No dicho en el debate televisivo y dicho en las redes
Si algo mostró el primer debate presidencial es que el enojo de la población con la política no es lo mismo que el desinterés.
Según IBOPE el debate alcanzó picos de 42 puntos de rating en la TV. Esto es más de 4 millones de personas mirándolo en directo: audiencias que la televisión no lograba reunir desde la era del broadcasting. Es que en el actual sistema de medios la TV no
ha muerto, ha transformado su consumo en transmedia. Según la consultora Taquion, en Youtube el debate tuvo más de 2 millones de visualizaciones y la conversación digital –el debate sobre el debate- alcanzó a 39 millones de usuarios.
Eliseo Verón propuso la idea del rol de interfaz que tiene la TV sobre la política a partir del análisis de los debates políticos de 1981 en Francia. En un texto que se ha vuelto referencia, “Interfaces: Sobre la democracia audiovisual avanzada” el semiólogo argentino explicaba que los equipos de campaña negocian las interfaces (por ejemplo, si la cámara puede tomar o no a un candidato cuando es otro el que habla). Allí también distinguía entre la campaña oficial, reglamentada por el Estado, y la oficiosa, que tiene lugar en la programación televisiva habitual.
Es un desarrollo conceptual de hace más de treinta años, anterior a la era digital. Sin embargo, hoy en la Argentina hay también campaña oficial (los spots, por ejemplo) y campaña oficiosa, mucho más importante y decisiva. En la primera sobrevine la lógica de la regulación de la televisión (de lo más televisivo de la televisión) en las reglas acordadas entre los candidatos y los organizadores del debate según la ley. La idea que subyace en la estricta asignación de turnos y, más importante aún, de tiempos de cámara, y la prohibición del intercambio directo de a dos, más allá de las réplicas, es que la audiencia se centre en el contenido, en las ideas de los candidatos.

Centrarnos en las ideas de los candidatos en televisión es una idea arcaica. Es probable que haya habido un reparto, las audiencias que miraron entero el debate por televisión (con una atención infrecuente), se pueden haber centrado en el contenido (aunque no siempre tomándolo seriamente), pero quienes siguieron la conversación digital se han detenido en la forma. Así, por ejemplo, Taquion releva que fueron tendencias en Twitter los memes, en primer lugar, sobre “Córdoba” (118 mil menciones), ironizando por la continua alusión de Juan Schiaretti a su provincia. Luego aludieron a “gatito mimoso” (45 mil menciones) y “rincón del vago” (16 mil menciones), dos frases sarcásticas que Myriam Bregman le propinó a Javier Milei. Efectivamente, la candidata de izquierda fue la que mejor entendió la dinámica del debate y quien, para el observatorio digital Pulsar.UBA: “mayor rédito tuvo luego del debate al lograr aumentar su presencia en la conversación digital y estar presente en las tendencias en redes sociales”. No tendremos un panorama correcto del debate sino lo complementamos con su repercusión en las redes.
Desde el punto de vista del contenido, sobre todo en los candidatos que tenían más para perder (Milei y Massa) prevaleció la omisión, la reticencia: tratar de que la discusión no se centre en sus puntos más controversiales. Por eso fue más significativo lo que se calló. Así, por ejemplo, Milei no introdujo el tema de la dolarización cuando expuso sobre economía, ni la cuestión de los vouchers cuando habló de educación: fueron temas que le echaron en cara los otros. La estrategia del candidato más exaltado y de propuestas más drásticas fue muy conservadora. Consiguió no “sacarse” con las provocaciones. Salvo en Economía, tema para el
que eligió un tono de profesor con el cual desafió a Bullrich, los otros silencios de Milei tienen que ver con su falta de contenidos sobre otros temas. La Nación relevó que nunca mencionó la palabra “democracia”.
Probablemente Milei se esté encontrando con su techo. Su encuadre de los derechos humanos contradice abiertamente un consenso muy amplio en la Argentina y no creo que le permita ampliar su base electoral más allá de sus fans. Otro tanto sucede con sus abiertos agravios al Papa, quien más allá de las críticas del círculo rojo, suscita una enorme simpatía en el pueblo. Lo mismo que fideliza a sus votantes duros –su posición sobre las armas, la justicia social, el Banco Central, el CONICET, las Malvinas, etcétera- mal dispone a quienes lo miran con recelo.
Quien quizás haya salido más airoso del debate haya sido Massa, considerando que al calamitoso contexto económico se sumó a última hora el escándalo del viaje de Insaurralde, al que se aludió muy poco. Su notable capacidad retórica le permitió hablar como un candidato que no tiene que ver con el fracaso de Alberto Fernández, sino que puso el pecho cuando su gobierno ya se estaba cayendo, cerró un acuerdo con el FMI y tiene un plan del que ya estaría dando señales con la reducción de ganancias o con la anunciada moneda digital. Al revés Bullrich tenía todo para ganar y deslució con su pobre desempeño y sus errores no forzados.
Los tercios parecen estancados: Massa se ensañó con Bullrich y Bullrich con Massa y eso ayudó a subir a Milei. El problema del primer debate fueron los pisos: entrar en el ballotage. Ahora los candidatos pasan a disputar por quien tiene más posibilidades de fijarle un techo al contrincante: llegar a ganar en la segunda vuelta.
* Damián Fernández Pedemonte, Director de la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral.

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