Filosofía low cost y botines de cuero de un futuro campeón
Los sueños y las esperanzas de quienes algún día quizá triunfen en un estadio de fútbol se viven de a miles desde mucho antes del minuto inicial del partido, momento en el que tan solo once entran a la cancha. En este capitulo de Rincón Literario, Pablo Gómez nos trae esta buena historia.
Hoy no jugué bien en el entrenamiento. La verdad es que el partidito que jugamos después de la charla técnica se desarrolló más que nada por el otro lateral, y no tuve chances de que el nuevo vea lo bien que juego. Porque el técnico de las inferiores cambió, y ahora todo lo hecho es lo mismo que nada, hay que empezar a demostrarle al nuevo; y hoy, no pude. Pero en fin, ya se me
dará… espero.
Bastante me ha costado ya venirme desde el interior de este interior que es Mendoza, para que no se me dé. Aunque allá en el pueblo también somos mendocinos, pero igual cuando decimos “me voy para Mendoza”, es porque nos venimos a esta ciudad, que son como media docena de ciudades todas juntas, y en mi caso, venirme para que me “descubran”, es todo un viaje. Hace ya
algunos meses que pasé la prueba de ingreso al club, está bueno que acá haya cuatro equipos en primera, bah, en las dos primeras de la liga nacional. Somos varios los pibes en la pensión, en donde el club nos banca el alojamiento y tres comidas por día. Para el resto de los gastos… suerte che. Yo tengo que agradecer que cuento con el acompañamiento de todo el pueblo, si hasta los
vecinos de mi barrio venden empanadas los domingos a la mañana a la salida de la misa para mandarme unos pesitos para mis cosas. ¡Todo el pueblo va a estar contento cuando yo llegue a primera y los relatores porteños me nombren en la tele!
“Fulanito, del pueblo de tal por cual”. Ja. Mis viejos van a llorar de alegría. Voy a tener que meter como mil goles para poder agradecer a todos los que colaboraron, espero hacerlos antes de que me fichen para Europa, que si no, no van a poder escuchar mis dedicatorias por la radio al final de cada partido, ja. Por otro lado, la verdad es que me da un poco de bronca no poder cumplirle a mi papá con que iba a seguir estudiando al menos hasta terminar la secundaria. No es que no pase acá mil horas al pedo, es que los horarios de los entrenamientos te cortan el día, y después llegás reventado a la pensión, y no da para más que una duchita y boludear un rato con el celu, hasta que llegue la hora de la próxima comida. Está bueno el celu en eso, te evita andar pensando de
más, y la hora de la cena llega más rápido.
Afuera, la gente de por acá sigue su vida como si nada. Vaya uno a saber en qué andan todas esas personas que desde la ventana de la pieza se ven pasar por la vereda, o las que me cruzo en el mercadito de la esquina cada vez que voy a comprar un cacho de fiambre para pasar la tarde… si supieran que están frente a un futuro campeón, me cansaría de firmarles autógrafos, ja. Pero no.
Para eso tengo que esperar, ya se me va a dar. Acá en la pensión estoy todo el día con el Negro, el Cachito y el Rulo, que vienen también de otros interiores como el mío, pero distintos. Cada vez que hablamos de nuestros pueblos nos sorprendemos por las cosas iguales que pasan en todos los lugares, pero también por las diferencias. Cuando hablamos de fútbol… la cosa se pone más
áspera. Con el Cachito jugamos en la misma posición, y solo uno de los dos va a subir a fin de año (pobre Cachito). El Rulo y el Negro juegan más atrás, pero si no me la pasan en los entrenamientos, me acuestan, no me puedo lucir. Así es que al final, juguemos en el puesto que juguemos, terminamos mirándonos con recelos; sin quererlo, mi futuro depende del de ellos, y al
revés también… veremos.
Ya llega la hora de otro entrenamiento. Y allá vamos. A tomarnos el micro en la esquina, que nos va a llevar hasta la puerta de la cancha, o mejor dicho, hasta la puerta de nuestros sueños. Está medio fresco el día, ojalá que el nuevo hoy sí se dé cuenta de mis habilidades; por mi vieja, te juro que hoy se me da…