Historia

Amor, la mano de Dios y una plaga maldita: el heroico triunfo en la batalla de Tucumán

La historia de amor de Manuel Belgrano y "Pepita", una batalla épica y la superstición de los españoles con una manga de langostas que influyó. La increíble historia que involucra a uno de los grandes hombres de la historia argentina.

Gustavo Capone
Gustavo Capone domingo, 25 de septiembre de 2022 · 09:01 hs
Amor, la mano de Dios y una plaga maldita: el heroico triunfo en la batalla de Tucumán
Foto: esacademic.com
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María Josefa, “Pepita”, desde niña siempre acompañaba a su padre Don Ignacio de Ezcurra hasta el Consulado de Buenos Aires por la céntrica calle Santísima Trinidad pues sabía que como premio recibiría un dulce de alcayota comprado en la esquina de la catedral porteña. Don Ignacio, oriundo de Pamplona, era un reconocido hombre de negocios y tendría una “trascendental” entrevista con el flamante Secretario Perpetuo: Manuel Belgrano.

La reunión indudablemente fue trascendental para todos. Sobre todo, para Josefa quien nunca más olvidaría ese encuentro. Su padre había encontrado la posibilidad de destrabar un trámite ante la Casa de Contrataciones de Indias y ella había encontrado al amor de su vida mientras corrían los primeros años del siglo XIX.

Pero las tradiciones, usos y costumbres de la época hicieron que María “Pepita” Josefa en algunos meses tuviera que casarse obligada por sus padres con el primo millonario recién llegado de España. Ella tenía cerca de 20 años y debió consagrarse en matrimonio con Juan Esteban de Ezcurra y Madoz a quien prácticamente no conocía. Él cargaba flamantes 54 años, o sea 30 y algunos más que su prima y esposa. Afortunadamente para Josefa la relación duró poco. Cuando estalló la revolución de mayo el patriotismo español de Juan Esteban hizo que no pudiera soportar a la turba revolucionaria americana y volvió a Europa. Al tiempo morirá y Josefa se convertirá en una joven viuda millonaria.

La “desobediencia” debida

Belgrano se hizo cargo del Ejército del Norte tras la catastrófica derrota de Huaqui (20 de junio de 1811) llevando adelante desde ese tiempo la Segunda Expedición Auxiliadora al Alto Perú.

Los brotes revolucionarios de la primavera tucumana hacía rato que asomaban en aquel cálido septiembre de 1812, como así también (y cada vez más cerca) asomaban las tropas realistas al mando del Brigadier Juan Pío Tristán que diariamente se hacía más fuerte en el norte argentino.

 El peligro del avance español era creciente y para agregar complejidad al caso, el Primer Triunvirato desde Buenos Aires ordenó a Belgrano que retrocediera hasta Córdoba con el objetivo de reorganizar la defensa. “Imposible”, sostuvo Belgrano y no obedeciendo la orden, como tiempo atrás cuando también le ordenaron guardar la bandera creada, se detuvo en Tucumán donde la población estaba dispuesta a sumarse al ejército y acompañar heroicamente la defensa territorial.

“Son muy apuradas las circunstancias, y no hallo otro medio que esponerme á una nueva acción: los enemigos vienen siguéndonos. El trabajo es muy grande; si me retiro y me cargan, todo se pierde, y con ella nuestro total crédito. La gente de esta jurisdicción se ha decidido á sacrificarse con nosotros. Pienso aprovecharme de su espíritu público y energía para contener al enemigo. Acaso la suerte de la guerra nos sea favorable, animados como están los soldados y deseosos de distinguirse en una nueva acción. Es de necesidad aprovechar tan nobles sentimientos, que son obra del cielo, que tal vez empieza á protegernos para humillar la soberbia con que vienen los enemigos, con la esperanza de hacer tremolar sus banderas en esa capital. Nada dejaré por hacer. Nuestra situación es terrible, y veo que la patria exige de nosotros el último sacrificio para contener los desastres que la amenazan”. Es la voz de Belgrano en “Historia de Belgrano” de Bartolomé Mitre.

“Pero el amor es más fuerte”

María Josefa tenía 10 años más que su hermana María Encarnación Ezcurra quien en 1813 se convertirá en la esposa de Juan Manuel de Rosas. “Pepa” nunca dejó de encontrarse con Belgrano desde aquel momento en tiempos coloniales, más aún, tras su viudez había decido jugarse a fondo por su amor.

Luego de casi 50 días de viaje en diligencia logró encontrarse con Belgrano en Jujuy. El General estaba en el frente de batalla y hasta allí lo acompañará ella. Estuvieron juntos ocho meses viviendo en campaña entre trincheras y pocilgas de mala muerte. Será en esas circunstancias que “Pepa” quedará embarazada. La coyuntura hizo que María Josefa regresara a Buenos Aires. En julio de 1813, y en medio de un total hermetismo, nació Pedro Pablo. Sus tíos recién casados, Juan Manuel de Rosas y Encarnación, lo acogieron e hicieron que figurara su inscripción en las actas de la catedral de Santa Fe como un huérfano que era adoptado mientras que su madre biológica lo criaría como una tía. Ella será por mucho tiempo “la tía Pepa”.

Belgrano nunca reconoció a Pedro Pablo, probablemente por no afectar la reputación de María Josefa, algo que por más que para muchos era un secreto a voces en el seno de la alta alcurnia debía respetarse, aunque la hipocresía rebalse hasta el mismo Río de la Plata o hasta que la discreta cobardía aún de los más valientes aflore en resguardo, vaya a saber, de que prejuicio o tradición.

Pedro Pablo recién a sus 24 años se enteró su real historia de vida. Por ese entonces era un reconocido Juez de Paz del bonaerense pueblo de Azul. Fue por boca del mismo Juan Manuel de Rosas quien le confesó la realidad de los hechos cuando Belgrano ya había muerto hacía casi 20 años. En una pieza contigua su verdadera madre lo esperaba con un abrazo, y aunque parezca una novela volvía a nacer: Pedro Pablo Rosas y Belgrano.  

La manga de langosta, una mano de dios

La providencial aparición de una enorme bandada de langostas que se abatieron sobre los pajonales confundió a los soldados realistas y oscureció la visión, acabando por dispersar el frente español. Las versiones tradicionales refieren que fue tal la confusión sembrada por aquel enjambre de langostas que provocó la retirada de las fuerzas españoles ganándolos en confusión.

La plaga maldita.

Lo cierto es que en la mañana del 24 de septiembre de 1812, día de la histórica batalla y conmemorativo de la virgen, el General Belgrano estuvo orando largo rato ante el altar de la Virgen de Las Mercedes. Sabido es la profunda fe cristiana de Belgrano, e incluso la leyenda cuenta que solicitó la realización de un milagro divino pues era casi imposible vencer a las tropas españoles quienes doblaban en número de soldados y armamentos al ejército patriota.

Mientras tanto el Brigadier Pio Tristán ordenó la marcha hacia la ciudad de San Miguel. Algunas fuentes indican que en lugar de tomar el camino directo rodeó la plaza desde el sur intentando prevenir una posible huida de los patriotas en dirección a Santiago del Estero. Otras afirman que en el paraje Los Pocitos se encontró repentinamente con los campos incendiados por orden del “Teniente de Dragones”, Lamadrid, natural de la zona, quien contaba con que la velocidad del fuego avivado por el viento del sur desordenara la columna española ubicándolos en un callejón sin salida.

Paradoja del destino, y más allá de la inteligente acción de Araoz de Lamadrid (“el más valiente de los valientes”) y el coraje patriota de Díaz Vélez, Paz, Dorrego, Warnes, Superi, ayudados por la diosa fortuna o por aquel milagro pedido por Belgrano, hizo que en el horizonte apareciera una manga de langosta nublando la vista de los españoles quienes entraron en un hondo estado de confusión y pánico, dando los minutos precisos al Ejército del Norte para que el ataque en pinzas de las columnas patriotas diera su resultado. Una digresión para ilustrar el momento: mientras el combate de San Lorenzo duró 15 minutos, la batalla tucumana llevará dos días.

En concreto; la Batalla de Tucumán representó el triunfo más importante de la historia nacional, y como escribirá Bartolomé Mitre: “En Tucumán se salvó no sólo la revolución argentina, sino que puede decirse que contribuyó de una manera muy directa y eficaz al triunfo de la independencia americana”. 

A lo que habría que agregar según Vicente Fidel López: “Esta batalla fue la más criolla de todas cuantas batallas se han dado en el territorio argentino. Aunque el triunfo de Tucumán fue el cúmulo de circunstancias imprevistas, le correspondió a Belgrano la gloria de haber ganado una batalla contra toda probabilidad y contra la voluntad del gobierno mismo”.

Sostengamos también que, en esta oportunidad por extraordinaria y beneficiosa excepción las langostas, esa plaga que desde siempre hacían estragos en los sembrados jugaron con “la camiseta argentina” hasta convertirse en un factor importante para la estratégica victoria. “Y para agregar conjeturas y supuestos, mencionemos que uno de los batallones realistas conducidos por Pio Tristán tenía como protector a San Gregorio de Ostia, el santo al que acudían los españoles para prevenir las mangas de langosta en sus terruños. Tal aparición sorpresiva pudo haber actuado como un presagio negativo que probablemente inmovilizó al supersticioso ejército ibérico, quienes vieron en la aparición de las langostas una mala señal del destino dando el tiempo necesario para consagrar triunfante al batallón de Belgrano”. (G. Capone. “Las mil y una plagas”. 2014).

La historia dirá que la convencida desobediencia de Belgrano, “pateando el tablero” y peleando en Tucumán salvó la patria. También recordará la historia que ese fue el tiempo donde Belgrano y María Josefa permanecieron unidos, engendraron un hijo, marcharon junto a un pueblo en el legendario éxodo jujeño y protagonizaron un apasionado amor en tiempos de guerra.

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