Rincón literario

La frialdad del café y de los corazones, sincronizados por antepenúltima vez

Charlas filosóficas penetran en problemas cotidianos, prolongando encuentros que bien podrían solucionarse con menos trámite.

Pablo Gómez domingo, 17 de septiembre de 2023 · 07:00 hs
La frialdad del café y de los corazones, sincronizados por antepenúltima vez
Solo me molestan los seres irracionales, animales o humanos. Pero que sean felices che; eso sí… lejos de mí por favor. Foto: MDZ

El tipo movió la cabeza hacia ambos lados, como negando, mientras miraba por la ventana del bar con la vista perdida en un lejano punto del más allá. Frente a él, la mujer revolvía el café esperando una respuesta a su pregunta; aunque no había sido específicamente una pregunta, sino más bien una definición de vida que pretendía fuera ratificada. Finalmente, el hombre largó su
sentencia:

-No soporto convivir con cosas imprevisibles: no me gustan los temblores, ni los animales, ni los tontos de las pelotas.

La frase no es que la hubiera sorprendido del todo; conocía más que bien a su interlocutor y era de esperarse un posicionamiento semejante. Aunque la verdad era que, el modo en que el hombre había expresado en un formato tan simple conceptos que pretendían ser profundos, no pudo menos que dejarla con la boca abierta.

-Entiendo que no te gusten los temblores, qué le vamos a hacer, vas a tener que aguantarlos, así es Mendoza… pero no puedo creer que odies a los animales y que hagas esos planteos tan antisociales.

-Yo no odio a nadie, me parecen divinos todos los perros y los gatos y los canarios, todos en fila, pero no quiero convivir con ellos, lo único que pretendo es que esos animalitos sean felices lejos de mí.

-¿Y las personas qué, también todas lejos de vos?¿Pretendés vivir en una isla?

-Todo bien con las personas, si es que mínimamente piensan en algo. Solo me molestan los seres irracionales, animales o humanos. Pero que sean felices che; eso sí… lejos de mí por favor.

Solo me molestan los seres irracionales, animales o humanos. Pero que sean felices che; eso sí… lejos de mí por favor.

-¿Y nuestro hijo entonces? No llega al año de vida, es absolutamente irracional, o sea ¿tampoco lo querés?

Solo me molestan los seres irracionales, animales o humanos. Pero que sean felices che; eso sí… lejos de mí por favor.

-Los niños sí, me parecen seres maravillosos, sobre todo el nuestro, por supuesto. Pero no creo que sean irracionales: son como una computadora recién comprada, con toda la memoria disponible para cargar conocimientos, y aprendiendo día a día miles de cosas. Esas sí que son personas copadas, solo son irracionales en lo que no han tenido aún la oportunidad de aprender. No, mi problema son esos adultos considerados “normales” por quienes los rodean, pero que aún con todo un mundo intentando explicarles de qué va la cosa, igual se empeñan en ser tontos de las pelotas.

-Ah, claro, el señor tiene la verdad revelada, el que no piensa como él está equivocado…

-En lo más mínimo. No me importa si los demás piensan como yo o piensan diferente, es más, se pone más divertida la vida mientras más personas haya que opinen distinto. Mi problema es con esos seres que, de puro ahorrarse la materia gris que llevan virgen entre las orejas, se convierten en imprevisibles, como un buen animalito; aunque los animales no han tenido la chance de
razonamiento que tienen esas personas, ahí sí que les sacan ventaja a los tontos de las pelotas.

No me importa si los demás piensan como yo o piensan diferente

La mujer dejó ya la cucharita, en el borde de un café que a esta altura estaba más frío que la relación entre ambos:

-En definitiva… ¿me vas a dar la tenencia del pibe? Porque no termino de entender cómo entró la humanidad a este tema tan simple.

-Sí más vale, los papeles que digan lo que quieras, me da igual. Lo que me molesta es tener que pasar por tanta burocracia llena de tontos de las pelotas para poder ver a mi hijo un par de días por semana.

Ella se echó para atrás en la silla, y una ligera mueca que bien podría haberse confundido con una sonrisa, se dibujó en su rostro. En la calle, frente al bar, un colectivo frenaba llenando de chirridos al ambiente; pero aún esos ruidos molestos le resultaban soportables, mezclados con lo que acababa de escuchar de boca de su ex. Al final, tener que aguantar durante el tiempo que tarda en enfriarse un café a ese tonto de las pelotas, al que supo amar en el pasado, parecía haber dado sus frutos una vez más.

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