La vaca, el toro y la evolución frustrada
Cómo era hace millones de años, o cómo será en el futuro la vida en el universo sin seres humanos, es una pregunta difícil de contestar.
Había una vez una vaca; en la quebrada de Humahuaca quizá, o no, cómo saberlo. Corría el año 57.362.024, sin que quedara del todo claro si era antes de Cristo o después de Cristo, porque lo importante era que, para ese año, no existían los humanos en el planeta. Si era el año a.C., no había aun evolucionado la humanidad desde los primates, y si era d.C., estaba ya extinguida, pero en definitiva, lo sustancial es que en esa época no había gentes sobre la faz de la tierra, ni seres pensantes en ningún otro punto del universo.
La vaca, por supuesto, no era una vaca como las de ahora; sería más correcto llamarla “animal bovino”, ya que tenía un grado de evolución distinto al de los vacunos que vemos pastando por ahí. Pero al final no importaba si los animales bovinos eran o no eran vacas y toros, porque no había quien los llamara por ese o por otro nombre, o sea que el grado evolutivo que tuvieran esos animalitos de dios era indistinto.
Y ya que apareció nombrado el buen dios en el relato, es necesario aclarar que su figura era por esos tiempos bastante poco utilizada. Si es que había hecho al mundo y estaba en su séptimo día descansando, o si directamente no existía, era a los fines prácticos casi lo mismo: ningún ser del universo se creía hecho a su imagen y semejanza, nadie le rezaba ni le pedía por
su vida eterna, no se producían guerras ni genocidios en su nombre, y él no podía andar mandando al infierno a quienes desobedecieran sus mandatos.

Si al final, los animalitos de Dios no tenían el raciocinio suficiente como para darse cuenta de si estaban haciéndole caso o no, así que, al parecer, la vida era bastante más simple en el planeta en esos tiempos que en la actualidad, sin dominantes ni dominados, solo con animalitos andando por ahí. Eso sí, a veces unos animalitos se iban comiendo a otros, pero sin dominaciones, solo a través del uso de sus libertades individuales, que tan útiles son algunas veces para que el más grande se coma al más chico: los bichitos más pequeños eran seres libres hasta que, de repente, se convertían en el almuerzo de uno más grande, y eso había sido todo para esos animalitos de dios en el mundo de los vivos.
Circunstancialmente, la vaca era interrumpida en su pastoreo por algún toro que andaba por ahí, preso de sus instintos, y con ganas de andar haciendo cosas con las hembras de su raza, o mejor dicho, hacer cosas sobre ellas, aunque la vaca elegida no quisiera. Cosas que claramente solo hacen los animales que no tienen raciocinio; un macho pensante jamás abusaría así de las hembras de su especie, pero bueno, tampoco había machos pensantes en esa época.

Un buen día, pasó algo distinto. Un monito (o monita, cómo saberlo) se puso a golpear dos piedras y a sacarles chispas, sobre unas hojitas secas que casualmente se habían juntado, quizá por el otoño. El monito (o monita) jugaba y jugaba con eso de hacer chispas sobre las hojas secas, y ya en algunos de los intentos un poquito de humo salía desde debajo de las hojitas, como que parecería que quizá un fueguito podría estar por empezar a prenderse. Imposible suponer que ese animalito entendiera las implicancias futuras que podría tener para el planeta (y para dios, si es que existía) que lograra aprender a hacer fuego, a cocinar comida, a cambiar su dieta, a desarrollar su cerebro y a evolucionar en un futuro lejano y después de muchas generaciones, en algo que podría quizá llamarse, con un poco de buena voluntad, “un ser pensante”.
Pero lo realmente importante fue que al toro, que ya tenía satisfechos sus apetitos sexuales, no le parecieron interesantes las chispitas y el humo que empezaba a salir; corrió hacia el monito (o monita) y logró que ese primate saliera disparado hacia el árbol más cercano y trepara raudamente a la copa del mismo. Luego de eso, se paró sobre las hojas humeantes y las meó profusamente, retrasando con ese simple acto la evolución de aquel animal hacia la que probablemente sería una nueva especie humanoide, hasta un punto en el que quizá evitó que esos seres evolucionados aparecieran tan siquiera alguna vez sobre la faz de la tierra.
La vaca siguió pastando, como si nada. Dios, si es que existía, se debe haber agarrado una bronca tremenda; pero nada podía hacer, ya que así debía ser el descanso del séptimo día de su creación. Y quizá por esa humilde acción del toro, nunca nadie jamás le rezará en el futuro, ni se creerá que tiene que pedirle por su vida eterna, ni generará guerras para sojuzgar a quienes crean en él de forma diferente. Cómo saberlo.
* Pablo R. Gómez, escritor autopercibido.
Instagram: @prgmez

“Camino”, de san Josemaría Escrivá, best seller gracias al desafío de una app

Monotributo vencido: el paso a paso para consultar y pagar tu deuda

Anses confirmó un extra mayor a $200.000 para madres: los requisitos

Los tres signos zodiacales que más mienten a sus parejas según la astrología

Fría y nublada: el pronóstico de la primera semana de otoño en Mendoza

¿Por qué cargar el celular con la funda puesta puede ser dañino para el cel.

Encontraron muerta a la mujer de 83 años buscada en General Alvear
