La importancia de que perduren las grandes fiestas populares argentinas
Desde los mismos orígenes de la humanidad, los pueblos se reunieron para festejar, venerar, homenajear, implorar, recordar o agradecer el trabajo, las victorias o los milagros
“Vamos subiendo la cuesta / que arriba, mi calle se vistió de fiesta”; inconfundible estribillo de aquella canción de Joan Manuel Serrat, cuando hacía un tiempito que el catalán ya había dejado de ser un chaval. La escribió allá, por finales de los años ’60, y contemplando su enorme bien ganada popularidad, es probable que pocos sepan que “Fiesta” fue prohibida en su momento, pues algún censurador interpretó que representaba una crítica a la sociedad tradicionalista española en épocas del generalísimo Franco. Probablemente tenían razón. Pero más que una crítica, la canción era una invitación al encuentro y la reunión, algo a lo que los dictadores siempre le tuvieron pavura.
“En la noche de San Juan / cómo comparten su pan / su mujer y su gabán / gentes de cien mil raleas. / Apurad / que allí os espero, si queréis venir / pues cae la noche y ya se van / nuestras miserias a dormir”. Y así son las cosas; las fiestas populares representaron siempre el lugar del encuentro y de la identificación. Pero también donde la cultura popular se transforma en un canal de rebeldía, creatividad, protesta. Donde “gente de cien mil raleas” comparten, se integran, aprenden y se identifican.
Pero si bien, nuestro tema son las grandes fiestas populares argentinas, me pareció oportuno empezar con este ejemplo. Desde los mismos orígenes de la humanidad, los pueblos se reunieron para festejar, venerar, homenajear, implorar, recordar o agradecer el trabajo, las victorias o los milagros. Esa “noche de San Juan” es una fiesta de origen pagano que con el tiempo adoptará su costado cristiano. Constituyó una de las famosas “verbenas”, o sea, las fiestas populares de una región o de un determinado pueblo donde se conjugan distintos lenguajes culturales: canto, danza, gastronomía, cine, radio, malabares, artesanías, teatro, música, literatura, los juegos tradicionales, el diseño, la moda y los colores.
“La verbena de San Juan”, también conocida como “la noche del fuego”, se celebra el 23 de junio. Es inamovible porque coincide con el solsticio de verano europeo. Impostergable como la naturaleza, pues marca la agenda cultural de un pueblo. Se celebró aún en tiempos de guerra. Síntesis y amalgama cultural donde lo mundano y transgresor conviven junto a lo religioso y puritano. Ahí están; esos son “las gentes de cien mil raleas”.
Esas verbenas históricas que reflejan aspectos vinculados a la idiosincrasia de un lugar, en nuestra patria son la fiesta de la vendimia mendocina, los carnavales de Gualeguaychú, Corrientes o Humahuaca en Jujuy, el festival folklórico de Cosquín en Córdoba, la Fiesta del Mar o la fiesta de la Nieve en Bariloche (Río Negro), por nombrar antojadizamente algunas celebraciones imposibles de obviar.
Fiesta Nacional de la Vendimia (Mendoza)
Las primeras celebraciones vendimiales en Mendoza datan del siglo XIX. Conmemoraban el fin de la temporada de la cosecha de la uva. En aquellos albores se celebraban “las fiestas de las chinas”, donde criollos e inmigrantes, patrones y peones, al son de entretenidas guitarreadas y populares canciones (polcas, cuecas, gatos y tonadas) presumían ante “las buenas mozas” disputándose el favor de bailar una “pieza musical” con ellas, mientras brindaban y honraban el venidero vino nuevo.
El origen moderno de la festividad (con una magnitud provincial y diseñada por un ente convocante oficial) tiene otro antecedente. Fue en 1913 cuando Mendoza fue elegida SEDE DEL SEGUNDO CONGRESO NACIONAL DE LA INDUSTRIA Y EL COMERCIO, pero lo cierto fue que, recién en 1936, por Decreto Provincial Nº 87 se institucionalizó la primera fiesta vendimial para “exaltar a la uva, al vino y a la belleza de Mendoza”. Pronta a cumplir 88 años, esta fiesta de la vendimia mendocina se ha convertido en una de las celebraciones populares más reconocidas en el mundo.
Los carnavales argentinos
El carnaval en Argentina varía marcadamente entre las diferentes regiones del país. Merecen especial atención las festividades en las provincias de Corrientes, Entre Ríos, Jujuy y la Ciudad de Buenos Aires, aunque perfectamente podríamos agregar otras provincias (Salta, San Luis, Santa Fé, Córdoba) donde la celebración carnavalera toma también una popular y vistosa magnitud.
El carnaval comenzó a celebrarse en el Río de la Plata a partir del 1600, mezcla del legado español, más la suma del candombe bailado por los esclavos negros. Los primeros bailes de carnaval empezaron en 1770 aproximadamente a realizar en locales cerrados. Al principio eran organizados en casas particulares y luego se trasladaron a los clubes barriales. Ya en la época de Rosas tuvieron un importante auge. Vicente Fidel López dará cuenta de una celebración en 1836 sobre Plaza de la Victoria (la Plaza de Mayo) con la participación de más de 6.000 negros, dando lugar a una reunión de indescriptible colorido y desbordante entusiasmo. Se denominaron “Las fiestas del candombe”, siendo una de las primeras celebraciones populares masivas que se registraron en el país. Mientras que el viajero Henry Armaignac, recordará en sus memorias, que en el carnaval porteño ya había comparsas y que las mujeres arrojaban huevos rellenos con agua a los hombres y se usaban pomos de plomo para “chayar” con agua perfumada a los vecinos. Las crónicas también muestran que en 1869 se realizó el primer corso con la participación de máscaras y comparsas. Al año siguiente, se incorporarán carruajes y luego sobre finales de siglo xix surgirán las tradicionales murgas como un complemento del corso.
Agregamos que, en otro rincón del país, la Ciudad de Corrientes es considerada “la Capital Nacional de Carnaval”. En su corsodromo “Nolo Alias” se destacan las tradicionales comparsas: Ará Berá, Sapucay, Copacabana y Arandú Beleza. Los orígenes de la celebración correntina se remontan a los homenajes a San Baltasar (“el santo negro”) con bailes y música por las calles. La influencia del Brasil fue evidente en el diseño de trajes y la organización de los desfiles, moldeados al estilo de “las escolas de samba” brasileñas.
Resultaría imposible obviar además el Carnaval de Gualeguaychú (Entre Ríos) y sus comparsas “Marí Marí” del Club Central Entrerriano, “Papelitos” del Club Juventud Unida, “O'Bahía” del Club de Pescadores, “Kamarr” del Club Social Sirio Libanés y “Ara Yeví” del Club Tiro Federal.
Otro festejo de carnaval tradicional argentino se da en la Quebrada de Humahuaca (Jujuy). Los hitos más importantes dentro del carnaval jujeño son el desentierro y el entierro del diablo de carnaval o “Pujllay”, representado por un muñeco que simboliza la liberación de los deseos reprimidos y reflejará al dios de la lujuria.
Las fiestas del folklore. Entre miles, Cosquín
Más de 3.000 festivales folklóricos regionales han llenado la geografía argentina por décadas, aunque nadie podrá dudar que el más reconocido es el Festival Nacional de Folklore de Cosquín (Valle de Punilla - Córdoba). Dicho festival nació en tiempos que se celebraba la “Novena por la Virgen del Rosario” (patrona de la ciudad), por tal motivo la celebración dura nueve noches. Históricamente se realiza en la última semana de enero. El escenario de este festival: “Atahualpa Yupanqui” se encuentra en la plaza Próspero Molina, la “Plaza Nacional del Folklore”.
La primera edición se realizó entre el 21 y el 29 de enero de 1961, sobre la Ruta Nacional Nº 38, cortando la misma con un escenario. La iniciativa provino de un grupo de vecinos de la ciudad, ? que decidieron organizar un espectáculo folclórico durante las vacaciones de verano con el fin de promover el turismo e incentivar la economía local. En las primeras décadas del siglo xx, la tuberculosis había azotado al país y muchos enfermos decidieron trasladarse al Valle de Punilla para recuperar su salud debido a las bondades del clima de la zona. Por este motivo, durante mucho tiempo permaneció el estigma que los turistas pasaban de largo por Cosquín debido al temor a que hubieran quedado resabios de aquella peste que golpeó a país. Por todo esto, surgió la idea de crear un festival que rompiera con ese prejuicio y el turista llegara a disfrutar y pernoctase en la zona. Obviamente, la idea resultó altamente positiva.
Para todos los gustos y en todos los rincones
Todas las naciones ostentan una arraigada tradición festivalera. Pero la creatividad argentina ha superado hasta lo más inimaginable: más de 15.000 fiestas populares inundan las provincias de Argentina. “El año nuevo patagónico” en Bariloche, la Fiesta Nacional de la Noche más Larga en Ushuaia, Fiesta Nacional del Asado en Cholila (Chubut), el Lollapalooza en el Hipódromo de San Isidro con su próxima edición en marzo de 2024, el Rock en Baradero, Fiesta de la Confluencia en Neuquén, Festival de la Chaya en La Rioja, Cosquín Rock, la Fiesta del Mar en Mar del Plata, Fiesta de la Nieve en Río Negro, Fiesta Nacional del Sol en San Juan, Fiesta de la Manzana (General Roca), Festival de la Tonada en Tunuyán de Mendoza, la Serenata a Cafayate, las fiestas de la Cerveza en Villa General Belgrano (Córdoba) y en Godoy Cruz de Mendoza, Festival de Doma de Jesús María, Fiesta del Gaucho en General Madariaga, Fiesta del Algodón en Chaco, Fiesta del Poncho en Catamarca, Fiesta de la Chacarera en Santiago del Estero, Rivadavia Canta al País, Festival de la Cueca y el Damasco en Santa Rosa, el Bonarda en San Martín, Encuentro de las Naciones en Junín, Música Clásica por los Caminos del Vino, fiestas del Chamamé, del Chivo, Tomate, Salame, Mate, Jamón, Caballo, Orégano, Olivo, Cuchillo, Tango, Leche, Melesca, Sopaipilla, del Junquillerito, del Payador, del Podador, de Alta Montaña, la Corvina, el Pejerrey, el Camote, la Flor, el Emigrante, la Virgen de la Merced, y un extensísimo etcétera, establecerán una variada agenda nacional, que en cada lugar, y ante una nueva edición de ese festejo, iluminará la vida y la historia de un pueblo argentino que año tras año rendirá honores a su tradición, su cultivo, su costumbre, su patrono o su mítico santo popular.

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