Nieves Adeff: Pachamamas de terracota
En este domingo trascendental para el futuro de la Argentina recordamos a una artista poco conocida cuya obra transmite con contundencia un culto de la maternidad y el apego a la tierra.
Nieves nació en la provincia de Rio Negro en 1926. Séptima hija de ocho, de una familia de origen judío-lituana. Su padre emigró de Europa en 1905 tras la fallida primera revolución rusa. El revolucionario bolchevique era hijo de un rabino. Instalado primero en Pedro Luro, progresó rápidamente como comerciante de ramos generales para convertirse en estanciero con diez mil hectáreas en Choele Choel.
En ese campo nace Nieves en la víspera de la Navidad, que la familia no celebra, de 1926 . De niña muestra ya su afecto a la tierra y su inclinación al dibujo que, aún adolescente, viene a cultivar a Buenos Aires.
Instalada en la casa de un hermano mayor estudia dibujo y pintura con Susana Ratto y Juan Carlos Castagnino e ingresa en la Escuela Nacional de Cerámica de la que egresará con el título de Profesora de Dibujo.
A la par pinta soldaditos en un taller de cerámica y traba amistad con un compañero dos años menor llamado Julio Barragán. Se casarán en 1949. Claudio, su hijo escultor, recuerda que el abuelo Iossif aprobó la unión después de una visita al campo de los novios, en la que Julio demostró saber tocar el piano con cierta maestría.
En 1954 el matrimonio hace un viaje de estudios por Europa que repite ocho años después. Ya por entonces Nieves había empezado a exponer sus esculturas en terracota en Müller, Van Riel, Hoy el Arte, Wildestein y otras galerías de Buenos Aires.
En el prólogo de la muestra de Van Riel, en 1974, Abraham Haber escribió, que las obras denotan una larga experiencia y honda intuición que remiten a “las figuras torturadas de Miguel Ángel y a las piedras humanas de Rodin” Vicente Gesualdo, en su Diccionario de Artistas Plásticos Argentinos agrega que el volumen imponente de sus pequeñas figuras, definido en modo especial por la textura lograda en el tratamiento de la superficie de terracota, crea imágenes de mágica belleza que sugiere cierto
estado de metafísica paz.
Gigliola Zecchin (la sensible Canela) que la frecuentó en su casona de Villa Urquiza la recuerda como una mujer gentil, discreta, muy dulce, muy inteligente y culta cuyas “mujeres redondas, verdaderas Pachamamas, me hacen pensar en la extraña urdimbre de la cultura”.
Consecuente con su obra se fue en paz en a fines de agosto de 2015. Era viuda desde hacía 4 años. El día anterior, en una charla con Claudio rememoró (¿misteriosamente?) una obra de un artista que admiraba: Alberto Giacometti. Era “Un objeto invisible”
* Carlos María Pinasco es consultor de arte.
Carlosmpinasco@gmail.com