La practicidad de las acequias para realizar carreras de barquitos de papel
Las competencias de veleros efímeros por las aguas serpenteantes de las acequias, es una de las tantas particularidades que nos ofrece la provincia de Mendoza a quienes habitamos en ella
Cómo hacen en el resto del mundo, fuera de Mendoza, vaya uno a saberlo: pero límites adentro de la provincia las acequias, además de entregar líquido elemento a los árboles que crecen majestuosos en sus márgenes, sirven para que ciertos niños (y algunos no tan niños) puedan realizar maravillosas carreras de barquitos de papel. La ejecución de estas competencias es una
necesidad imperiosa para la niñez menduca: cuando la siesta se posa sobre la provincia y los padres recurren al reparador descanso, son de comunicar a su descendencia (de formas variadas) que más vale que no los despierten antes de tiempo, por lo que dedicarse a juegos extramuros pasa a ser una tarea fundamental para los niños.
Hay que aclarar que en las acequias es posible realizar carreras no “solamente” de barquitos: pueden llevarse a cabo también competencias de palitos de helados, de hojitas secas, de papeles de caramelos o de cualquier cosa que se digne a flotar, aunque sea durante tan solo algunos minutos. También puede seguirse con la mirada a alguno de estos elementos aun cuando se
desplacen individualmente por el agua; si el evento sirve para distraer la mente del observador, bienvenido sea. Es importante aclarar también, que bajo ningún concepto se recomienda echar a los cauces de riego cosas que floten en sus aguas y que no sean luego rescatadas: quien escribe el presente texto solo se comporta como un observador de situaciones que al parecer ocurren, más allá de que, como bien sabemos, tirar elementos a las acequias y no recuperarlos, está más que mal.
Pero volviendo a las carreras de barquitos, resulta indispensable empezar el evento con la construcción de la nave, para poder luego sí, pretender que la misma recorra la acequia en busca de la meta final y de la gloria eterna. Para hacer un barquito de papel, como todo el mundo sabe, se necesita una hoja cuadrada no necesariamente resistente al agua, aunque tampoco de un papel altamente absorbente: no abusemos de los materiales utilizables para esta tarea, por favor. A esa hoja con lados iguales se la dobla por la mitad y luego nuevamente por el medio, consiguiendo así otro cuadrado más chico; en ese cuadradito, se manda uno de sus lados al vértice opuesto y el resto de los lados al otro vértice. Y en este punto comienza la magia: al abrirse por el medio el triángulo que será a futuro nuestro navío juntando las puntas contrapuestas, y tirando de los costados hacia abajo, emerge en el centro la vela, conformándose a la vez y en un solo acto la proa, la popa y la nave en su totalidad, ante la mirada atónita de la persona que lo está construyendo, atento a que pareciera ser un hecho casi celestial que, de haber tenido entre los dedos hasta hacen escasos minutos tan solo un trozo de papel, contemos ahora con este velero perfecto entre las manos.
Cuando cada una de las personas involucradas en la futura competencia tiene ya construida la nave que va a representar su honor y que puede darle quizá la gloria, ahí sí, es hora de que los contrincantes se dirijan rumbo a la acequia. El punto de partida suele ser en general definido justo después de un puente de cochera, atento a que desde allí se pueden colocar los barquitos con facilidad en el cauce, y se logra también observar sin obstáculos el inicio de la carrera. La competencia se desarrolla casi siempre durante menos de cien metros, ya que en la próxima esquina la acequia se pierde bajo el puente que cubre el paso peatonal, y no siempre queda del todo claro si el agua continúa derecho o si dobla, por lo que resulta difícil seguir a los navíos una vez que se pierden bajo ese bloque de cemento. Pueden a veces cruzarse durante el recorrido puentes menores, luego de los cuales suelen haber pequeñas cataratas por defectos en la construcción de la vía fluvial; allí, si la suerte le es esquiva a alguno de los competidores, quizá su nave quede envuelta en el pequeño remolino que se produce después del desnivel, dejando a la misma fuera de competencia, con el consiguiente oprobio para el propietario del velero. Si las barcas sobreviven a los remolinos y ningún árbol frena con sus raíces más díscolas el devenir de la competencia, podrá disfrutarse de una regata única e irrepetible: y atento a que los barquitos son de quedar inservibles después de una carrera, mojados y semi hundidos, lo de “irrepetible” es una declaración literal.
Pero más allá de lo efímero de las naves, que son de tener menos vida que las promesas de un libertario, siempre está la posibilidad de armar un nuevo velero y volver aguas arriba, hasta el punto de partida, para disfrutar de futuras competencias. Porque las siestas en Mendoza son largas y la necesidad de pasarlas con diversión es fundamental. Quizá en el resto del mundo los padres no duerman la siesta; no se me ocurre otra forma de entender cómo los niños pueden sobrevivir en esos lugares sin acequias, ni carreras de barquitos de papel.