Vio cómo su madre asesinó a su padre, quedó huérfano, fue adoptado y 55 años después logró un asombroso hito
Adoptar un niño es sin duda un acto de gran amor, aun en circunstancias muy dolorosas. Roberto Catalá es un ejemplo de resiliencia y superación.
Roberto Catalá tiene 59 años, vive en la ciudad de Neuquén desde que era chico. Tenía casi cuatro años cuando su mamá asesinó a su padre frente a él y a sus dos hermanos. Así comienza su historia de vida, marcada por la tremenda violencia de género con desenlace fatal, fue capaz de atravesar años muy tristes, pero supo quedarse con lo bueno del aprendizaje de cada tristeza.
Difundir la adopción es el objetivo principal que lleva Roberto Catalá en cada travesía. Es que sus primeros años de vida estuvieron marcados por la violencia que ejercía su padre hacia su madre. “Hasta que mi vieja se cansó y le pegó tres tiros a mi padre y lo mató delante mío y de mis otros dos hermanos, que eran más chicos”, contó a MDZ. “Cuando mi padre vio a mi madre que le apuntaba con el revólver, me metió debajo de la cama”, agregó.
Roberto, un analista en marketing político de profesión, hace 15 años que decidió escalar montañas. En varios intentos, pudo hacer cumbre en el Aconcagua y en el Cerro Bonete, entre otros. Con mucho valor afirma que “la montaña es un deporte que me ha permitido perdonarme” por que pudo encontrarse a sí mismo y lo alentó a crear conciencia sobre la adopción.
"Soy agradecido, yo soy adoptado. Me dio mucha vergüenza y tuve que romper muchos mitos conmigo mismo, con el tema de dar a conocer que era adoptado”, confesó Roberto.
Hace pocos días llegó a la cima, 7105 metros de altura del pico Korzhenevskaya, la tercera montaña más alta de la cordillera del Pamir de Tayikistán, en Asia Central: “¡He llegado! ¡Feliz!. Lo hice solo”, escribió en sus redes Roberto, quien pronto cumplirá 60 años, y con este logro se convierte en el primer latinoamericano en hacer cumbre en uno de los cinco “picos del Leopardo de las Nieves” en la antigua Unión Soviética.
Cuando llegó a la cumbre, Roberto desplegó la bandera argentina y un cartel con la frase “Agradecido de la vida. Yo fui adoptado”, un mensaje que ha llevado hasta lo más alto de todas las montañas, un mensaje que llena de emoción en cada aventura que se propone desde su posición de hijo adoptado porque considera que “se habla mucho de los años que tienen que esperar las familias que desean adoptar, pero en realidad hay que enfocar la problemática sobre los tiempos que tiene que esperar ese chico para ser adoptado mientras permanece en un hogar o en una institución”
Unos días antes de llegar a la cima, a 5400 metros sobre el nivel del mar, Roberto subió en sus redes unas imágenes donde se lo veía en su carpa junto a otros elementos de la travesía y saboreando un café.. “Noche en la montaña a 5400 msnm, los desayunos son en campo base", posteó.
Subrayó que “hacer cumbre es el primer paso" porque el proceso "es la cumbre”, una frase que lleva consigo en cada aventura que la tiene muy presente. "Uno tiene el apoyo emocional y material de muchísima gente que ayuda en algo que no le es propio pero que siente como suyo”, dijo.
La montaña le enseñó a encontrarse consigo mismo y con sus errores. Pero, sobre todo, ese proceso “te permite estar con vos mismo”. “Por más que vayas con cincuenta personas al lado, uno camina solo en una hermosa meditación, en un encuentro con uno todo el tiempo”, añadió.
Roberto contó que, con su madre tras las rejas, unos tíos decidieron que lo mejor era llevarlo con ellos, pero un tiempo después lo entregaron a una vecina que conocían porque no podían hacerse cargo de un hijo más. Mientras vivía con sus tíos, Roberto pasaba varias horas en la casa de esta vecina, Elvira Catalá, una mujer de 54 años a quien todos llamaban doña Lula, y que no podía tener hijos.
Se encariñó tanto con aquel chico que un día doña Lula le preguntó si quería quedarse definitivamente con ella. “Pasé de dormir en el piso a tener un cuarto propio; de pedir pan, de sentir hambre, a tener comida y amor todos los días”, confesó emocionado. Además de brindarle cuidado y contención, lo más importante que le dio fue la educación. “Y eso se lo agradecí siempre hasta su muerte hace unos años”, describió Roberto.
Con su madre adoptiva Roberto vivió hasta los 19 años, cuando se fue a estudiar a Buenos Aires, donde cursó abogacía. Luego, formó una familia y tuvo tres hijos.