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La doble hambruna que vive Mendoza

Cada vez más mendocinos tienen problemas para tener una buena calidad de vida y hay, literalmente, hambre. El contraste y la falta de empatía de quienes deciden.

Pablo Icardi
Pablo Icardi domingo, 15 de octubre de 2023 · 12:15 hs
La doble hambruna que vive Mendoza
Marcos y su hermano pasan hambre y dicen estar cansados. No toman los remedios para evitar que les duela más. Foto: Pablo Icardi

La languidez que produce el hambre no tiene mucha comparación. Incomoda hacia adentro; duele, y hace que la vida se transite en cámara lenta. Aletarga. También genera vergüenza. “Tengo mal aliento por el hambre”, dice Marcos, que lleva una bolsa con restos de pan y facturas mordidas. Ese sabor feo que siente es por el ácido clorhídrico que genera el estómago y que al no tener comida para procesar, desequilibra todo y genera hasta mal aliento. Marcos camina con su hermano por el microcentro mendocino. “Quiero una comida de verdad, no esto”, dice, con su hablar lento. Él y su hermano acceden a los medicamentos para enfrentar dos problemas agudos de salud, pero no los quieren tomar porque con el hambre, los remedios le hacen doler otras cosas.

Marcos junta los alimentos que sobran en una bolsa. 

Sobre calle Las Heras, en el hall de entrada de un edificio abandonado que tiene enormes puertas de bronce, Jorge y Santiago son testigos de una ciudad que se apaga. Viven en la calle y están frente a su castillo que armaron con el cartón acumulado durante una semana. Se ríen bastante más de lo que se puede esperar. Se asombran también por la cantidad de madres con niños que se han sumado a los rebusques en la calle. Miran un contenedor de basura que tienen a pocos metros. Allí un hombre se mete de cabeza para hurgar las bosas, saca lo que puede y le da un mordisco a un sándwich que encontró. “Muchas de las cosas no sirven porque están feas”; comenta el joven, que recorre en centro con su esposa para buscar latas, material reciclable y comida.

El castillo de cartón con el que sobreviven dos amigos. 

Lo que que ocurre en el microcentro no es la realidad, sino una espectacularización de lo que sucede Mendoza. En la provincia hay hambre; pero se sufre con más discreción y mucho más dolor. Puertas adentro de muchos hogares mendocinos hay familias que sufren carencias que calman con sopa y fideos; niños que faltan a la escuela por vergüenza o porque no tienen con qué llegar. Otros que van porque ahí tienen la única comida del día. “Cuando estoy con los chicos, comemos algo; sopita de huevo, fideos blancos. Si no, un té, pan con dulce; alguna sopa. Solo a principio del mes compramos pollo”, cuenta Rebeca, que vive en Godoy Cruz luego de haberse mudado unas 10 veces en 3 años. En su heladera abundan los recipientes con restos. En la alacena, más latas vacías que alimentos para el futuro. Dice que ella puede acostumbrarse al hambre; pero a lo que no se acostumbra es que sus hijos tengan poco para comer; que 20 de los 30 días del mes sean con racionalización. Sí, se raciona la comida, el paquete de polenta, de fideos o arroz para que dure. 

La heladera de Rebeca.

La falta de apetito por ayudar

Hay también en Mendoza falta de apetito; falta de hambre; pero esta vez en el sentido retórico. Es la carencia de voluntad para entender y empatizar con los que sufren. Ocurre con el Gobierno provincial, cuyo líder viajó a Panamá de vacaciones en la semana más dramática de su gestión a nivel social (con la inflación del 17%) y a solo dos meses de dejar el cargo, y también con el estándar de vida que llevan los principales actores públicos.

El Gobierno de Rodolfo Suarez se caracterizó mucho más por mostrarse con los que disfrutan, antes que acercarse a los que sufren. Por eso es mucho más frecuente ver a los gestores estatales en eventos sociales, que en situaciones de crisis. El cuestionamiento es algo más que una opinión, pues suele caerse en un error de interpretación de las obligaciones de los funcionarios públicos. La forma de vida es parte también de su “ser público” para ser evaluados. Obrar con el ejemplo, no ostentar. Esa obligación está establecida por ley. “Desempeñarse con la observancia y respeto de los principios y pautas éticas establecidas en la presente ley: honestidad, probidad, rectitud, buena fe y austeridad republicana”, dice la Ley de Ética pública al describir las obligaciones de los funcionarios alcanzados por ella.

Compadres. Santiago y Jorge ríen mucho más de lo que se cree. Y son testigos de lo que ocurre en la ciudad cuando se apaga. 

Pues no hay una sola Mendoza y quizá allí radica la razón de la deslegitimación de quienes tienen que gestionar para cambiar la vida de las personas. Además de las mañas señales por ostentar privilegios con viajes y eventos sociales, hay brechas que se agigantan. En Mendoza, por ejemplo, un juez de la Suprema Corte tiene un sueldo de 7 cifras y se garantizan una jubilación al mismo nivel, mientras que el ingreso de la mayoría de los jubilados no lleva a los 90 mil pesos. Igual privilegio tienen el resto de los jueces, fiscales, equiparados, integrantes de organismos de control y la lista sigue. Ellos, por ejemplo, no deben estresarse porque tienen sus ingresos atados a los privilegios de los jueces federales.

Los legisladores de Mendoza, tampoco deben preocuparse. Se acercan al millón de pesos se ingresos “en el bono”, pero disponen de una caja enorme de gastos discrecionales, además de edificio laboral gratis, chofer cuando quieran y favores cruzados. Los políticos de Mendoza son de los que menos ganan, pero comparado con distritos donde ya rosa la obscenidad el despilfarro de la política. Si los ingresos de la política se comparan con lo que ganan los mendocinos, la ecuación cambia. No hay explosión porque la red de asistencia alimentaria es enorme; una especie de placebo para creer que las cosas están mejor y un anabólico para mentirle también a la comunidad. 

Desde hace dos décadas que Mendoza se desgrana socialmente. Comparar la situación de privilegio de quienes deciden con la de los mendocinos que menos recursos económicos tienen puede sonar demagógico. Pero no ver la distancia entre unos y otros es necio Mendoza tiene más del 40% de la población viviendo bajo las condiciones económicas mínimas, pero se duplicó la indigencia; es decir la cantidad de personas que no tienen lo suficiente para comer cada día. La inseguridad alimentaria afecta al 30% de las personas, pero entre los niños es mayor la incidencia. Y la inseguridad alimentaria severa, crece: supera al 12%. De nuevo; mendocinos que tienen languidez, mal aliento y caminan lento; no por pereza. Tienen hambre.

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