Lionel Messi, la abuela y el abanderado que murió en Curupayty
La abuela de Messi tuvo un rol clave en la formación del capitán de la Selección argentina, quien siempre la recuerda después de cada gol.
“Pone a Leo porque te va a salvar el partido”. Se peleaba con todos. Sobre todo, con el entrenador Salvador Ricardo Aparicio que veía a “la Pulga” muy chiquitito para ponerlo a jugar en una categoría superior. “Ponelo te digo; ponelo”. Los gritos eran de Celia Oliveira Cuccittini, la abuela de Lionel, quien desde los cuatro años llevaba a su nieto a las canchitas de baby fútbol de los clubes rosarinos para que el mocoso empezará a pelotear.
“Ponelo, dale, ponelo”. Los gritos insistentes, aún con la oposición de la misma mamá de Leo, tuvieron eco en Aparicio, quien apenas incorporó al petiso con los grandulones de un año más, éste le devolvió la razón marcando dos goles para el triunfo del equipo del sur de Rosario.
La “abu” quedó “chocha”. “Les dije a todos que nos iba a salvar”, fue el premonitorio comentario de Doña Celia cuando volvió a la casa de los padres de Lionel. Empezaría así una historia que no sabremos nunca cuándo terminará tratándose de Messi. Pero volviendo la vista atrás, encontramos por un lado a aquel director técnico de infantiles, Salvador Ricardo Aparicio, que según sus propias declaraciones un tiempo antes de morir: “No fui el descubridor, sino el primer entrenador que lo puso en cancha a Leo. El descubridor fue su abuela”. Aunque también reconoció entre risas y emocionado que era tan chiquito Lionel que lo puso “en calidad de bulto” ante la urgencia de completar el equipo y la testaruda prédica de la abuela Celia que no paraba de insistir con la incorporación del nieto, pero que cuando lo vio gambetear, declaró también Aparicio, no lo sacó nunca más. Al tiempo serían las inferiores de Newell's Old Boys de Rosario en 1994 quienes abriría una puerta que nadie quiere cerrar.
La otra parte de la historia es más conocida. Cada vez que desde aquel 1 de mayo de 2005, cuando con el número 30 en la espalda marcó con una brillante “vaselina” ante Albacete Balompié tras un pase de Ronaldinho su primer tanto oficial jugando para el Barcelona por la fecha 34 de la Liga de España, y en los más de mil goles conquistados en toda su carrera profesional, Lionel siempre levantó los brazos camino al centro del campo, miró al cielo y agradeció a su abuela Celia por aquel “empujón” inicial cuando en la canchita de la escuelita de fútbol y club barrial “A. Grandoli”, muy cerca de su casa paterna, junto a sus hermanitos mayores Rodrigo y Matías se puso por primera vez la camisetita color naranja de los equipos infantiles que dirigía Don Aparicio.
Así fue que en gratitud a la abuela Celia, esa “pulguita” que había sido diagnosticado en la clínica del Doctor Diego Schwarzstein con una deficiencia hormonal de crecimiento que limitaba su desarrollo y amenazaba su prometedora carrera como futbolista profesional, medía a los once años solamente 1.30 metros, casi 40 centímetros menos que en la actualidad. Empezaba así en el barrio de Grandoli, con Celia y familia como los fans incondicionales, un derrotero que lo terminó consagrando campeón mundial. Levantará sus manos al cielo como una ofrenda y agradecimiento que no se agotará más.
Ese es Lionel. Desde ese vecinal “Abanderado Grandoli”, club que llevará el nombre del barrio de los Messi y que honra la memoria de un joven que murió peleando por la patria abrazado a la bandera celeste y blanca. Ese abanderado del Batallón Nº 1 de Santa Fe era Cleto Mariano Grandoli, muerto en la Batalla de Curupayty un 22 de setiembre de 1866 con 17 años en el marco de la Guerra contra el Paraguay (1865 – 1869), combate en que murieron cerca de 9.000 soldados, entre los cuales también se encontraba el hijo de Sarmiento. En dicho día paralelamente se conmemora en Argentina siguiendo la tradición castrense el Día del Abanderado.
Messi, sensibilidad y bandera
Vaya paradoja, tenía que ser una abuela la que estimuló al pibe y un abanderado lo que dio nombre a su primer club.
Messi es un fenómeno que pareciera emanar de esa síntesis. Con la sensibilidad, voluntad y percepción de las abuelas y con el coraje e hidalguía de un abanderado que dio todo peleando por la patria celeste y blanca.
Vale recordar que ese joven santafesino, Cleto Mariano Grandoli, peleó en Yatay, dijo presente en la toma de Uruguayana, en la conquista de la fortaleza de Itapirú, participó en el rechazo de los paraguayos en el Estero Bellaco y en la sangrienta batalla de Tuyutí.
Un día antes del trágico combate de Curupayty, muy cerca de Humaitá, le escribirá a su madre una carta: “El argentino de honor debe dejar de existir antes de ver humillada la bandera de la Patria. Yo no dudo que la vida militar es penosa, pero, ¿qué importa si uno padece defendiendo los derechos y la honra de su país? Mañana seremos diezmados, pero yo he de saber morir defendiendo la bandera que me dieron”. Fiel a su convicción, Grandoli nunca dejó de abrazar la bandera que le habían encomendado. Un ejemplo que pareciera ser más que una casualidad si forzamos una comparación. Pero aún lejísimos de aquel contexto y esa trágica coyuntura, siempre aparecerá una imagen que refleja a Leo. Como el Messi que se sobrepuso a todo. Como el de ayer, que era notorio por su bajísima estatura y su enorme habilidad; como el que hizo su primer gol oficial justo en el día del trabajo; como el de hoy: puro mérito y campeón; como el que nos queda por disfrutar y valorar. Ese es Messi; siempre marcando rumbos en base a “romperse el alma” como todo abanderado.

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