En primera persona: la cruda y dolorosa reflexión de los rosarinos sobre el miedo y el peligro
La historia de Guillermo Mengarelli, el médico pediatra que atendió a casos de niños baleados y que, harto, se puso al frente de una movilización para pedir justicia y seguridad.
“Doctor, balearon a mi hijo”, le dijo una mujer al médico pediatra Guillermo Mengarelli años atrás. El hecho no es nuevo, pero tampoco aislado. Eso lo angustia y preocupa al punto que, cansado de las noticias sobre crímenes y delitos, organizó varias marchas para pedir justicia y seguridad.
Mengarelli nació en la zona sur de Rosario en 1968, a los 24 años se recibió de médico pediatra y a los 30 se instaló en el centro. Hoy aquel barrio que lo crió es uno de los más señalados como peligroso e inseguro pero él no se atreve a hacer “una asociación geográfica” aunque reconoce que “al pasar ciertos límites de avenidas que definirían el macrocentro, la situación es compleja”.
El pediatra nunca sufrió un hecho violento en primera persona, pero siente hastío por el contexto: robos, balaceras, narcotráfico y un muerto por día en 2023. Se iría del país si pudiera, pero mientras tanto no se queda en la queja e intenta hacer su aporte para que las cosas cambien.
La inseguridad, para él, es diferente a lo que pasa en Rosario, donde en lo que va del año ya ocurrieron 238 los crímenes. “Lo concibo como que se le arrebata una cartera a una persona mayor, pero ya si no tenés certeza de si volvés a tu casa debería llamarse de otra manera”, dice a MDZ.
Cuando la madre del niño baleado lo llamó para avisarle lo que había pasado Mengarelli entró en shock. Para él es difícil de explicar cómo sobrevivió. Había recibido siete balazos, estuvo internado en terapia intensiva con estallido de la vértebra lumbar, pérdida de un testículo y laceración hepática. Hasta el día de hoy, que es adolescente, tiene secuelas pero, comenta el pediatra, “vivir así está naturalizado, en Rosario uno acepta la posibilidad de que algo te pueda ocurrir”.
Fue el 13 de febrero cuando Mengarelli se cansó. Mientras almorzaba en su casa vio en el noticiero local el video de cómo el domingo 12 habían baleado a una pareja de jubilados rosarinos para robarles el auto en José Ingenieros al 1900, en barrio Arroyito. La escena tenía características cinematográficas. Fueron dos los delincuentes que perpetraron el ataque, uno de ellos llegó en silla de ruedas de PAMI. Luego la abandonó.
“Cuando vi esa escena tan violenta en televisión no podía diferenciar si era real o sacada de una serie. Dije esto es un basta, un nuevo límite así que hice una placa en Power Point convocando a un lugar clásico para nosotros, la explanada del monumento, y lo mandé a 50 contactos por Whatsapp. Cuando llegué había mil personas. Fue fuerte ver cómo había trascendido mi agenda”, recordó Mengarelli.
Aquella marcha tuvo su réplica una semana después y al día de hoy los vecinos están en contacto y se organizan para ser escuchados y pedir más seguridad.
“Vivir así es un estrés crónico”
En Rosario se vive diferente. Caminar por la calle parece tranquilo. Muchos edificios conservan su arquitectura original de 1800 o 1900, hay mateadas en los parques, ferias de artesanos y el río enmarca la ciudad con una impronta de paz, pero alcanza el ruido del motor de una moto para que la gente se altere.
Si no sos local la advertencia no tarda en llegar: no uses celular en la calle, llevá la menor cantidad de cosas posible, prestá atención a todos lados, caminá cerca de la pared y no ignores motos y bicicletas.
“Hemos cambiado todos nuestros hábitos de vida. Hay otra rutina cuando baja el sol. Anochece y se pasa del estatus de miedo al de terror. El estrés para los rosarinos sube a niveles no saludables. No deberíamos estar consultando si alguien que fue de picnic volvió a su casa, pero ahora todas las reuniones terminan así, con un mensaje que avisa que llegaste”, explica Mengarelli.
Desde el punto de vista de la medicina, para el pediatra “vivir así genera estrés crónico, sostenido, se altera la calidad de sueño, impacta en los hábitos alimenticios, afecta el humor y baja las defensas porque no tenés certezas de si volvés a tu casa”.
Mengarelli insiste en una pregunta: “¿Esto es inseguridad o hay que cambiarle el nombre?” y recurre a su profesión para responder: “Aplicando el modelo médico se hace un diagnóstico para entender cuál es el mejor tratamiento. Acá parece que está fallando eso”.