El pueblo que está al pie de un volcán activo y se puede visitar pocos meses al año para disfrutar de sus aguas sanadoras
Copahue es un pueblito único. Vive de un volcán activo y en invierno se cubre de nieve. Sus vapores y aguas curativas atraen a muchas personas. Puesteros en veranada y pausas para relax.
Un grupo de personas se embadurna el cuerpo con barro; parecen estatuas vivientes pintadas de gris brillante. Huelen raro y se meten en una laguna que burbujea. Otros, muchos, pasean en bata por las callecitas del pueblo, dejando pudores de lado. Hay olor a azufre, pero así como el cuerpo se acostumbra, en poco tiempo el olfato también. Vapores calientes salen por todos lados, geiseres enanos que fluye en campos lodosos, rodeados de manchones de nieves y enormes praderas con flores amarillas. Se escucha el chiflido constante del viento que se mezcla con el ruido de una cascada. Sonidos naturales.
Ahí, a más de 2 mil metros de altura y al pie del volcán Copahue, las nubes se mueven mucho más rápido que las personas. Hay caminares lentos; pausas y un estado de letargo reflexivo. “Este año las aguas están más fuertes”, dice una señora que cada temporada viaja a renovarse en las termas. Y se refiere a la intensidad de los minerales. Copahue es el volcán más activo de Argentina; el número uno en riesgo de erupción. También es el que genera, con su actividad, aguas, barros y vapores que curativos, renovadores, hirvientes, olorosos. A sus pies está el un pueblo temporal, que abre por pocos meses. En invierno se esconde bajo la nieve. En verano, es un sitio casi místico, justo en el límite con Chile.
Las termas tienen un complejo entramado de cañerías, baños y cavernas para aprovechar las bondades de la naturaleza. El propio volcán dispone. Es una mole viva: debajo de la tierra hay un Kamaji natural que dispone de las temperaturas, intensidades y disponibilidad. Agua caliente, vapores sulfurosos, una laguna verde, algas y minerales varios. La infraestructura se montó sobre lo que la naturaleza había hecho antes.
Para llegar hay que recorrer unos 400 kilómetros desde Neuquén, pasar por el hermoso Cajón del Hualcupen y también por Caviahue, ese paraíso de araucarias y cascadas que terminan el lago agrio, un espejo de agua que por su composición impide que haya vida.
Baños
Al entrar a las termas habrá una pequeña revisación médica y recomendaciones, una hoja de ruta a seguir. Baños calientes en tinas que aflojan todos los músculos, hidromasajes, la olorosa laguna del chancho, vapores naturales que desafían la conciencia, tratamientos estéticos y, sobre todo, la promesa de un reinicio.
Copahue tiene pocas calles. En varias de ellas hay casas rodantes de personas que, cada año, llegan para renovarse. Hay muchas personas mayores, adultos que saben de las propiedades curativas de sus aguas. También deportistas, aventureros y algunos visitantes ocasionales. Si el plan es relajarse, hay un primer paso dado: no hay señal de celular; por más que se insista en buscar.
El volcán hace saber de su vitalidad. Cada tanto, hay fumarolas que lo advierten. Argentina y Chile tienen un monitoreo constante de la actividad volcánica y sísmica. Este verano fue ideal para visitarlo, pues está en “verde”, sin riesgo inminente. Con una excursión de pocas horas a pie se puede llegar al cráter. Con menos esfuerzo, incluso, se puede bordear su ladera y los alrededores, incluido el hito limítrofe, cascadas, glaciares y nieves eternas.
En los últimos 250 años tuvo 12 erupciones. En 1992 y 2000 fueron las más importantes. Pero el 22 de diciembre de 2012 el Copahue avisó de nuevo: lanzó una columna eruptiva que alcanzó los 1500 m sobre el cráter. “Desde entonces, el volcán Copahue ha presentado manifestaciones casi de forma permanente, con emisión esporádica de ceniza, ocurrencia de explosiones freático-freatomagmáticas en el interior del cráter y actividad sísmica de magnitud variable. Además, el lago cratérico ha experimentado vaciamiento y recuperación posterior, evidenciando un sistema altamente dinámico”, explican técnicamente desde el monitoreo.
Experiencias
Como si fuera una caverna, el ingreso a la sala de vapores se abre da curso a un habitáculo oscuro y una nube caliente invade. El cuerpo traspira al extremo llevándolo a un delicado equilibrio entre el placer y el agobio. Se abren los poros y se respira caliente. En ese límite, conviene tirarse agua fresca en el cuerpo y generar ese shock. Cuerpos aletargados sentados en sillones de madera; algunos rayos de sol se cuelan por unos pequeños vidrios que son la única conexión con el exterior. El vapor viene directo del volcán, por canales de agua caliente que corren por debajo. El burbujeo se escucha.
La sesión dura 15 minutos. Luego, a recuperarse del descanso en una sala vidriada que tiene vista a la laguna del chancho, ese lodasal que remite a la niñez. A diferencia de un espá convencional, en Copahue hay convivencia con otros, es una mini ciudad dedicada a ese disfrute.
De unas cañerías antiguas surgen aguas calientes con distintas propiedades. “El agua del mate” permite tomar esa infusión sin mediación: sale desde la tierra con la temperatura justa para cebar y no quemar la yerba. Las vertientes de agua sulfurosa y ferruginosa también son de “canilla libre” y se usan para distintos tratamientos. Pero desde muy cerca del cráter del volcán surge una vertiente de mineralización fuerte “sulfatada, clorurada, ferruginosa”, con un PH ácido que también tiene propiedades muchas veces usadas en tratamientos médicos. De allí también surge el río Agrio, uno de los cursos de agua más hermosos del mundo; con cascadas y saltos enormes.
La ruta de los sueños
La ruta para llegar parece un sueño. El camino se encajona entre cerros y en el fondo de los valles hay algunos puestos que se reactivan con el calor. La ruta entorpece una vida cotidiana ancestral. Es época de veranada y el andar de las ovejas, cabras y chivos tienen prioridad. Aparecen en el camino y hay que esperar. El arreo es coreográfico. Los crianceros a caballo, perros rodeando y los chivos que emulan a los que tienen adelante. Autos, motos y algunos otros intrusos esperan; y deben esperar.
En invierno los puestos están tapados de nieve. Desde noviembre comienza la caminata desde los valles bajos hacia la cordillera más alta, donde casi no hay fronteras. Pastos frescos para el engorde, caminatas de días enteros; como lo hacían los tatarabuelos y lo hacen, menos, los bisnietos. “Me gusta andar a caballo. Más hilar la lana”; dice Benjamín. El niño está en Copahue; recorre las termas vendiendo queso de cabra, cueros de chivo lanudo y oveja; también artesanías.
Hace temporada en el lugar y en invierno vive con sus padres en el paraje Pichauhe. Los tres, junto con el resto de la familia están en plena veranada. “Son cuatro días a caballo para llegar”, dice Juan Bautista Torre, el padre.
El hombre tiene 59 años y su rutina de criancero y la experiencia como jinete la adquirió desde que nació; también en Pichahue. Se conoció de adolescente con Genoveva y ahora están casados, hace décadas. Ella trabaja aún más: hilando, tejiendo, haciendo las cosas de la casa. Brisa y Carlos, los otros niños que, como jugando, ofrecen productos regionales viven el Caviahue, el pueblo que gracias a su centro de esquí tiene turismo todo el año.
Ellos dicen no disfrutar del volcán como los turistas. Incluso recuerdan los males que les trajo, varias veces, cuando el Copahue y otros conos vecinos escupieron cenizas que, caída en los pastizales, mata al ganado. Pero como ocurre en muchos sitos MAB del mundo, están en convivencia con lo que la naturaleza impone.
Donde viven no tienen agua y deben caminar un largo trecho para llegar a una vertiente y juntar en bidones, carretillas y donde puedan. "Nadie se acuerda de nosotros en invierno", dice Juan Bautista. En esa vida dura, casi toda la rutina está atada a la supervivencia. Antes de que salga el sol, se sacar el ganado. Buscar leña, agua, curtir cueros; hilar la lana. Hasta que se esconde el sol; para refugiar a los animales, descansar y esperar el nuevo sol naciente. De lejos hay un hombre parco, de aspecto y carácter duro. Es el hermano de Juan Bautista. “No quiero nada. Vienen, sacan fotos y se van…y nosotros nos quedamos acá, solos”, dice y tiene razón. Tras algunas semanas, Copahue volverá a cerrar, a taparse de nieve, ellos volverán a pasar el invierno y el volcán gobernará esa tierra inhóspita.
Fotos: Sasha Capozucca