Literatura

Dos desconocidos que se conocen: un cuento para cortar la semana

Cada tanto es recomendable tomarse unos minutos, hacer un alto y leer un relato.

Nacho Cangas miércoles, 20 de noviembre de 2024 · 10:40 hs
Dos desconocidos que se conocen: un cuento para cortar la semana
Transmiten una sensación de lejanía muy grande entre ellos, llevan  pintadas en sus caras esas expresiones de incomodidad o indiferencia. Foto: Freepik.

Ya no es lo mismo que antes; eso lo tengo claro. No es necesario conocerlos en profundidad o poseer alguna habilidad detectivesca para deducirlo, dado que se nota a kilómetros –aunque en mi caso a unos simples metros espiando desde otro banco–. Y por más que lo único que hayan hecho esos dos jóvenes fue entrar al parque y sentarse en el primer banco que vieron, dejaron bien en claro absolutamente todo a la hora de hacer esas simples acciones. Transmiten una sensación de lejanía muy grande entre ellos, llevan  pintadas en sus caras esas expresiones de incomodidad o indiferencia, y caminan como si quien tuvieran al lado no estuviera ahí mismo. Con cada cosa, manifiestan que su relación ya no tiene la misma forma. A pesar de que esta es la primera y última vez que veo a estos dos humanos, sé a la perfección que no están actuando como siempre lo hacen, o al menos, como antes lo hacían. Sin evidencias ni dudas, puedo afirmar que ese algo que los une, por llamarlo de alguna manera, se está muriendo. Y esa pronta muerte es la causa del comportamiento de ambos; eso lo tengo claro. 

Desconocidos parecen. Son dos desconocidos que se conocen entre sí. Dan la sensación de que cada uno estaba recorriendo las calles de Parque Patricios y se encontró al otro para que, sin pronunciar una palabra, se pusieran de acuerdo en entrar al parque y sentarse. Tal vez sus barbijos y las manos en los bolsillos son otros recursos que ayudan a que el sentimiento de rareza se perciba todavía más en el aire. Además, están sentados de una manera particular, y llámenme exagerado o muy imaginador pero lo cierto es que esos dos humanos están dejando que entre ellos exista una clara distancia. También, por la forma en  que ninguno se acerca más al otro, ambos deben tener entendido que ese espacio no se puede invadir bajo ninguna circunstancia. Esto entre nosotros no se acorta más, me comunican sus miradas

Dan la sensación de que cada uno estaba recorriendo las calles de Parque Patricios.

Y todo a causa de ese algo que fallece, porque si no, ¿qué más sería? Como dije, cualquiera podría sacar conjeturas y terminar en la misma conclusión con solo verlos actuar así por unos segundos. No tengo que espiarlos más para darme cuenta de que ese fuego – dándole una forma más tangible– ya no está ardiendo de la misma forma. Dejó de ser esa gran hoguera que generaba un calor cálido, apacible y afectuoso; y que era alimentada con papel y madera por ese alguien que, también, ya no parece ser tanto ese alguien. Se lo empieza a mirar, escuchar y sentir diferente. Sigue siendo esa persona con el mismo nombre, el mismo cuerpo y la misma cara; pero algo cambió, y pocas veces se sabe qué es. Lo peor es la forma en la que ese cambio tan notable y visible golpea de manera tan fuerte y dolorosa. 

Cada tanto los ojos de uno se posan en el otro, pero cuando es devuelto el gesto, dirigen la mirada hacia otro lado con rapidez. Se los ve tan tímidos, tan incómodos. Realmente son dos completos desconocidos. Por momentos se me ocurre la estupidez de acercarme y preguntarles algo, o incluso peor, de sentarme en el banco que está frente a ellos. No podría hacer algo tan malvado y frío. Terminaría provocando que se desconociesen por completo, generando que empiecen a mirar al otro casi con disgusto u odio. Siento que la mejor opción  –no sé si para mí, para ellos o para los tres– es que deje de mirarlos por un rato, pero la tarea se me hace imposible cuando los noto levantarse y volver por donde vinieron. 

Cada tanto los ojos de uno se posan en el otro, pero cuando es devuelto el gesto, dirigen la mirada hacia otro lado con rapidez.

Tal vez caminando en silencio la motivación para arriesgarse y dar el paso les llegue más rápido, y con “dar el paso” no me refiero a bajarse el barbijo y robarle un beso al otro para destruir la barrera que los separa. Cuando hablo de arriesgarse en ese vínculo y momento en particular, hablo de terminar con ese algo, de admitir que existe una barrera que los separa y de echarle de una vez por todas un baldazo de agua fría al fuego. Y tengo presente y bien sabido que las mentes de ambos se van a transformar en dos herramientas de tortura para lastimarse a sí mismos al preguntarse qué, cuando y por qué pasó lo que pasó. De hecho, van a llorar y recordar con dolor la mayor parte del pasado hasta que se den cuenta de que como hay cosas que suceden por una razón, hay otras que pasan porque simplemente pasan, convirtiéndose en preguntas sin respuestas. Van a haber litros y litros de lágrimas  hasta que se percaten de esa injusticia. 

Cuando hablo de arriesgarse en ese vínculo y momento en particular, hablo de terminar con ese algo, de admitir que existe una barrera que los separa.

Sin embargo, estoy seguro, y quisiera acercarme a ellos para afirmárselos, que con el tiempo podrán entender que apagar el fuego de una vez por todas era lo mejor, en vez de verlo morir y agonizar hasta el último momento. Hasta incluso me atrevería a decir que, tiempo después de que cada uno tome su camino, se van a volver a encontrar, ya sea que esté planeado o suceda por pura casualidad, y van a estar felices de verse. Se van a abrazar, van a tomar algo y, quién sabe, tal vez compartan un momento como los de antes. Ahora tan solo falta que uno de esos dos desconocidos tome el balde y lo llene de agua. Lo más probable es que caminando algunas cuadras alguno empiece a hablar, disolviendo ese silencio entre, y diga lo que se tiene que decir. La pregunta es: ¿cuántas cuadras van a ser necesarias hasta que eso suceda? Ojalá, y verdaderamente lo deseo, ojalá que no sean muchas.

Nacho Cangas.

* Nacho Cangas. Influencer literario.

IG: _nacho_cangas

Archivado en