Batalla de Tucumán: una victoria decisiva en la guerra por la independencia argentina
Todos los 24 de septiembre conmemoramos la batalla de Tucumán, un enfrentamiento producido en 1812 en las inmediaciones de la ciudad de San Miguel de Tucumán durante la segunda expedición auxiliadora al Alto Perú en el marco de la Guerra de la Independencia Argentina.
El general al mando fue Manuel Belgrano secundado por el coronel Eustoquio Díaz Vélez , cuya actuación célebre en el noroeste argentino ,conteniendo a los realistas hasta lograr frenar su avance en la zona, hace que su nombre sea inolvidable. Junto con la batalla de Salta, que tuvo lugar el 20 de febrero de 1813, el triunfo de Tucumán permitió a los rioplatenses confirmar los límites de la región bajo su control. La orden del Triunvirato era que el Ejército del Norte se replegara hasta Córdoba. Sin embargo, Belgrano se detuvo en Tucumán, donde la población estuvo dispuesta a sumarse al ejército.
La victoria del 3 de septiembre en el combate de Las Piedras entre su retaguardia, comandada por Díaz Vélez, y dos columnas de avanzada de la tropa de Tristán confirmó su propósito; logró prender al jefe de la columna, el coronel Huici y una veintena de soldados. Despachó a Juan Ramón Balcarce hacia la ciudad, ordenándole reclutar y entrenar en la medida de lo posible un cuerpo de caballería a partir de los milicianos locales, con cartas para la rica y poderosa familia Aráoz, dos de cuyos integrantes, Eustoquio Díaz Vélez y Gregorio Aráoz de Lamadrid, prestaban servicios bajo su mando como mayor general o segundo jefe y teniente respectivamente.
El 9 de septiembre, el éxodo acantonó en la Encrucijada, un paraje ubicado a 36 km de la ciudad de Tucumán. Allí recibió a la comisión de autoridades tucumanas que le pusieron a disposición hombres, pertrechos y dinero. Este gesto patriótico fue el último
fundamento que la conciencia de Belgrano necesitaba para modificar una orden a todas luces deshonrosa. En el ejército, tres oficiales fueron decisivos para frenar el retroceso y dar batalla en Tucumán: Díaz Vélez, Balcarce y Manuel Dorrego. Fue la artillería revolucionaria la que inició el combate, bombardeando los batallones realistas de Cotabambas y Abancay, que respondieron cargando a la bayoneta.
Belgrano ordenó responder con la carga de la infantería de Warnes, acompañada de la reserva de caballería del capitán Antonio Rodríguez, mientras que la caballería de Balcarce cargaba sobre el flanco izquierdo de Tristán; la carga tuvo un efecto formidable. Lanza en ristre, avanzaron haciendo sonar sus guardamontes y con tal ímpetu que la caballería de Tarija se desbandó a su paso, retrocediendo sobre su propia infantería y desorganizándola hasta tal punto que sin encontrar casi resistencia la caballería tucumana alcanzó la retaguardia del ejército enemigo.
La providencial aparición de una enorme manga de langostas, confundió a los soldados y oscureció la visión, acabando de descomponer el frente. Las versiones tradicionales refieren que fue tal la confusión sembrada por aquel enjambre de langostas
que hizo parecer a los ojos de las fuerzas españolas, un número muy superior de tropas patriotas, lo que habría provocado su retirada en la confusión. Belgrano, a su vez, desconocedor del resultado se retiró del campo central y acampando en el Rincón de Marlopa, intentaba recomponer su tropa cuando encontró al coronel José Moldes, quien había desempeñado el grueso de las funciones de observación.
Díaz Vélez envió al teniente Paz en busca de Belgrano, el que le transmitió al general que regresara de inmediato porque la batalla había sido ganada y que su presencia era necesaria para asegurar el triunfo definitivo de las armas patriotas, tomando las decisiones que correspondían. Asimismo, Tristán, temeroso de lo que podía esperarles a sus tropas dentro de la ciudad, optó por amagar un par de entradas, pero ordenó la retirada ante los primeros disparos enemigos. Luego hizo un último intento por la vía diplomática, intimando a Díaz Vélez a rendirse en un plazo de dos horas, bajo amenaza de incendiar la ciudad. Díaz Vélez le respondió con vehemencia, invitándolo a que se atreviera, ya que las tropas de la Patria eran vencedoras y que había hecho 354 prisioneros tomados al ejército realista.
Agregó que, de ser necesario, degollaría a los prisioneros, entre los que se encontraban cuatro coroneles. Tristán no se atrevió a cumplir con su amenaza y pernoctó fuera, dudando acerca del curso a seguir; por la mañana encontró a la tropa de Belgrano a sus espaldas, que lo intimó a rendirse por medio del coronel Moldes. El jefe realista contestó, rechazando la oferta, que "… las armas del rey no se rinden…". A continuación se replegó con todo su ejército hacia Salta, mientras 600 hombres al mando de Díaz Vélez le
hostigaba su retaguardia en su huida al norte, logrando tomar muchos prisioneros y rescatar también algunos que habían hecho las tropas realistas.
Citando al historiador Bartolomé Mitre lo que hizo más gloriosa esta batalla no fue tanto el heroísmo de las tropas y la resolución de su general, sino la inmensa influencia que tuvo en los destinos de la revolución americana. La misma habría salvado no sólo la revolución argentina, sino que contribuyó de una manera muy directa y eficaz al triunfo de la independencia americana. Según sus propias palabras, si Belgrano, obedeciendo las órdenes del gobierno, se hubiera retirado (o si no se hubiese ganado la batalla), las provincias del Norte se habrían perdido para siempre, tal como se perdió el Alto Perú para la futura República Argentina.
* María Ámali Mashad y Pablo Andrés Escribano son Profesores de Historia de la FFyL de la UNCuyo.