Rincón literario

Despertares no deseados, whatsappeos inoportunos y silencios que dicen todo

La conexión permanente a través de nuestros dispositivos puede generar confianzas o suspicacias, preocupaciones o calmas, pero eso sí, han cambiado nuestras vidas para siempre. Pablo Gómez desde su rincón literario en MDZ nos trae esta historia.

Pablo Gómez domingo, 16 de julio de 2023 · 07:01 hs
Despertares no deseados, whatsappeos inoportunos y silencios que dicen todo
Y allí, con su mirada nebulosa, en el rincón literario de esta semana. Foto: MDZ

Se levantó con ganas de ir al baño, sin tener en claro qué hora era, ni con exactitud, ni tan siquiera aproximadamente. El sueño le había llegado con naturalidad y el despertar con deseos de satisfacer sus necesidades fisiológicas había sido también como habitualmente le ocurría, por lo que bien podría llevar durmiendo media hora, o quizá el sol estaba ya pronto a asomar por el
horizonte, cómo saberlo. O mejor dicho, sí había cómo saberlo, y en eso estaba, intentando acostumbrar su vista a la oscuridad para observar el reloj de pared de la sala principal de su vivienda.

Y allí, con su mirada nebulosa, mezcla de la penumbra del ambiente y del bamboleo por el que aún pasaba su cabeza, lo vio: la aguja chiquita había avanzado ya hasta el primer cuarto del reloj, mientras la grande, al parecer, acababa de pasarla, con esa velocidad que la caracterizaba y que, aunque no dejaba ver su movimiento a simple vista, le permitía de todos modos dar una vuelta completa a la esfera numerada mientras la petisa tan solo avanzaba un cachito más, en su eterno giro; la verdad era que, cuando enseñaron la hora en tercer grado, había faltado una semana entera a la escuela por una de esas enfermedades que asolan a la niñez, y desde aquellos lejanos ocho años, siempre había tenido dificultad para saber con exactitud qué hora era, y le tomaba un cierto tiempo deducir lógicamente lo que las agujas tan simplemente le declaraban.

En este caso, que eran casi las tres y veinte de la mañana. Luego de satisfecha la necesidad, volvió a la cama, y recién ahí agarró el celular. Eso es tener ganas de ir al baño: esperar a agarrar el dispositivo recién a la vuelta. Parece tonto aclararlo, pero es
realmente difícil de lograr, y digno de remarcar cuando ocurre, eso sí. En definitiva, que ya con el celu en la mano, abrió el WhatsApp, y se dirigió directamente al contacto que pretendía observar.

Con el celu en la mano, abrió el WhatsApp, y se dirigió directamente al contacto que pretendía observar.

-Tiene la última conexión hace tan solo media hora –se dijo internamente, con una cara de preocupación que nunca nadie vio porque estaba en la soledad más absoluta -¿qué hago, le pongo algo, le pregunto, o dejo que pase como si nada, a ver si después me cuenta? La disyuntiva terminó por espantar al plácido sueño que bien podría haber cubierto su cuerpo y alma nuevamente y a la brevedad, pero la definición del asunto copó sus pensamientos, como si se tratara de una cosa de vida o muerte.

-A ver razonemos –se contestó, incluyendo el plural en su charla interna, atento a que dos sectores de su cerebro competían por llegar a buen puerto a la brevedad con el asunto –no hace tantos años que tenemos disponible el estado de conexión, antes salíamos y hasta que no volvíamos nadie sabía qué había pasado en el entretanto, y a veces, era hasta mejor así; ojos que
no ven, corazón que no siente, decía mi abuela… -Además
–se dijo como consolándose –mi viejo siempre decía que dormía tranquilo porque las malas noticias llegaban rápido, así que, la falta de comunicación, implica que todo está en orden…

-Pero ahora que me doy cuentacontinuó con su razonamiento -¿con quién estuvo chateando? Porque si se conectó, con alguien habló, eso seguro. Aunque claro, yo acabo de entrar al WhatsApp y no hablé con nadie… En esas disyuntivas inútiles andaba su mente, cuando sintió a una llave abriendo la puerta. La persona recién llegada se dirigió al dormitorio, con sigilo y quitándose el calzado para no generar sonidos; aunque como siempre ocurre en estos casos y ya la Ley de Murphy bien lo ha declarado, no pudo menos que llevarse por delante una silla, haciendo finalmente más ruido del que hubiera sido esperable.

Recomponiéndose, se asomó a la habitación para detectar si su entrada “triunfal” había despertado a quien de todos modos no dormía, pero, aunque intentó observar en la oscuridad, no pudo tener respuesta a su duda. -¿Dormís? –preguntó despacito, con ese volumen que uno utiliza esperando que escuche quien no duerme, pero no lo suficientemente fuerte como para despertar a quien disfruta del sueño.

Como respuesta, desde un rostro con los ojos entreabiertos en la oscuridad, pero que se hacían los cerrados, solo recibió una respiración falsamente profunda, que intentaba simular un suave ronquido, cerrando de ese modo el diálogo que de todos modos nunca había comenzado…

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