Cuando pensabas que no te veían
Miradas, momentos, gestos, palabras, todo queda en ellos, en sus ojos, en sus oídos, en su actuar... Más allá de lo qué les decimos, aprenden mucho más con lo qué ven. Lucrecia Sáenz reflexiona en MDZ y nos deja su opinión.
Un día como cualquier otro, llegamos del colegio, tomamos el té, todo sigue su rumbo. De pronto percibo una situación qué me genera enojo, y algo de tristeza. Una de mis hijas le dice a otra:
- Salí, siempre molestando vos, grita y lo dice de mala manera.
- No me hables así, contesta su hermana.
- Basta, andate nena, finaliza.

Observo desde afuera, pienso qué hacer, hasta qué decido intervenir: "No le hables así a tú hermana, ¿no te decimos siempre qué hay que decir las cosas de buena manera?", intervengo, intentado solucionar la disputa. "Pero mamá, así nos retas vos, ¿Por qué yo no le puedo gritar si vos nos gritas para pedirnos las cosas?", responde mi hija. Muda, me quedo muda, con tan solo 6 años me dejó sin palabras. Pienso, sigo pensando y le respondo: "Tenes razón hijita, creo qué es algo qué tenemos qué mejorar juntas, gracias".
Esta pequeña historia, es real, me pasó hace algunos años con una de mis hijas y ese día entendí muchas cosas que mis años de carrera no me habían enseñado. ¡Qué duro! Qué difícil cuando nuestros propios hijos nos marcan los límites, nos devuelven nuestra propia imagen frente al espejo.
Mi pequeña me enseñó algo fundamental, aquello que hacemos es lo que ellos aprenden, lo que ven. Podemos decir una y mil veces: no grites, hablé bien, no trates mal, pero si ven lo contrario, no pueden, es algo contradictorio. ¿No les parece?
Desde aquel día comencé a mirar más lo que hago y no tanto lo que digo, es difícil, pero cuando lo logro da muchísimos resultados. Aprendí que si quiero que sean buenas personas, generosas, educadas, primero debemos empezar por nosotros mismos.
Me impresiona día a día cuando veo en mis hijas y en otros niños actitudes de sus propios padres, las cuales no fueron enseñadas, sino imitadas. Y esto no se da solo con lo negativo, también ven cuando ayudamos, cuando respondemos bien, cuando somos buenas personas, eso también lo ven y lo valoran muchísimo. No es cuestión de solo ver lo que hacemos mal, también hacemos cosas muy lindas y valiosas que ellos también ven e imitan. Son lo que son gracias a todo esto también.
Cuando trabajaba en el colegio, por más de 10 años, cada vez qué citaba a algunos padres para hablar de algunas cuestiones sobre sus hijos los veía ingresar y muchas veces veía a sus propios hijos. Los veía en lo bueno y lo malo. Hoy me veo a mi en mis hijas, también en lo bueno y lo malo. Me llena de orgullo y también me incentiva a mejorar, a ser mejor persona. Gracias a ellas aprendí muchísimas cosas y he logrado ser una mejor persona.
Somos padres, pero también fuimos hijos, y nuestra manera de ser padres está empapada por nuestra propia historia, somos lo qué aprendimos y muchas veces eso replicamos. Es importante amigarnos con nuestra historia, trabajar nosotros mismos si queremos trabajar con ellos. Ayudarnos, respetarnos y no culparnos. Lo qué hacemos lo hacemos por amor, por entrega, pero es importante ayudarnos a nosotros mismos para poder mejorar la dinámica familiar.
Luego de años de profesión, decidí abocarme a la orientación a padres justamente porque desde allí podemos construir y mejorar la realidad de los más pequeños. No siempre, pero la gran mayoría de las veces me encuentro que no es necesario un tratamiento con ellos sino con los padres. Ayudando a los padres, ayudándonos a nosotros mismos logramos grandes cambios. Tal vez no son grandes cuestiones, sino simplemente cambio de ciertas rutinas, hábitos, conductas.
Cuestiones qué nos ayudan a mejorar nosotros para luego mejorar para con ellos.
* Lucrecia Sáenz de Santa María, Psicopedagoga – Especialista en Crianza
@mejumaro.crianza.
mlsantamaria@gmail.com

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