Postales de nuestra historia

El rito nacional que fue una infusión sagrada y que hasta llegó a estar prohibido

El mate, un icono argentino que atravesó toda nuestra historia. Hoy es mundialmente reconocido y su consumo es parte de la cotidianeidad.

Gustavo Capone
Gustavo Capone viernes, 20 de enero de 2023 · 15:20 hs
El rito nacional que fue una infusión sagrada y que hasta llegó a estar prohibido
La imagen de Leo Messi la mañana siguiente a ganar la Copa no podía excluir el clásico desayuno argentino.

Desde aquellos tiempos nativos donde su consumo formaba parte de las celebraciones religiosas indias hasta momentos donde algunos gobernantes colonizadores de España la prohibieron por considerarla un vicio pecaminoso. Desde componer un elemento importante en la alimentación de los patrios ejércitos libertadores hasta ser considerado peyorativo por algunos sectores acomodados. De ser visto como una infusión exclusiva de los sectores populares a formar parte sustancial entre los generalizados ritos sociales argentinos y de nuestra identidad nacional.  

El mate; en la plaza, en la playa, en la montaña, junto al río. Antes de cada examen, en la oficina, en la tribuna, en los tribunales. Testigo del consejo. Lleno de formas, maneras, paladares y aroma. Compañero fiel en la soledad. Letra presente del folclore, del tango y del rock. Desde San Martín a Riquelme. Desde Yrigoyen a Perón. El mate; siempre juntando grietas, que ni la pandemia pudo hacer que dejará de circular.

Mate, pava y fuego al desayuno. Mate, pava y fuego bajo la luna.

Una ronda por la historia del mate

De las selvas paranaenses los guaraníes extraían hojas de un árbol frondoso que llega a medir hasta 20 metros: la yerba mate o Ilex Paraguariensis (yerba de los jesuitas o yerba del Paraguay). De las hojas secas molidas se preparará el mate. Y si bien hoy es sumamente popular en la gastronomía argentina, uruguaya, paraguaya o brasileña (Según el Instituto Nacional de Yerba Mate, la yerba mate está presente en el 90% de los hogares argentinos y cada argentino de promedio toma alrededor de 100 litros de mate al año), para aquellos nativos de nuestra Mesopotamia la infusión era parte de su alimentación, componía un espacio en sus ritos y celebraciones, pero también fue una moneda de cambio en los trueques comerciales con etnias nativas de otras regiones.

El “caá” (o “yerba”, pero también selva o planta para los guaraníes) era también consumido como insumo medicinal generador de energía. Al mate tal cual lo conocemos lo llamaban “Káaygua” (Caaigua: caá: yerba; i: agua y guá: recipiente).

Se tomaba en grandes jarros de madera o se masticaban sus hojas. Sus hojas calientes se posaban sobre las zonas afectadas por un dolor pues también eran consideradas calmantes o antinflamatorios. Para sus “chamanes” o hechiceros, el humo emanado de su cocción los sumergía en estados místicos que favorecía la adivinación o las predicciones. Era imposible para los jefes de las tribus, ante una determinación importante, no consultar a los mandatos del humo que emanaban del hervor de un mate. La respuesta estaría en la figura que dibujaba en el aire el humo sagrado de ese mate bien caliente producida por “Ñamandú”, la máxima divinidad guaraní. A tal punto que, en los enterratorios, sobre la tumba del difunto se plantaba un árbol de yerba mate. Pero había más que consagraba al mate como elemento sustancial y aleccionador para el pueblo guaraní. Los presos o sentenciados por hurtos o deserciones eran sancionados con graves arrestos donde entre otras cosas se les cercenaba la posibilidad de consumir mate.

Cebar mate como los dioses, aunque sea pecado

Desde los primeros tiempos coloniales los Jesuitas percibieron los beneficios de la yerba mate. Generaron grandes plantaciones que les permitió comercializar con otras regiones virreinales. Esta organización comercial y financiera de los Jesuitas con los productos autóctonos de las zonas que ocuparon, sobre todo, en el caso de la yerba mate (que cada vez tenía más adherentes entre españoles, mestizos y criollos), les permitió generar grandes riquezas hasta convertirse en autónomos económicamente de la corona española. Esta situación será posteriormente uno de los focos de conflictos que determinará la expulsión de los Jesuitas de América.

Pero será “Hernandarias” (Hernando Arias de Saavedra), un paraguayo de Asunción nacido en 1564, con padres españoles, que como Gobernador del Río de la Plata y del Paraguay le escribirá al mismo rey de España, Felipe III, que el mate “era un elemento vicioso”.  “Distraía las tareas diarias y ocupaba mucho tiempo en su consumo y cebado”. En el fondo, tomar mates para el gobernador virreinal fomentaba la vagancia. Obviamente, como siempre sucede a lo largo de la historia con estas medidas, la clandestinidad le dará lugar a una mayor popularidad al consumo y al cultivo. 

Nacerá así el disimulado “mati”, en quichua “zapallito calabaza” o “porongo” que con una bombillita de caña se podía llevar entre la ropa que en un extremo tenía una semilla ahuecada (llamada “tacuarí”) que hacía las veces de filtro. De ahí: mate.

Pasará tiempo hasta que Pedro de Cevallos tras asumir la gobernación de Buenos Aires (1756) realice un viaje a las misiones Jesuitas y compruebe directamente los beneficios del mate. Se convertirá en un fanático “matero”. Lo consumía diariamente y lo ofrecerá en las reuniones de trabajo y sociales. La dependencia no paró ni aún, cuando al tiempo de creado el Virreinato del Plata en 1776 y ser nombrado su primer virrey, profundizó su adicción. Desde ese cargo de virrey promovió su consumo, estimuló las plantaciones y lo insertó en los sectores sociales de la rancia aristocracia española. Dejado el cargo y de regreso a Cádiz se hizo traer bolsas de hojas de yerba mate y encaró emprendimientos productivos en España convirtiéndose en un embajador del mate sudamericano y rioplatense.

El mate en celeste y blanco

“El mate es el único rito nacional que sobrevive intacto desde 1816”, sostendrá el reconocido historiador Miguel Ángel Di Marco, cuando haga alusión a que aquellos congresales de Tucumán en medios de las largas jornadas que terminaron sancionando la Independencia tenían como paliativo reparador tras álgidos meses de trabajo y discusión a la criolla infusión, lo que reafirmará la clara identidad cultural del mate con los usos y costumbres argentinos desde los tiempos fundantes de nuestra nacionalidad.

El mate paralelamente irá determinando perfiles y modos a lo largo de la historia nacional. En cuencos o recipientes de lujosa plata labrada o de fina alpaca, hechos por artesanales orfebres en Potosí, será consumido por la aristocracia porteña. En vasijas de arcilla cocida, en cuernos de vacas o en los tradicionales “porongos” por los sectores populares. Con leche, cremas, canela para los “ricachones”; con cascaritas de mandarina para “la chusma”. Con negras esclavas como “cebadoras” para la oligarquía o desde el mismo “brasero” para el gaucho y su campo popular.

Entre la leyenda y la cotidianeidad

El indiscutido arraigo popular fue oficializado con la conmemoración del “Día Nacional del Mate” en 2014. Así fue como por Ley 27.117 se estableció el 30 de noviembre como Día del Mate en honor al nacimiento en 1778 de Andrés Guacurarí y Artigas, “el comandante Andresito”, joven caudillo indio guaraní que gobernó la Provincia Grande de las Misiones entre 1815 y 1819 nombrado por José Gervasio Artigas. Fue el primero y único gobernador indio de la historia nacional con un fuerte compromiso federal, y por supuesto un férreo cultor del mate, su difusión, sus beneficios y su relevancia comercial.

El mate es parte insoslayable de nuestra cultura que trasciende las fronteras del país. No solo por su relevancia en la economía interna o en busca de mercados externos, sino por su fuerte presencia coyuntural en la industria del cine, la literatura, las artes plásticas o el deporte, ya sea por su alto y referencial valor simbólico o por sus probadas cualidades como antioxidante, fuente de vitaminas y minerales como potasio y magnesio.

Para muchos como un ritual intimo en cada desayuno o como el compañero de tertulias en torno a una mesa o a un fogón cuando nuevamente se instale como tradición ancestral que pasando de mano en mano hará que la charla fluya de manera circular.

Rompiendo barreras, acercando extremos. El mate siempre estará entre lo mejor de nosotros. Como ayer cuando se compartió entre el empleado y el patrón. Con sus múltiples creencias y rodeados de recuerdos o siendo la plataforma de una nueva proyección.

Ojalá siempre lo ceben espumoso que significa amistad, y nunca sea pasado con la mano izquierda o sea muy largo porque implicará encono. Si es frío es desprecio. Y mucho menos que te den dos mates tapados seguidos: ¡catástrofe! Con miel es sinónimo de futuro casamiento y con cascaritas de naranja: “Te esperaré”. Parte del juego folclórico que rondará siempre el aroma social del mate. Brindemos entonces por esos miles y miles de mates: “calientes y bien dulzones” que en la jerga popular son síntomas de pasión y amor.

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