cómplice hasta hoy, es mi compañero en los ciclos de Planeta hace 20 años y es un amigo muy querido, que fue primero director de la Villa Victoria y después secretario de Cultura.
—¿Cómo conseguiste que vengan los primeros escritores?
—Fui de canillita campeón a Buenos Aires a golpear puertas. Primero fui a Sudamericana, me atendió Gabriela Adamo y me dijo "no tenemos presupuesto". Después fui a Emecé y bueno, tampoco tenían presupuesto. Así caí en Planeta, de parte de REP, y me atendió "Nacho" Iraola, en ese entonces jefe de prensa de la editorial, y le conté mi idea de hacer un ciclo de escritores en la Facultad de Humanidades de Mar del Plata. Me dijo "sí, bárbaro, arranquemos", y quedamos en que nosotros pondríamos el alojamiento, la comida, la prensa y organizábamos la charla, y ellos nos iban a mandan los autores.
—El primer libro que presentaron fue el mítico "La bonaerense: historia criminal de la Policía de la Provincia de Buenos Aires", de Carlos Dutil y Ricardo Ragendorfer.
—Cuando me empezaron a decir los libros que estaban por salir en Planeta, me comentaron de "La Bonaerense", y me encantó. Lo quise organizar desde el primer momento, y esa noche fue muy particular, porque después de la charla nos fuimos a Canal 8, a un programa en vivo conducido por Vicente "Cholo" Ciano e irrumpió un comisario mencionado en el libro a decir que todo era mentira. A los gritos quería cortar con el programa, fue muy violento y salió todo por televisión.
—¿De esa manera fue que llegaste a la Villa Mitre con los ciclos?
—Al poco tiempo Rodolfo Rodríguez, que fue el director de Villa Mitre en la gestión de Elio Aprile, me dijo que organizara un ciclo de escritores y otro de periodistas, lo que me pareció sensacional pero tenía que salir a buscar sponsors para poder concretarlo. Me puse en contacto con la asociación Periodistas, que presidía Horacio Verbitsky, en un momento donde no existía la grieta, y formaban parte Mariano Grondona, entre tantos otros, estaban todos juntos, pero "El Perro" me dijo "mirá que es verano y están todos de vacaciones". Y algo de razón tenía porque el ciclo de periodistas se cayó y quedó solo el de escritores. En ese entonces, Nacho me contó que los habían convocado a una reunión en Planeta para tener presencia en distintos destinos y él propuso a Mar del Plata, con parte de lo que habíamos hablado. Y le dijeron que le meta para adelante y que sume a Pinamar. Entonces fui a hablar con el Padre (Carlos Humberto) Malfa, quien fuera la mano derecha de Eduardo Pironio, para pedirle permiso y hacerlo en la puerta de la capilla de Pinamar, pero cuando estábamos por empezar con las charlas lo enviaron al Vaticano, y ahí nos dijo "el cura que se queda es medio conservador". Entonces hubo que buscar otro lugar. Y así nos acordamos con "Pupeto" que una vez estuvimos a punto de hacera un festival de cine ecológico en el bosque donde había unos jardines divinos. Así nos contactó con los que manejaban ese lugar, llegamos de la mano del cura del pueblo, y cerramos para empezar ahí. El primer escenario allá fue puramente natural. En Villa Mitre, de Mar del Plata, y en Pinamar comenzó a llegar mucha gente para escuchar las charlas, algo que no era común en Buenos Aires, salvo en eventos como la Feria Internacional del Libro. Nadie imaginó que se iban a acercar quinientas o mil personas
—En la década del noventa, me imagino que organizaron conferencias con muchos libros de política y coyuntura.
—Vino Hernán López Echagüe, que había publicado "El otro", la biografía no autorizada sobre Duhalde. Y en el medio de la charla había dos matrimonios que tenían más pinta de punteros políticos que de otra cosa y empezaron a hablar fuerte, a provocar. Entonces corté en el medio de la conferencia y les dije "ustedes no vinieron a escuchar la charla". Dijeron algo más y se fueron. Pero eso no terminó ahí. Al otro día lo empezamos a buscar al autor y no aparecía. En esa época paraba en el hotel Costa Galana. No aparecía y ya nos teníamos que ir para Pinamar. Llamaron desde la editorial a la suegra, porque tenían su teléfono, y les dijo que se había tenido que ir porque lo habían amenazado. Nos pareció muy raro y a los 15 días apareció una notita en el hotel donde lo había contado todo. La amenaza decía que en el viaje a Pinamar se le podía salir una rueda del auto, y el auto donde íbamos a viajar era el mío.
—Después el ciclo se mudó a Villa Victoria.
—Llegamos a la Villa Victoria en el segundo año del ciclo Verano Planeta y tuvimos entre las invitadas a María Elena Walsh, con quien tengo una de mis anécdotas más vergonzantes. Esto fue hace 26 años y recuerdo que me habían traído una Nikon analógica de Estados Unidos. Yo estaba como un chico mostrándole la cámara a todos, diciéndoles cómo funcionaba. Les decía "mirá por acá, apretá así". Y entonces me crucé a Sara Facio, que era la pareja de María Elena, y le fui a decir lo mismo sin advertir que era una de las fotógrafas más famosas del país. Todavía me acuerdo de las risas.
—¿Cada verano de tu vida lo reservaste para los escritores?
—En las primeras charlas me quedaba hasta ver que empezaba y volvía a mi casa a poner el fuego de la parrilla, para luego volver y traer a los autores a comer. Mi hijo, Martín, tiene 20 años, y en cada charla, cuando era muy chiquito me decía "¿Papá, cómo estuvo?", lo digo y me conmuevo. El ciclo es muy importante para mí.
—Organizaste charlas en Mar del Plata y Bariloche con María Dueñas, la autora española del best-seller "El tiempo entre costuras".
—Con María la pasamos bomba, desde Planeta me decían "no sabés lo que son los libros de María". Llegó a la ciudad después de que el aeropuerto se cerrara por tormenta, cansada, se subió a mi auto y lo primero que le dije fue "no leí ningún libro tuyo", porque son novelas tipo ladrillo, y se lo dije no de canchero sino por vergüenza. Y fue como encontrarme como con una compañera de la
escuela, una compinche. Nos reímos muchísimo. Y lo que nos pasó en Bariloche fue fantástico. Nos decía que a la vuelta, en España, la habían invitado a un programa de televisión específico de boleros y ella no tenía ni idea del tema. En eso, estábamos en el desayunador del Llao Llao y Nino se dio cuenta que estaba a unas mesas de distancia Chico Novarro. Y le dijo a María "vení que encontré a una persona que sabe algo de boleros", y le terminó cantando unas canciones. Por suerte quedó todo filmado.
—¿Cuándo se sumó Nino Ramella a trabajar con vos?
—Empezó al tercer año de los ciclos y yo lo conocía por su trabajo en el Diario La Nación. Nos juntábamos mucho con Carlitos Pagni, y otras personas, con las que armamos una campaña de lucha contra el sida y otras actividades, a fines de los ochenta.
—Y con Félix Luna, ¿cómo fue organizar una presentación de uno de sus libros que hoy son visto como obras cumbres?
Era muy cascarrabias pero lo pasábamos bomba. Ya no podía fumar, entonces le decía a Nacho que le administrara los cigarrillos. Le gustaba que pongamos música antes de la charla y se nos ocurrió poner a Buena Vista Social Club, no lo conocía pero le gustaron mucho. Un día veníamos por la ruta de Pinamar con una tormenta, una cosa increíble, rayos, y de pronto como que se puso de día. Y me dijo "Marcelo, paremos a ver esto porque es una belleza". Lo quise convencer para que no pero frenamos a verlo. Tampoco le gustaba hacer muchas notas y el último día le pusimos un montón. A la sexta nota se acercó y me dijo por lo bajo "me cagaste", pero las hacía a todas y en todas era muy original.
—Guillermo Saccomanno presentó "Cámara Gesell" en el ciclo.
—El quilombo que se armó en Villa Gesell con ese libro es impresionante. Hoy en día hay gente que no lo saluda, lo odia. También a Saccomanno le voy a agradecer siempre que vino a un homenaje que organizamos por la muerte de Soriano,en el primer aniversario, que estuvieron con Juan Forn y fue una charla muy conmovedora que organizamos con Gerardo Feuer, cuando estaba en el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, y la gente de la editorial Edhasa.
—Estuviste muy cerca de Soriano en la última etapa de su vida.
—Lo conocí cuando estaba escribiendo "El ojo de la Patria". Un día me dijo Jorge Lanata, "le presté al "Gordo" mi casa en Punta Mogotes porque dice que no puede escribir en Buenos Aires, fijate cómo está y llamalo de vez en cuando". En esa época no había celulares y la gente del diario me mandó a comprarle un teléfono porque no tenía. Fui a las 9 de la mañana y me atendió su mujer, muy amable, y me dijo que recién se acababa de acostar. Le quise dejar el aparato pero me dijo que teléfono tenían pero no funcionaba. Me sentí un pelotudo. Fui a hablar con la empresa, que recién se había privatizado telefónica, y había un gerente muy lector que cuando se enteró que la línea era para él mandó un camión al poco tiempo. Después, ya con la línea, no le quería dar el número a nadie y me pedía que hable con todos y después le cuente. Me mandaba las notas, conservo muchas de ellas, para el diario, y hasta tengo un fax para el exintendente Elio Aprile, donde se excusa por no poder asistir a la ceremonia de asunción.
—¿No te puso esa distancia a vos, en algún momento?
—Una vez me llegó un mensaje que me chocó pero después le entendí. Me escribió "mirá, Marcelo, yo con mis amigos me veo poco y cuando te quiera ver te voy a avisar". Creo que lo tenía podrido. Pero él era muy gracioso, valoraba mucho las pequeñas cosas. Una de sus últimas entrevistas se la dio a Caras o Gente, y el periodista quería llevarlo a sacarse una foto en la playa, a lo que se negaba rotundamente. Y después de hablar con él, me dijo el cronista que era muy fanático de San Lorenzo y muy lector suyo, y eso lo terminó de convencer. También era muy puntual, si quedabas a las 7 para verlo, 7 menos un minuto llegaba ahí.
—¿Qué fuiste para él?
—Me gusta pensar la idea que fui como el cartero de Neruda. El tipo que tenía que hablar con Osvaldo me tenía que ver a mí.
—¿Tuvo algún reemplazante en cuanto a la potencia de su obra, de su palabra?
—Pensé muchos años que lo podían suplantar pero no hubo ese recambio.
—Y con REP hicieron un mural de Borges que todavía está en la esquina de San Martín y La Rioja.
—La historia del mural es fantástica, tuvo que ver mucho con la insistencia y el trabajo en equipo. Fue el primer mural que hizo Miguel. Vino con su exsuegro, ingeniero en materiales, y su familia, y después de analizarlo no le recomendaron hacerlo de la manera que pensaba porque el salitre podía arruinarlo y había que mantenerlo y volver a pintarlo una vez por año. Entonces pensaron en hacerlo con mil y pico de azulejos, como las obras del subte porteño. Pedimos un presupuesto y nos pasaron $40.000, en la época del uno a uno, 40 mil dólares. Y se paró. Miguel siguió llamando a gente porque estaba re entusiasmado. En el medio de ese parate el original desapareció. Y un día (Juan Carlos) "Cachi" García Reig se encontró con Susana Gutiérrez, una artista plástica que estaba en la Escuela de Cerámica, y ella le dijo "y si lo hacemos como trabajo final de la escuela". Teníamos que conseguir entonces 5 mil pesos para los materiales. En eso, lo vimos al gerente de Unifon, un español filólogo, y supo del proyecto y lo financió. Muchos muralistas salieron a plantearla a Miguel de por qué lo tenía que hacer él y tuvo que hacer un descargo para aclarar que no había cobrado honorarios. El trabajo de la escuela de cerámica, en el armado como rompecabezas en un galpón de la entrada en la ciudad, fue fenomenal y quedó como una obra única.
—El mural quedó inconcluso.
—Sí, porque había un anexo de una parte lúdica que tenía que ver con juegos relacionados con la literatura de Borges. Nino tenía pensado hacer un laberinto pero la plaza pasás y... En una gestión reciente me llamaron para poner en valor la plaza, que querían hacer obras, y les dije que antes de ponerlo en valor le pongan luces. No me llamaron más.
—Con Rolón tenés una relación entrañable. Su primer libro en Planeta, el best-seller "Historias de diván" lo presentó en el ciclo.
—En esa primera presentación tengo un recuerdo imborrable. Fue un libro que rompió todos los récords y una idea de Nacho. Estábamos en el Sheraton, lo veía muy nervioso a Gabriel y le dije "te voy a mostrar donde va a ser la charla", y le parecía un lugar enorme, se puso más nervioso. Entonces fuimos a la suite, en el último piso, y le mostré que había como cuatro cuadras de cola. Me dijo, sinceramente, si pasaba algo o regalaban alguna cosa, pero le dije "te vienen a ver a vos". No lo podía entender.
La premonición de Abelardo Castillo y un diluvio universal en Mar del Plata
—¿La lluvia no te complicó los planes cuando hacías las actividades al aire libre?
—Un año estábamos con Abelardo Castillo, unos días muy nublados del verano, y empezó a preguntar insistentemente qué pasa si llueve. Y en un momento empezó a decir "guarda que soy mufa". Le dije que en tres años de los ciclos nunca había llovido. Terminó lloviendo y llovía tanto que fue el día que aparecieron los autos flotando en la costa. Diluvió y mudamos todo adentro, pero vino gente y hasta se llenó. Cuando terminamos la charla no podíamos salir de la Villa porque estaba todo inundado y Abelardo me dijo "te dije que era mufa y no me diste bola".
—¿Hubo alguna charla que se cortó por algún incidente o exabrupto?
—No, pero me acuerdo una presentación de Caparrós donde presentó la novela "Un día en la vida de Dios", y fueron dos ultracatólicos a preguntar y provocar. Ni siquiera había terminado la entrevista y ya interferían. Entonces Martín sacó un encendedor y les dijo, a la cara, "prendan la hoguera", y desató una ovación bárbara. La gente se tuvo que ir pero siguió amenazando a todos. Había una vendedora de libros y le dijeron que la iban a hacer echar.
—Además de autores mainstream, te gusta invitar a autores nuevos pero interesantes o que hicieron carrera en otros ámbitos. Recuerdo las charlas del fiscal Federico Delgado o de Edi Zunino, que murieron hace muy poco.
—Con Edi la pasamos fantástico, hasta escribió en mi sitio de literatura "La palabra precisa", que este año cumple diez años. Y con Federico Delgado hicimos dos charlas en el Costa Galana, y viajamos a Corrientes, nos hicimos amigotes. Le perdí el rastro y un día me dijo Nino que le había escrito y le contó que tenía cáncer pero la estaba peleando. Lo quise llamar y había cambiado el celular, me dio uno nuevo y cuando hablamos me dijo que estaba muy ocupado. Quedamos en hablar pronto y a los pocos días murió. Me apenó muchísimo.
—¿Hasta cuándo pensás seguir con los ciclos de escritores?
—Imaginate, tengo un hijo de 20 años que se fue a trabajar al exterior, termino el ciclo de verano y ya estoy trabajando para el de Mendoza, cuando me pongo a hablar del mural me entusiasmo y pienso en retomarlo. Y a mí me encanta hacer esto, lo disfruto. Antes lo disfrutaba más porque iba a buscar el autor a las ocho y pico de la mañana y estábamos hasta la tarde, haciendo notas
almorzábamos juntos, y después hacían las charlas en Mar del Plata y Pinamar; ahora esas notas son todas telefónicas. Me falta un poco de eso pero hay complicidad con muchos autores. Santiago Kovadloff me hizo un favor que nunca voy a terminar de agradecer; tenía a un ser querido internado a punto de morir y no lo atendían y él intercedió para que lo hicieran al poco tiempo y le salvaron la vida. Se generan ese tipo de relaciones. Me pasa con Felipe Pigna, con López Rosetti, con Darío "Z", Rolón, y no sigo porque me voy a olvidar de mucha gente. Estaría una hora más nombrando escritores pero bueno, vos tenés que cerrar la nota. A mí me enriqueció mucho el ciclo, me hizo mucho bien, y me hace muy bien.
Mirá la entrevista completa de Marcelo Franganillo con MDZ