Rincon literario

Decenas de estrellas fugaces cruzan los cielos del sur mendocino

Las estrellas fugaces nos entregan deseos, si es que tenemos la delicadeza de utilizarlos. Caso contrario, quizá se comporten tan solo como meteoritos ingresando velozmente en la atmósfera terrestre.

Pablo Gómez domingo, 26 de noviembre de 2023 · 10:30 hs
Decenas de estrellas fugaces cruzan los cielos del sur mendocino
Quiso el azar que en aquella veraniega noche de mediados de los ochenta, una lluvia de estrellas nos presentara su espectáculo. Foto: MDZ

Ciento ocho deseos desperdiciamos aquella noche entre el Juanma y yo. La juntada con nuestros amigos (y amigas) había ya concluido hacía un buen rato, y lo acerqué hasta su barrio en donde, como tantas veces, nos quedamos por horas sentados en el Fitito, estacionados en el borde del terreno baldío frente a su casa. Quiso el azar que en aquella veraniega noche de mediados de los ochenta, una lluvia de estrellas nos presentara su espectáculo mientras dialogábamos sobre temas fundamentales de la vida, o mejor dicho sobre el único tema fundamental en la vida de esos dos varones heterosexuales que cargábamos con algo menos
de un par de décadas sobre los hombros: las mujeres no correspondían a nuestros deseos, nos desvelaban y nos ocupaban las neuronas incansablemente, sin darnos posibilidades ciertas de permitirnos virar a otras temáticas hasta lograr mínimamente una respuesta a esas dudas existenciales que nos acuciaban.

Como la cuestión involucraba a muchas personas que por distintas razones que no viene al caso enumerar hacían caso omiso a nuestros requerimientos, era de esperarse que la charla fuera larga. Y allí estábamos, llorándonos mutuamente nuestras penas, cuando descubrimos que habían “caído” ya algunas estrellas fugaces; fue ahí cuando se nos ocurrió contarlas. Por ese motivo, para la hora en que la necesidad de dormir venció a la incertidumbre (que de todos modos nos siguió acompañando después de aquella noche) habían ya caído dieciocho estrellas fugaces las que, como todo el mundo sabe, otorgan tres deseos, por persona, cada una; así, al no ocupar ninguno de ellos, terminamos desperdiciando esa noche ciento ocho oportunidades de pedirle al universo que se encargara de solucionar nuestros problemas.

¡Qué fácil habría sido si hubiéramos utilizado aquellas ocasiones para finiquitar nuestros temas amorosos! Pero, la verdad, en el momento no se nos ocurrió. Y para cuando nos vinimos a avivar (algunos días después) ya era tarde; como bien se sabe, los deseos caducan: o se usan o se pierden. Y los perdimos.

Para la hora en que la necesidad de dormir venció a la incertidumbre habían ya caído dieciocho estrellas fugaces.

Por suerte, la vida puede resultar más llevadera en el sur de Mendoza si uno está atento, porque el cielo allí es el mejor del mundo, y las estrellas fugaces son de entregar deseos en mayor cantidad que en otros lugares del planeta. No es que lo diga solo yo: los científicos esos europeos que buscan no sé qué pulsos de vida extraterrestre, tienen por allí sus tanques receptores de señales; no creo que sea por el amor a los chivos asados, que de todos modos sí que son ricos en nuestra provincia. Y ya sé que el cielo es el mismo en todo el hemisferio sur del planeta, a diferencia del otro cielo que ven en el hemisferio norte; pero igual, por combinaciones de esto y de aquello (que son cosas necesarias de conocer si es que uno se dedica a la astronomía) en el sur de Mendoza se dan las condiciones ópticas específicas para ver mejor al cielo que compartimos con media humanidad. Es como que allí, lejos de las luces de las ciudades, el rostro celestial muestra su mejor perfil a la vista de los habitantes de la Tierra que osen elevar su mirada en una noche despejada.

La vista de la Vía Láctea toma en el sur mendocino dimensiones apabullantes. Es tan grande la doña que, aunque estemos dentro de ella, igual se la puede observar desde la mismísima Tierra, como quien mira al piso y se ve su propia panza, con perdón de la comparación. Pero es así, se ve, con millones y millones de estrellas que la componen, además de observarse también en su entorno millones de estrellas que no están en nuestra misma galaxia, logrando, aunque resulte difícil de creer para quien no lo ha vivido, que en noches de luna nueva la oscuridad ceda ante la luz refulgente de esos soles que nos acalambran la vista y nos nublan el conocimiento.

-No somos nada – me dijo finalmente el Juanma, mientras la estrella fugaz número dieciocho caía, dando por concluida la jornada.

Y no le pregunté si se refería a esas señoritas que ignoraban nuestros amores, o a la pequeñez de la humanidad frente a la inmensidad del universo. Para qué: solo uno de los dos es un problema verdadero.

Pablo R. Gómez.

* Pablo R. Gómez, escritor autopercibido.

Instagram: @prgmez

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