El cerro más alto del mundo, sin contar a los Himalayas, está en mi barrio
El Aconcagua es una atracción mundial y lo tenemos acá nomás; puede que la cotidianeidad nos dificulte observarlo, aunque para lograrlo solo sea necesario elevar la mirada hacia el noroeste.
En Mendoza somos de decirles “cerros” a las montañas. Aunque el diccionario nos aclare que un cerro es una elevación de tierra de menor altura, igual para nosotros ese que está ahí al noroeste es el cerro Aconcagua. Y resulta ser que ese cerro, aparte de mendocino, es el más alto del planeta fuera del sistema de los Himalayas, en la lejanísima Asia. Por otro lado, aunque
por aquellos lares hay varias decenas de montañas altísimas, atendiendo a que entre ellas está el Everest que supera a todas las demás, para mí es suficiente con aclarar que esa es la más alta, para luego agregar que, fuera de los Himalayas, humildemente, el cerro más alto del mundo está en mi barrio.
A esta altura me resulta importante aclarar que no es que sea exactamente en mi barrio en donde está ubicado, aunque en definitiva está acá nomás, desde el barrio se ve, majestuoso, con sus nieves eternas; puede que sea cierto que cada vez las tiene en menor cantidad, pero son nieves eternas aún.
No es que sea mi caso el de esas personas intrépidas que han intentado alcanzar la cima del coloso: lo más cerca que he estado del Aconcagua ha sido pasando por la ruta rumbo a Chile, desde donde, ahí sí, se observa bastante de cerquita, y uno se siente casi un andinista si es que se baja del auto y sale del asfalto para hacerse una selfie. Dicen que tiene la pared para escalarlo difícil, y la otra, que dicho a la ligera, es la fácil: cuentan que se puede subir caminando hasta la cumbre, sin tener conocimientos avanzados de andinismo, por lo que una persona desprevenida puede pensarse que subirlo es como dar un paseo por el parque. Pero atención, que para llegar a sus casi siete mil metros de altura es necesario contar con un entrenamiento de meses, tener un buen par de pulmones y también de piernas, además de la suficiente (y especializada) ropa de abrigo: el frío por allá es mucho, y el aire muy pero muy poco. Más de una persona ha tenido que bajar sin llegar a destino, atendiendo a que el ascenso se le hacía imposible; así que guarda con andarlo tomando como a un simple cerrito con su sendero que llega hasta la punta, que al parecer la madre naturaleza no nos ha preparado a la gran mayoría de nosotros para semejante empresa.
Pero igual no sería lo importante ascenderlo, al menos para mí: a las gentes de por acá nos alcanza con saber que lo tenemos en el barrio, y que vienen visitantes de todo el planeta para intentar hacer cumbre. Es uno de los orgullos de Mendoza, que tendremos muchos, pero este podemos decir que es el más alto. Tan importante es la cosa que los vecinos de acá nomás, del barrio de al lado, pasando la cordillera, intentaron hace unos años imponer a una de sus montañas como la más alta, por encima de nuestro Aconcagua: por supuesto, con todo el cariño que les tenemos a los hermanos y hermanas de Chile, les recordamos una vez más que no lo lograron; el Ojo del Salado está cerquita en altura pero no llega, quedó a menos de cien metros por debajo de nuestro cerro, y será quizá el volcán más alto del planeta, pero capaz que si en vez de ponerle un cráter se hubieran esmerado en hacerle un pico común y corriente, lo lograban. Otra vez será.
Nuestro Aconcagua tiene, además de nieve, su propio santuario por encima de los cinco mil metros: fue por allí en donde andinistas locales encontraron a un niño inca momificado, a mediados de los ochenta del siglo pasado, el que al parecer fue sacrificado varios siglos atrás en algún tipo de ritual. Y todo indicaría que la momia va a volver a la brevedad a su sitio, a fuerza de una mezcla de nueva legislación, respeto a los pueblos originarios y miedo a las maldiciones que supuestamente se han producido por sacar al pequeño inca de su tumba. Hay hasta quienes consideran que la disminución de las nieves eternas ha sido causada por el hecho de haber retirado a ese cuerpo de la montaña; en lo personal, debo aclararlo, no soy de andar creyendo semejante cosa. Me parece, eso sí, que estaría bueno si volviéramos, aunque sea un poquito y entre todas las personas que habitamos el planeta, a un estilo de vida menos consumista, sin derrochar recursos naturales, sin tanto andar mirando pasar la vida a través de la pantalla del celu.
En definitiva, que todo este texto no es otra cosa que una excusa para recordarte que si andás por Mendoza, levantás la vista de ese dispositivo que tenés entre las manos y mirás para el noroeste, vas a tener ante tus ojos un espectáculo natural que supera a cualquier tecnología y que te va a permitir disfrutar del cerro más alto del mundo, sin contar a los Himalayas. Que no es poca cosa; y está en el barrio.
* Pablo R. Gómez, escritor autopercibido Instagram: @prgmez