Furor en Netflix: "La sociedad de la nieve", a través de uno de los protagonistas
El relato en primera persona de Roberto Canessa, uno de los protagonistas de la historia que atravesó fronteras y transformó a la Cordillera de los Andes en un espacio de peregrinación.
El 13 de octubre de 1972, un avión de la Fuerza Área de Uruguay que transportaba a un grupo de jugadores de rugby, se estrelló en la Cordillera de los Andes. Los días pasaban sin noticias de las víctimas de este siniestro mientras las familias de los involucrados esperaban novedades que tardaron casi tres meses en llegar. Hablar de la tragedia o del milagro de los Andes marca una diferencia en la concepción de lo sucedido y el significado que tuvo para los protagonistas.
Tras el rescate de los 16 sobrevivientes, el 22 de diciembre de 1972, miles de personas alrededor del mundo tuvieron la oportunidad de conocer la historia que marcó a toda una generación a través del cine y la literatura. A la par, los sobrevivientes pudieron transformar las dificultades en desafíos y metas por cumplir.
Roberto Canessa fue uno de los protagonistas de este milagro junto a otras 15 personas que sobrevivieron a las inclemencias de montaña. A pesar del tiempo transcurrido, su relato está lleno de datos precisos, imágenes que quedaron grabadas en la memoria y el recuerdo de los amigos que ya no están pero permanecen en esa montaña que supo contener durante tres meses a ese grupo de jóvenes deportistas que formaron "la sociedad de la nieve".
Hablar de la muerte no es fácil y acompañarla mucho menos. Los sonidos, olores y sensaciones se hacen presentes en cada frase y a medida que avanza la historia, la pronunciación se vuelve frágil dando paso a las emociones.
La sociedad de la nieve
El miedo a la muerte estuvo presente desde que el avión que los trasportaba hacia Chile comenzó a moverse y se mantuvo hasta el momento en los helicópteros acudieron al rescate. A partir de la "sociedad de la nieve" que formaron en la montaña, aprendieron cuáles son las herramientas necesarias para encarar la adversidad. "En un equipo cuando uno está contento va tirando hacia adelante a los que están tristes. En diferentes momentos y distintas personas...la soledad es terrible", dijo Canessa.
Fueron momentos muy duros y fuertes los que tuvieron que atravesar durante los 72 días que estuvieron atrapados en la cordillera pero si bien hubo múltiples dificultades, ninguno habla de tragedia sino de un milagro que fue posible gracias a la comunidad que formaron en las alturas y que al día de hoy perdura. "Tuvimos que crear una sociedad de la nieve con parámetros totalmente diferentes donde la muerte era parte, nuestros amigos muertos eran la comida… había toda una adaptación a la montaña que cuando salimos nos encontramos con un mundo totalmente diferente. Caminábamos por la calle y si pasaba un camión cerca sentíamos que era un alud…estábamos inmersos en esa sociedad que habíamos formado", dijo con algo de nostalgia por lo vivido.
"Una vez que volvimos a nuestros hogares nos costó volver a adaptarnos a la cotidianeidad, me resultaba raro acostarme en la cama y poder separar las piernas pero pronto te acostumbrás a lo bueno...", destacó cerrando la frase con un suspiro profundo y agregó: "Me acordaba de los gritos de mis amigos, a veces siento que todavía me susurran al oído".
"Soy el padrino de la hija de Nando, él es el padrino de uno de mis hijos, Roy Harley está casado con la hermana de mi señora, juego al tenis con Gustavo Zerbino todas las semanas, nos vemos muy seguido...", destacó Canessa dando cuenta de los vínculos que se forjaron a partir de lo vivido y agregó: "Algunos de mis pacientes son sobrinos nietos de mis amigos que fallecieron, el contacto es permanente con los sobrevivientes y las familias… siempre nos apoyaron".
"Hemos logrado que las heridas cicatrizaran...mirando hacia atrás pienso que me tocó ser como un animal en experimentación…"
Roberto Canessa es médico, la profesión que eligió lo lleva a estar en permanente contacto con la vida y la muerte, de la misma manera que hace 51 años cuando estaba perdido en la montaña junto a los tripulantes del avión que se estrelló en la cordillera de los Andes. "A mis pacientes hoy les digo que treparemos la montaña juntos... allá aprendí lo fácil que era la muerte…estábamos rodeados de amigos muertos sabiendo que la línea entre la vida y la muerte era muy sutil y tenue", afirmó.
Con 19 años le tocó atravesar una historia que lo marcaría de por vida junto con sus amigos y compañeros de equipo. La convicción con que atravesó las dificultades en el medio de la hostilidad de la montaña es la misma que hoy lo lleva a ponerse al frente de diversas causas sociales junto con sus compañeros y "hermanos de la vida".
Con 70 años, afirma: "Hemos logrado que las heridas cicatrizaran...mirando hacia atrás pienso que me tocó ser como un animal en experimentación…qué pasa si ponés a un ser humano en el medio de la cordillera con nieve…¿qué es lo bueno?...el conocimiento, el físico, la fe en Dios…"
Las respuestas van surgiendo a medida que avanza en un relato cargado de emoción, no es fácil revivir ciertas sensaciones que despierta el recuerdo de los que no pudieron salir de la montaña. "Me acuerdo cuando volví al lugar donde cayó el avión acompañado de mi hija... me decía que no le gustaba ese lugar porque era muy triste. En ese momento sostener su mano me daba fuerza…imaginaba que mis amigos fallecidos me veían y se reían de mí diciendo “Roberto mirá la barriga que tenés“, recordó con la voz entrecortada y agregó: "Me acordaba de los gritos de mis amigos... a veces siento que todavía me susurran al oído", contó y en ese momento una larga pausa se apoderó de la conversación.
Al momento del accidente, Roberto estaba en su primer año de la carrera de medicina, los incipientes conocimientos lo transformaron en el encargado de ayudar y curar a los heridos. "Mientras hacía cosas me sentía bien, curaba las heridas, cortaba la comida para los demás y con otros compañeros hicimos las bolsas de dormir y frazadas con los forros de los asientos que encontramos en el fuselaje del avión", explicó.
"Cuando miraba ese grupo, me daba cuenta que era la persona indicada para caminar ya que muchos tenían las piernas rotas… algunos me decían 'Roberto yo soy un parásito y dependo de tipos como vos para caminar' . Nunca pensé eso…éramos las piernas del grupo, en todo grupo siempre hay que poner lo mejor sino el grupo es mediocre", dijo.
Después de unos días sin indicios de un posible rescate, el grupo decidió armar un equipo de expedicionarios formado por los jugadores del equipo de rugby que tenían como objetivo trasladarse hasta el lugar donde había quedado enterrado el fuselaje del avión. Si bien habían perdido mucho peso, en el caso de Roberto más de 30 kilos, la juventud y el entrenamiento producto del deporte de alto rendimiento que practicaban les permitió llevar a cabo la travesía a través de la nieve.
"Fuimos hacia la cola del avión e intentamos hacer andar la radio, Escuchabas que en Chile empezaba la primavera y nosotros estábamos con nuestros amigos muertos ahí...armamos las máquinas de hacer agua con los respaldos de los asientos puestos al sol e hicimos todos los acondicionamientos necesarios para transformar el fuselaje en un refugio de montaña", explicó.
Un arriero que se transformó en un "jugador" clave en la historia
Tras muchos intentos de exploración en la cordillera, el 12 de diciembre Roberto Canessa acompañado de Fernando Parrado y Antonio Vizintín emprendieron una caminata hacia el oeste. Caminaron por más de tres días a través de la nieve que cubría gran parte de sus extremidades y con un improvisado abrigo realizado con los forros de los asientos del avión.
Vizintín regresó con el grupo que había permanecido en el refugio montado a partir de los restos de la aeronave mientras que Canessa y Parrado continuaron la marcha en busca de ayuda. Después de unos días visualizaron un caudaloso río, caminaron siguiendo el cauce y el 22 de diciembre pudieron ver a lo lejos a unos hombres con una ovejas. "El ruido del agua no nos permitía comunicarnos y no podíamos gritar, estábamos muy débiles...", contó Canessa y dijo: "Uno de los hombres tomó una botella, puso un papel y lápiz y nos las arrojó. Nando escribió un mensaje explicando lo que había sucedido y al día siguiente aparecieron los rescatistas".
Ese hombre era Sergio Hilario Catalán Martínez, un chileno de 43 años que, junto a su hijo, puso en conocimiento a los Carabineros de Puente Negro sobre el encuentro ocurrido en la montaña. Al día siguiente, un sábado 23 de diciembre, 72 días después del accidente, los sobrevivientes fueron rescatados.
La superproducción de Netflix
Los relatos de los protagonistas fueron plasmados en el libro "La sociedad de la nieve" de Pablo Vierci que fue adaptado por el aclamado director de cine Juan Antonio Bayona en la producción de Netflix que se estrenó ayer.
La película comenzó a gestarse hace 12 años cuando Pablo Vierci recibió una carta de Juan Antonio Bayona en la que el director de cine le contaba su fascinación por la historia del Milagro de los Andes. Ese primer contacto tuvo varias idas y vueltas, desde consultas e intervenciones por parte de los sobrevivientes, hasta entrevistas extensas que el director realizó con el objetivo de conocer en profundidad esa "sociedad de la nieve" que logró el milagro.
Cuando uno se adentra en los detalles de lo vivido por estos jóvenes rugbiers, la palabra milagro surge como explicación de lo sucedido. Para el común de las personas, el relato sobre los días eternos donde las dificultades afloraban en medio de un lugar hostil sumado al ingrediente morboso dado por el hecho de que, ante días de inanición, los sobrevivientes se vieron obligados a consumir parte de los cuerpos congelados de sus amigos muertos en el accidente; transformaron la historia en una experiencia épica digna de ser llevada a la pantalla grande.
La adaptación del libro "La sociedad de la nieve se da luego de un proceso que fue madurando en el transcurso de 11 años. "Lo que más me gusta es la empatía y profundidad con la que Bayona quiere abordar el tema, sumado a que será una película en español con una visión coral sobre los 45 pasajeros que abordaron el avión", explicó Vierci en una entrevista exclusiva con MDZ realizada meses atrás.
"Con Bayona nos encontramos en Londres en el 2017 y empezamos a trabajar casi de inmediato, luego fuimos a España y después visitó Uruguay en 2018. Ha sido un trabajo exhaustivo y fascinante porque siento que se plasma lo que cada uno siente, a través de las emociones y razonamientos propios", finalizó.
Un lugar sagrado
Desde hace más de 50 años, la zona del Valle de las Lágrimas donde estaba el avión se ha transformado en un lugar de peregrinación y culto para los visitantes. La curiosidad inicial generó una transformación de la zona que hoy es considerada un lugar de elevación espiritual debido a los hechos que sucedieron. "Volvemos con frecuencia a Mendoza, la provincia siempre acompañó mucho al padre de Nando y San Rafael es un lugar que visitamos seguido. Tendríamos que haber salido por Argentina pero a veces agarrar el camino más difícil te puede llevar a buen puerto...no hay que desanimarse", dijo mirando hacia atrás.
"Para nosotros la enseñanza fue que no hay que esperar que los helicópteros te vengan a buscar sino que hay que salir a buscarlos. Cuando tenés un problema hay que encarar las soluciones y salir a dar los pasos que correspondan y no quejarse tanto...hasta que no te quedás sin agua y comida no te das cuenta que la vida depende de uno mismo", destacó y agregó: "No hay que esperar que se caiga el avión para ser agradecidos en la vida, hay que dimensionar los problemas y las dificultades".
Roberto hoy tiene tres hijos con la mujer que al momento del accidente era su novia. "Mi hijo mayor se llama Hilario porque mi señora hizo la promesa de que si sobrevivía le iba a poner el nombre del lugar donde estábamos que era los Altos de San Hilario. Somos novios desde los 15 años…", contó.
"Como comunidad las familias de los compañeros que no volvieron van al colegio con mis nietos, eso ha sido muy bueno. La biblioteca "Nuestros hijos" ha sido una buena iniciativa para la memoria, a nivel rugby la creación de Los tréboles ha servido como soporte escolar, el Quebracho es un club deportivo de box en zonas de extrema vulnerabilidad. Hemos optado por derramar solidaridad a partir de lo vivido y en memoria de los que ya no están y eso nos llena de orgullo", finalizó.