Exceso de velocidad: los temores que genera ChatGPT
Hasta ayer fue del metaverso, hoy todos hablamos del ChatGPT, el chatbot capaz de entablar una conversación en lenguaje natural con los usuarios sobre casi todos los tópicos. Puede responder preguntas complejas, escribir discursos e incluso producir textos. Su evolución vertiginosa despierta alarma.
En realidad, inteligencia artificial convive con nosotros casi desde el inicio de la web. El algoritmo de búsqueda de Google, o el de recomendación de Netflix, por ejemplo, es inteligencia artificial, ya que se entrena con una cantidad inmensa de información archivada y aprende de la interacción con los usuarios. Incluso nos hemos acostumbrado a conversar con los chatbots de las tiendas online. Hasta la función de completamiento predictivo de un corrector ortográfico se basa en los cálculos estadísticos de una inteligencia artificial.
La diferencia con ChatGCPT es la velocidad de vértigo con que evoluciona, por la enorme y creciente cantidad de información a la que puede acceder y que está en condiciones de procesar cada vez en menos tiempo. Lo cual, a su vez, se explica por la cantidad de recursos en todo el mundo desarrollado puestos al servicio de este progreso exponencial. No nos da el tiempo para asimilar los profundos cambios que está en condiciones de producir desde hoy en la educación, la cultura escrita, la comunicación.
Ya circulan listas de los trabajos que van a ser reemplazados por la inteligencia artificial y noticias de que han escrito una tesis de posgrado universitario en una hora (lo cual pone en jaque a la monografía como forma de avaluar a los estudiantes). Menos tiempo para ponernos al día tenemos en nuestro país, en donde nos enteramos a la par de los progresos inverosímiles del ChatGPT y de los cortes de luz, la cotización del dólar y el índice de inflación.
A Twitter le costó cinco años superar los 100 millones de usuarios mensuales, a Instagram dos años y medio. El anterior prodigio de propagación de su popularidad, TikTok, alcanzó esa cifra en nueve meses. ChatGPT superó los 100 millones de usuarios en dos meses. En los primeros cinco días ya tenía un millón: lo que a Facebook le llevó diez meses. Este pico histórico de descargas en tan poco tiempo hace que sea imposible integrarlo a la vida diaria. Va todo demasiado rápido. ChatGPT es creación de OpenIA, una empresa de Elon Musk.
El mismo que firmó, junto con más de mil celebridades del mundo de las tecnologías una carta abierta pidiendo a las empresas y los desarrolladores una pausa de al menos seis meses en la experimentación con inteligencia artificial de gran potencia. “¿Es acaso prudente automatizar ‘todos’ los trabajos, incluidos aquellos que nos dan satisfacción? ¿Deberíamos desarrollar mentes no humanas que con el tiempo podrían superarnos en número e inteligencia hasta volvernos innecesarios y luego
reemplazarnos?”. Y agrega: “OpenAI ha afirmado que en algún momento quizá sea ser necesario establecer un sistema de revisión independiente antes de desarrollar nuevos sistemas, y a la vez poner un límite a los recursos que se utilicen para crear modelos nuevos. Estamos de acuerdo. Ese momento es ahora”.
Yuval Noah Harari, el best seller historiador israelí, otro de los firmantes de la carta, junto con Tristan Harris, antiguo diseñador ético de Google y hoy militante de la alineación entre el progreso tecnológico y la ética (Center for Humane Technology) y con Aza Raskin, otro gurú del revisionismo ético de la tecnología, tras inventar el scroll infinito de las apps que contribuye a hacerlas adictivas, escribieron una nota para The New York Times el miércoles 29.
“Los sistemas inteligencia artificial que tienen una potencia como la de GPT no deberían introducirse en las vidas de miles de millones de personas a mayor velocidad de la que las sociedades pueden absorber sin desestabilizarse”. “A la mente humana le cuesta comprender las nuevas capacidades de GPT-4 y otras herramientas similares, y más todavía asimilar la velocidad exponencial con la que estas herramientas acrecientan sus propias habilidades.
Pero la mayoría de las habilidades clave se reducen a una sola: la capacidad de generar y manipular lenguaje.” “O sea que ahora
que domina los modelos de lenguaje, la IA tiene la capacidad de hackear y manipular el sistema operativo de la civilización”. Este es el problema más grave: pasar a vivir en un mundo en donde gran parte de las películas, fotos, música, notas periodísticas, discursos políticos, incluso normas, sean producidos por una inteligencia artificial. Hoy ya se usa para aproximarse a diagnósticos médicos o a sentencias jurídicas.
Cada tanto la estructura repetitiva de un artículo que leemos nos hacen sospechar que fue redactado con inteligencia artificial. Esta posibilidad ahorrará tiempo de productores de contenidos, pero retrotraerá la responsabilidad del autor. Es evidente que la medicina o el derecho no son profesiones pre éticas, en las que se pueda delegar delicadas decisiones a una máquina. Tampoco lo es la comunicación. El periodista, por ejemplo, no es un taquígrafo, no llena un formulario con datos. Es un intérprete. La inteligencia artificial está en condiciones de producir fake news y viralizar campañas de desinformación a gran velocidad.
Esta semana, sin ir más lejos, hemos visto fotos falsas de la detención de Trump y del Papa con abrigos cool. “La democracia es una conversación, una conversación que se basa en el lenguaje, y cuando el lenguaje mismo es hackeado, la conversación se interrumpe y la democracia se vuelve insostenible. Si esperamos a que el caos se produzca, será demasiado tarde para solucionarlo”, termina la nota de TNT. Mauricio Macri empezó leyendo un discurso redactado por ChatGPT en un acto en la Fundación Libertad, sin darse cuenta lo mal que habla de su competencia comunicacional confesar que puede ser reemplazada por inteligencia artificial.
La comunicación es otra cosa: es el lugar de la estrategia, de la negociación, de la creatividad –su enemigo es repetición mecánica- y, sobre todo de la ética de la responsabilidad. Este proceso no se va a ralentizar. Pero obliga a los trabajadores simbólicos a tomarse el tiempo para pensar cómo integrar esta potente tecnología a su oficio, como delegar en ella funciones de recopilación y estructuración de datos para liberar tiempo para pensar cómo ofrecer soluciones humanas a los problemas de comunicación de siempre y a los que ChatGPT agrega.
* Damián Fernández Pedemonte, director de la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral.