El cine y los 40 años de democracia: representación y censura
En la primera parte de esta serie, y en los 40 años de la democracia a la Argentina, rastreamos en Tiempo de Revancha cómo nuestro cine trabajó la represión a partir de la alegoría y el coraje.
“La política es para los políticos” sentencia Pedro Bengoa en los primeros momentos de Tiempo de Revancha (1981), escrita y dirigida por Adolfo Aristarain y estrenada en plena dictadura cívico-militar. Aunque parece un diálogo más, se trata de un comentario mordaz que representa el riesgoso espíritu de denuncia que caracteriza al largometraje.
La película narra la historia de un exsindicalista (Federico Luppi) que busca entrar como dinamitero en una poderosa empresa multinacional y captura con precisión, aunque no sin ironía, las lógicas hipercapitalistas, encarnadas por los hombres de gris de la empresa Tulsaco (ficticia pero verosímil). Estos simpáticos farsantes, que pagan mejor que nadie y prometen darle al país “todo el cobre que necesite”, tienen un solo requerimiento para contratar a Pedro: que no sea de los que les gusta “perder el tiempo” con la política.
Bengoa acepta y comienza a descubrir la corrupción detrás de la fachada; la empresa está dispuesta a sacrificar a sus propios hombres para aumentar sus ganancias. ¿Cómo responden sus líderes cuando el protagonista los confronta al respecto? Con una sonrisa y un apunte escalofriante: “Si no lo hace usted, lo hace otro”.

Los cuerpos empiezan a acumularse a causa de la negligencia calculada y Bengoa traza un plan de escape que implica fingir un accidente para cobrar la indemnización. De esta forma no solo conseguiría el dinero que necesita, sino que también tendría la satisfacción de vencer de algún modo a la compañía.
Bengoa termina simulando mutismo como secuela del accidente, y la empresa, convencida de su engaño y fastidiada por la voluntad acérrima del trabajador para quedarse callado, agota las vías legales para probar su actuación. Cuando esto fracasa, la corporación se ve forzada a negociar un acuerdo millonario con él.
Lejos de considerarlo una victoria, Bengoa comprende su posición de poder real y mantiene su invención, decidiendo llevar la situación hasta sus últimas consecuencias. Conoció su corrupción, así que la batalla ya no puede ser por el dinero; están en juego sus principios.

El personaje, así como Aristarian, toma al enmudecimiento, signo eterno de opresión, y transforma su valor simbólico para convertirlo en la mayor herramienta en contra del establishment. La boca encintada pasa a ser sinónimo de lucha, y ya no de agravio; Bengoa demuestra que es posible subvertir las lógicas del sistema y usar sus propias armas para combatirlo.
El film, tan optimista como sincero, supo manifestar, durante uno de los momentos más oscuros de nuestra nación, que la batalla contra los deshonestos y violentos que buscaban vender el país no estaba perdida, que había tiempo para una última revancha.
Después de todo, un hombre honesto y cabeza dura sigue siendo hoy, como lo fue siempre, algo muy peligroso.
* Santiago Bárcena - Estudiante de Dirección Cinematográfica en la Universidad del Cine (FUC).
Instagram: @santi_barcena.

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