Nuevo período, ¿nuevas ilusiones? Cómo evitar la frustración
Cada vez que empieza una nueva etapa, crece la esperanza y las ilusiones. Ojalá esta vez sea duradera, dependerá de nosotros en gran parte.
Las ilusiones son caprichosas y no les importa el contexto en el cual aparecen. Quizás incluso pareciera ser que disfrutan emerger en condiciones malas. Cuanto más violenta sea la corriente en contra, mejor. Y si además circundan y sobrevuelan espectros del miedo y el temor, las ilusiones brillan más, casi hasta encandilar. Estas en ocasiones no tienen demasiado sustento racional, sino intuitivo. El deseo anida y calienta las expectativas reales pero sin fundamento cierto.
¿Cómo se puede hacer para que esas nuevas esperanzas pisen senderos de realidad y se plasmen en definitiva en hechos concretos? ¿Cómo hacer que la aparición de problemas, dificultades, fracasos intermedios no hagan evaporar o sepultar estos nuevos brios y den nacimiento a nuevas frustraciones?
¿Se puede pensar en grande, apuntar alto después de tanto fracaso?
Un pensador italiano del siglo V propone una “máxima” para alcanzar la excelencia personal que quizás podamos aplicar a nuestra realidad como nación hoy. Este principio dice que para “crecer y desarrollarse” debemos cultivar una “gran exigencia en los
fines pero teniendo mucha paciencia y misericordia en los medios”. Este principio, cargado de vigencia hoy conlleva un fondo que nos puede ser de mucha utilidad.
Distingue entre fines y medios. El fin es algo valioso en si mismo a lo cual se ordenan los medios o los esfuerzos, y pueden tenderse en el tiempo más allá de algún período político, incluso más allá de la vida de quien lo busca o se lo propone. Algo que debiéramos recordar en estos tiempos de locura e inmediatez vertiginosa. Un fin alto, dará sentido a los medios y convocará más a la paciencia.
Ser exigentes, sumamente exigentes con lo que nos proponemos. Debo aspirar sin miedo a nuestra mejor versión. A desplegar nuestros dones y reducir nuestras miserias y defectos. Cuanto más altos sean los fines, más costosos y largos serán los medios, de ahí que se nos habla de la paciencia en ello. Si tratamos de obtener una mejor versión también debemos tener paciencia y perseverancia. Ahí está el desafío. Transitar el proceso para alcanzar objetivos elevados.
Ahí está la gran sabiduría de este principio. Y esto es aplicable a mi vida, a mi matrimonio, a mis responsabilidades, a mis amistades. Apuntar bien alto, para desplegar todas mis potencialidades, nuestras posibilidades. En el proceso hay que ser paciente y misericordioso con los errores propios y ajenos.
Hay peligros que pueden interrumpir el camino y dilapidar esos medios que estamos intentando trabajar, que como virus están en nuestro cuerpo social. Entre ellas
- Poca tolerancia a la frustración: nos es difícil en general la perseverancia en los pequeños fracasos, cambiando de rumbo o de proyecto ante las dificultades. Recordemos que Tomas Alba Edison antes de inventar la bombita de luz “fracasó” miles de veces.
- El excesivo individualismo: el éxito colectivo, en donde fuere, en el trabajo, en mi matrimonio, en la familia, en la sociedad exige la renuncia desinteresada por el bien de todos. Hoy se piensa demasiado en “mi derecho, mi bienestar”.
- La cultura de lo inmediato: inmensa cantidad de bienes y servicios se obtienen a un “click”. Alcanzar lo arduo es trabajoso, implica caídas y frustraciones que superadas pueden incluso solidificar y robustecer las bases de lo que estamos construyendo con constancia.
Es importante decir que para ello es necesario que exista en el tejido social mirada comprensiva ante la opinión diversa del otro, incluso ante el error del otro. Que las dificultades y problemas se transformen en desafíos que nos alejen del conformismo y nos
acerquen a la calidad en lo perseguido.
Empieza un nuevo período en la historia argentina, veamos que fines se nos propone e intentemos no solo colaborar, lo cual es nuestra obligación como ciudadanos, sino también tener paciencia y vista larga. Ya pasaron las elecciones hoy es necesaria la unidad y colaboración, lo cual no significa obsecuencia ni que no haya espacio para una sana y enriquecedora alteridad de pensamientos.
Ojalá como nación tengamos la capacidad y sabiduría de ser muy exigentes en los fines, sin claudicar grandeza, y sumamente pacientes, comprensivos y misericordiosos con los demás en la persecución de esos fines, que nos deben llevar a ser una nación con un rumbo más definido hacia aquello que inspiró a los fundadores de la patria, hasta incluso dar la vida por ella.
* Felipe Yofre, abogado y escribano.