¿Deberíamos celebrar el Día Internacional de la mujer y la niña en la ciencia?
Este día fue proclamado en 2015 por la Asamblea General de la ONU con el fin de lograr el acceso y la participación plena y equitativa en la ciencia para las mujeres y las niñas.
Escribir sobre la importancia de la mujer en los ámbitos de la ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM, por sus siglas en inglés) siempre me ha resultado algo complicado porque temo caer en frases hechas y remitirme a los mismos ejemplos de siempre. Además, hasta me resulta un poco discriminatorio porque prefiero hablar de científicos en general, y no referirme a un género en particular. Siempre me pregunto: ¿por qué tiene que haber un día especial para este tema? ¿Acaso somos minusválidas o merecemos un trato especial simplemente por ser mujeres? ¿No es acaso una forma de desmerecer a las mujeres en ciencia?
Pero una vez que me formulo estas preguntas, recuerdo que no debo olvidar lo afortunada que soy. Nací en una época en que se empezaban a resquebrajar los modelos tradicionales de mujer “ama de casa y madre”. Crecí y me eduqué en países donde había cada vez más mujeres profesionales en todas las áreas, y que una niña estuviera interesada en una carrera científica no era visto como una excentricidad. También soy consciente de que todo esto no ocurrió espontáneamente, sino que fue el resultado de años de activismo feminista, en el que participaron tanto mujeres como varones. Sumo a lo anterior que también me vi favorecida por plantas del género Dioscorea, la materia prima para que Carl Djerassi desarrollara los primeros anticonceptivos orales, permitiendo que las mujeres pudiéramos planificar la maternidad. Porque sí, tener hijos es maravilloso para muchas mujeres (me incluyo), pero negar que esa decisión tiene un costo en una carrera científica sería de necios.
Sí, soy afortunada también porque si me remonto al pasado, más allá de las siempre nombradas Marie Curie y Rosalind Franklin, hay innumerables historias de mujeres que, con enorme esfuerzo y eliminando dificultosas barreras culturales, realizaron aportes significativos en variadas disciplinas científicas, aunque muchas fueron prácticamente borradas de la historia oficial. Cada vez que leo un comentario del tipo “pero casi todos los premios Nobel son hombres” o “los hombres fueron los únicos capaces de construir la bomba atómica” simplemente me divierto pensando en el poco conocimiento que esas personas tienen de cómo funcionó siempre el sistema científico.
Tomemos el caso de Lise Meitner, por ejemplo. Meitner fue la primera física que describió la fisión nuclear, y no estuvo involucrada en el proyecto Manhattan simplemente porque se negó a participar por principios éticos. Su historia es fascinante, no solo por sus descubrimientos científicos, sino por todo su recorrido para poder estudiar y trabajar en su disciplina. A pesar de una inteligencia sobresaliente, realizó gran parte de su trabajo en forma gratuita porque “no había cargos para mujeres”, y lo pudo hacer gracias al apoyo financiero de su padre. A la discriminación por género se sumó la persecución por su condición de judía en épocas de nazismo, por lo que no solo perdió su nacionalidad austríaca, sino que también fue expulsada del laboratorio donde trabajaba con su colaborador, Otto Hahn. Fue el mismo Hahn, entonces director del instituto, el que ejecutó la orden de expulsión. No obstante, Hahn buscó ayudarla para que se exiliara, y Lise continuó sus investigaciones en Suecia. En ese país, trabajando junto con su sobrino Otto Robert Frisch, fue la primera en describir y explicar la fisión nuclear. Tanto Meitner como Hahn fueron nominados al premio Nobel de química pero, por esos caprichos de la época, solamente le fue concedido a Hahn en 1944. Cuando en 1947, después de la guerra, se realizó la ceremonia de entrega de los Nobel del año 44, Otto Hahn no mencionó en su discurso los treinta años de colaboración con Meitner, que fueron los que le habían permitido obtener el galardón. Así se borraban a las mujeres de la historia de la ciencia.
No puedo dejar de mencionar a una de mis heroínas, la Dra Rita Levi-Montalcini, una neuróloga italiana que descubrió el primer factor de crecimiento conocido en el sistema nervioso, y obtuvo el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1986. Si bien en su caso el reconocimiento existió, llegar a concretar su vocación involucró un camino muy arduo por su condición de mujer.
Recomiendo especialmente su autobiografía, titulada “Elogio de la imperfección”, donde narra las múltiples vicisitudes y escollos que enfrentó. Rita nació en Turín, Italia, y si bien su padre era muy tradicional, al ver la profunda vocación de su hija y su enorme espíritu independiente, la apoyó en su decisión de estudiar medicina. Encaró esa aventura con su prima Eugenia Sacerdote de Lustig, que luego emigraría a Argentina y sería la primera en probar la vacuna poliomielítica en nuestro país. En 1937, y en un paralelismo con la historia de Meitner, la carrera científica de Rita se vio en peligro por las leyes raciales de Mussolini que negaban a los judíos, entre otras cosas, el acceso a puestos de investigación. En medio de esa tragedia, logró continuar con sus actividades científicas en forma clandestina y en condiciones muy precarias. Increíblemente, esos trabajos configuraron la base para su investigación posterior.
Podría continuar narrando historias fascinantes de mujeres que se animaron a desarrollar sus vocaciones científicas, a pesar de los innumerables impedimentos que encontraban para hacerlo simplemente por ser mujeres. Seguramente muchos varones de esa época tampoco pudieron concretar carreras científicas por un sinfín de motivos, pero ninguno de esos motivos estaba vinculado a su género.
Reitero un concepto que vertí al comienzo: soy afortunada por la época y por el entorno. No soy una experta en temas de género, pero si bien en Argentina quedan algunas deudas pendientes (particularmente en cargos directivos superiores), mi experiencia indica que existe una cada vez mayor participación de las mujeres en todas las disciplinas de la ciencia, e incluso un crecimiento en aquellas que son consideradas tradicionalmente “masculinas”, como las ingenierías y la ciencia de datos.
Pero no nos olvidemos esa parte del mundo que todavía discrimina y traba el desarrollo educativo de la mujer. En Irán, hace más de 40 años, las autoridades buscaron excluir a las mujeres de la vida pública. Hoy en día, enfrentan detenciones, torturas, encarcelamiento e incluso penas de muerte por luchar contra la discriminación. En Pakistán, Malala Yousafzai (Premio Nobel de la Paz 2014) sufrió un atentado en 2012, a los 15 años, por querer educarse. El régimen talibán que regía en su poblado prohibía la asistencia a la escuela de las niñas. En Afganistán, desde hace décadas, las mujeres afganas han luchado por el derecho a la
educación. Según UNESCO, en 2018 había alrededor de 130 millones de niñas sin acceso a la educación en todo el mundo, en gran medida por discriminación de género. Sin educación, no existe ni la ilusión de poder soñar con una carrera científica.
Por eso quizá sí es necesario celebrar un día internacional de la mujer y la niña en la ciencia. Tenemos varios motivos: para no olvidar a las científicas que nos precedieron y abrieron caminos, para sostener los logros y, quizá lo mas importante, para que esos logros se extiendan a las mujeres en todo el mundo. Quiero concluir con una mención especial a las mujeres israelíes que, en este momento trágico, representan la modernidad, el estudio, el coraje y la esperanza en medio de una de las zonas más hostiles para las mujeres en el mundo.
* Sandra Pitta. Farmacéutica y Doctora en Biotecnología Vegetal. Investigadora Independiente CONICET.
Autora de “CONICET: la otra cara del relato”