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“Alguien abusó de mí y por mucho tiempo sólo pude sobrevivir”

Durante mucho tiempo María sintió que la vida sólo era algo que pasaba, no se sentía digna de disfrutarla. En una búsqueda que no era del todo consciente, llegó a un retiro que cambió su corazón para siempre: “Entendí lo que era la vida en abundancia”.
María fue abusada cuando era niña y tardó años en sanar la herida: recién pudo hacerlo cuando hizo el programa Del dolor a la gracia Foto: Shutterstock
María fue abusada cuando era niña y tardó años en sanar la herida: recién pudo hacerlo cuando hizo el programa Del dolor a la gracia Foto: Shutterstock

“Se puede dejar de sobrevivir y empezar a vivir”, dice María. En su tono hay cierto alivio y también una dosis de esperanza. Su afirmación es una certeza a la que llegó tras haber transitado el dolor. “Cuando era chica alguien cercano abusó de mí. Actualmente me puedo acordar detalles, pero en ese momento se ve que lo bloqueé”, cuenta sin dar muchos detalles. 

Durante mucho tiempo esto quedó escondido en un rincón de su ser. Pero, aun silenciado, el abuso del que había sido víctima tuvo consecuencias. “Tenía siete años cuando eso pasó pero después, cuando fui adolescente y luego de estar varios años de novia con el mismo chico, me ponía a llorar cuando él me besaba. Entonces empezaron a volver los recuerdos. Ahí me cayó la ficha de lo que había pasado”, explica. Sentía que no podía hablarlo con nadie y trató de buscar ayuda yendo al médico. “Pero no le daba mucha información y los médicos tampoco hacían muchas preguntas”, dice. 

Sentado frente a María, el padre Matías Jurado -que desde hace 6 años coordina el programa Del dolor a la gracia para personas que hayan sufrido abandono o abuso- explica que el olvido es un mecanismo de defensa muy común. “Hay un proceso de amnesia y la persona tiene todas las secuelas en la vida pero sin identificar de dónde”. Y agrega que “es muy frecuente en los casos de abuso que la persona esté presente pero la cabeza esté en otro lado. Es un mecanismo de defensa que se activa porque la carga emocional es tan fuerte que si no la persona se volvería loca”. 

Mucho después María comenzó a hacer terapia. “Fui por otro motivo”, aclara y enseguida se ríe y agrega: “En realidad, era por eso pero yo no lo identificaba: tenía los síntomas pero sin saber cuál era la causa. Me costó muchísimo decírselo a mi psicólogo y en ese momento pensé que lo tenía súper trabajado”, confiesa. Matías vuelve a comentar: “Esto también se repite en muchos casos: cuesta tanto ponerle nombre a lo que uno vivió que al decirlo, cuando la angustia se serena un poquito, piensa que ya lo resolvió. Y el deseo de que ya esté resuelto lleva a que las personas lo ‘empaqueten’ y lo metan -de nuevo- debajo de la alfombra cada vez que vuelve a aflorar”. 

Las secuelas del abuso en la vida de María

“Siempre me sentí distinta, pensaba que no iba a poder tener una ‘vida normal’. Era muy noviera, siempre estaba saliendo con alguien y tenía relaciones que no eran del todo sanas”, dice María. Y en su búsqueda de explicaciones, en algún momento descubrió por qué: “Tengo recuerdo de, estando re de novia y enamorada, imaginarme el momento en el que él me pidiera casamiento. Soñaba una escena súper romántica en la que mi respuesta era: ‘Antes de responderte, tengo que contarte algo’. Y cuando compartía mi historia le decía que él tenía que decidir si quería casarse conmigo”, relata. 

A continuación hace la relación entre este pensamiento frecuente y sus relaciones poco sanas: “Cuando me enganchaba con un chico que era relativamente sano boicoteaba la relación para no llegar a ese punto. Y si no, sin darme cuenta, me relacionaba con chicos con los que no iba a tener un futuro entonces nunca iba a pasar eso. Sentía que tenía que contarle al otro que estaba sucia, que me hice eso, que lo permití”. 

El padre Matías interviene para explicar que esto también es frecuente en las personas que sufrieron abuso: se sienten responsable de haberlo provocado o culpables por haberlo permitido. “La víctima recibe un mensaje -explícito o no- de quien la abusa o abandona. Como el niño es autorreferencial, todo lo que pasa pasa por él y siente que es su culpa”, señala. 

“Cuando ya fui más grande y caí en todo lo que me había pasado pensaba: ‘Bueno, tampoco era un bebé. ¿Cómo no lo impedí? ¿Cómo no le dije no?’”, relata María y añade: “Ahora sé que no, pero en ese momento pensaba que era toda mi culpa”. 

Del dolor a la gracia: un camino de sanación 

Por casualidad y mientras buscaba ayudar a otros, María conoció el programa Del dolor a la gracia que el padre Matías, junto a un grupo de profesionales voluntarios, lleva a cabo desde 2017. “Este programa de cinco días fue desarrollado por la doctora Theresa Burke quien a mediados de los 90’ creó El viñedo de Raquel, un programa de acompañamiento posaborto. Se dio cuenta de que muchas de las personas que llegan a un aborto lo hacen porque en algún momento sufrieron un trauma como el abandono de los padres o el abuso”, explica Matías que tradujo al español el programa de sanación por abuso

El programa se lleva a cabo en un encuentro intensivo de 5 días y aunque es un taller, tiene una presencia de la fe muy fuerte. “Recibís herramientas psicológicas y hay mucho trabajo comunitario con gente que ‘habla tu mismo idioma’”, detalla Matías. “¡Exacto!”, lo interrumpe María y habla desde su experiencia: “Ahí te das cuenta de que hay otros que también vivieron lo que vos pasaste y se sintieron como vos. ¡No estás solo! Hay gente que te entiende de verdad y que te acompaña”. 

Pasaron unos meses desde que María supo de la existencia del programa hasta que se confirmó la fecha en la que lo realizaría. “En ese tiempo tuve pesadillas. Fue como si de repente hubiera abierto los ojos”, cuenta y sigue: “La previa fue durísima y lloré desde que llegué al retiro. No le pasa a todo el mundo, pero yo tenía 33 años y estaba sacando demasiados años de llanto acumulado”.

Pasaron años desde que hizo el programa que marca como un hito en el pasaje de la supervivencia a la vida y al que Matías define como “una cirugía a corazón abierto”. “En el programa se cuida mucho a las personas pero también se llama a las cosas por su nombre. Es como un quirófano en el que uno mismo se opera el corazón. Te doy el bisturí, las pinzas, te sostengo la mano… pero el trabajo lo tenés que hacer vos”, comenta. 

María asiente. En un parpadeo recuerda esos días en los que lloró años de dolor acumulado. “Las lágrimas te hacen dar cuenta de que duele”, reflexiona y se remite al nombre del programa: “El retiro se llama Del dolor a la gracia, ya está marcando que hay que atravesar el dolor” . Y vuelve a la metáfora médica. “Una vez leí una frase que dice algo así como: ‘¿Por qué ahora duele más que antes? ‘Porque ahora elegiste la cura en lugar de la anestesia’. Y es esto que decía al principio: antes sobrevivía -y esa anestesia me ayudó, pude sobrevivir muchos años- pero la idea es vivir y el retiro te ayuda a trabajar la herida para que cicatrice y deje de estar en carne viva”. 

Reconocer la herida y sanar el cuerpo

Dos aspectos clave para que el programa funcione son el sigilo y la validación. “Todos se comprometen desde el inicio a un acuerdo de confidencialidad que se respeta muchísimo y todo ocurre en un espacio de sumo cuidado”, explica María con respecto a la reserva que habilita a los participantes a compartir -en la medida en que lo deseen- las consecuencias su historia. 

Al mismo tiempo, los profesionales insisten en la validación. Según María, “cuando empezás a escuchar la historia del otro, pensás: ‘Ah, bueno, lo mío no fue nada’. Pero después comenzás a validarlo y reconocer que sí es, a partir de ahí podés empezar a trabajarlo”. 

Matías acota que es algo muy arraigado en la sociedad invalidar los sentimientos. “Alguien dice: ‘Me corté una mano’ y otro responde: ‘Bueno, pero hay gente que se cortó una mano y una pierna. No tenés de qué quejarte’. Y a eso se suma que si crees que fue tu culpa no podés llorar, no podés quejarte, no podés hacer nada. Y se activa un mecanismo de defensa que te hace pensar: ‘Lo mío tampoco fue tan grave’, como decía María”. 

Otro punto fundamental es que, al ser tan intenso el trabajo, tienden a caerse esos mecanismos de defensa y eso, junto al trabajo comunitario, facilita trabajar sobre la herida. “Lo hacés de la mano con otros que están en la misma y por eso es distinto a hacerlo en un consultorio”, dice María quien destaca la importancia de hacer terapia antes y después de este programa pero vive en primera persona el valor agregado de la comunidad. 

Durante los primeros días el foco está puesto en la herida pero la última noche el tono cambia. “Comenzamos a preparar el regreso a la cotidianeidad. Se labura más en positivo”, anuncia Matías. Y María comenta que entre las herramientas del programa los participantes reciben “tips de alimentación, sueño o respiración y no sólo lecturas o cosas más espirituales”.

El lugar de la gracia en la sanación del abuso 

“No se si podría existir este programa sin espiritualidad, dejando afuera a Dios”, afirma María. Y justifica: “Para mí el retiro te muestra el corazón de Jesús. Siempre conocés la forma de amar o de actuar de Jesús, digamos que conocés sus modos, pero acá te metés en su corazón, un corazón que sufrió tu dolor”. 

Con un recorrido espiritual, se anima a decir que “más que un retiro de sanación es de Resurrección”. Dice que a partir del retiro entendió qué significan las palabras de Jesús: “He venido para que tengan vida y vida en abundancia”. “Dios que no permitió ni quiso que a mí me pasara lo que me pasó”, sentencia María y sigue: “a veces hay quienes dicen: ‘Dios permite para’ y no, Dios no lo permite sino que lo sufre conmigo. Y aprovecha este dolor para regalarme mucho más: ‘Vas a dejar de sobrevivir y no sólo vas a vivir sino que vas a tener vida en abundancia’. Te potencia la vida”. 

Para ella el retiro fue el paso entre la supervivencia y la vida. Luego pudo dar otro paso más: de la vida a la abundancia. Fue cuando pudo perdonar. “No significa que no pasó nada sino que el perdón es algo que uno mismo se regala. Me parecía que había un abismo al perdón que, como dice Mati, no es una decisión que uno toma sino el final de un proceso en el que uno encuentra paz en el corazón. Tres años después del retiro y con todo un proceso en el medio, pude perdonar. No tuve necesidad de hablar sino que sentí una paz que nunca había sentido y empecé a vincularme de una forma sana”, recuerda. 

Entonces, cambió también su relación con el cuerpo. “Empecé a conectar mejor con lo físico, siempre había trabajado mucho más en mi cabeza y mi corazón pero empecé a integrar más a mi cuerpo. Un día me dí cuenta de que hasta bailaba de una forma distinta, mi cuerpo se movía con más libertad”, relata María con una sonrisa. 

Matías, que conoce la de María y otras historias de sanación explica por qué: “La herida es a través del cuerpo a la afectividad, al intelecto y también al espíritu. Por eso el proceso de sanación pasa por todos los niveles. No se labura sólo desde la espiritualidad sino que, literalmente, se pone el cuerpo”. Y Dios regala la gracia.