Fue un adolescente rebelde hasta que un hecho inesperado cambió su vida
Juan Ignacio tenía 19 años y atravesaba una etapa de extrema rebeldía. Como muchos jóvenes, buscaba “algo” sin saber bien qué. Nada lo satisfacía, hasta que algo pasó. Su vida giró como un trompo y tomó un camino inesperado que cambió su vida para siempre.
Muchas veces nos ocurre que un viaje transforma nuestras vidas. Lo que muchas veces uno no se imagina es que la vida dé un giro de 180 grados. Esta es la historia de Juan Ignacio, un joven que emprendió un viaje que lo cambió para siempre.
A primera vista, es normal que llame la atención. Su vestimenta es llamativa, su andar tranquilo y su voz cálida y serena. Juan Ignacio tiene 27 años y ha hecho un cambio radical en en su vida. Tanto que dejó de ser Juan Ignacio para transformarse en el hermano Felipe: “Cuando entré a esta orden y me consagré al Señor me cambiaron el nombre y me llamaron Hermano Felipe”, dice refiriéndose a su llegada a la orden de la que forma parte.
Además del cambio de nombre, empezó a vestirse distinto. Dice que con esa ropa cuenta algo de su historia.
“Esta es la vestimenta típica de los franciscanos, acá tengo el cíngulo con los tres nudos que representan los votos de pobreza, castidad y obediencia. El hábito marrón representa la tierra. El corte de pelo se llama ‘tonsura’ y se usaba antiguamente en la Iglesia; después se dejó de usar, pero algunas órdenes están volviendo a usarlo. Representa que uno pertenece a Cristo y, también, la corona de espinas que le colocaron en la cabeza a Jesús en la hora de su muerte”, explicó Felipe.

El hermano pertenece a la Toca de Assis, una orden instalada en Brasil. Oficialmente se llama Filhos da Pobreza do Santíssimo Sacramento (Hijos de la Pobreza del Santísimo Sacramento). “Como toda vida religiosa, tenemos un trabajo específico. En nuestro caso es el trabajo con la gente en situación de calle, la gente con adicción al paco y otras drogas, y todas las personas que se encuentran en una situación de vulnerabilidad”, contó Felipe sobre su vida como religioso.
“Además, como todos los religiosos, hacemos vida de oración. Nosotros tenemos las oraciones canónicas de la Iglesia, que se rezan a la mañana, al mediodía, a la tarde y a la noche. También adoramos al Santísimo Sacramento dos horas por día y la convivencia fraterna”, agregó el hermano.
Ahora, ¿cómo llegó ahí? ¿Qué puso a un argentino en tierras brasileñas? ¿Por qué tomó esa radical decisión de dejar todo? Todo comenzó hace varios años en un viaje.
“Vengo de Buenos Aires, de Villa Devoto, de una familia católica, padres y hermanos católicos, y fuimos al Colegio FASTA San Vicente de Paul”, comienzó relantando el hermano Felipe.
De la infancia católica a la rebelión adolescente hubo un camino como el que suele ocurrir a muchas personas. “En la etapa de la adolescencia, me surgieron inquietudes y prefería hacer mi camino con mis propias fuerzas. Cuando iba a misa no me sentía cómodo y me alejé. Sentía rebeldía como la de cualquier joven, la rebeldía de salir a la calle, hacer quilombo, pero también un deseo muy fuerte de ayudar a los demás, acercarme a gente de la calle, con situaciones diferentes a la mía”, contó Felipe.
Su transformación inició con un cuestionamiento muy común para los jóvenes: ¿por qué yo tengo y otros no? Es una pregunta bastante más normal de lo que uno se imagina. “Siempre me tocó muy fuerte esa desigualdad, ver personas que necesitaban que alguien los ayudara o alguien que se acercara. Me hacía un ruido muy fuerte en el interior la diferencia social”, confesó.
“En los últimos años del secundario empecé a frecuentar algunas villas de Buenos Aires. Iba al Bajo Flores y a la Villa 21 de Barracas. Conocía gente de la Iglesia vinculada a esta parte más social y me enganché, no por lo religioso sino por el trabajo con los pobres”, relató Felipe y siguió: “Ahí me empecé a acercar mucho a las personas que usaban paco e hice todo un proceso con estas experiencias”.
“El hecho de conocer otras realidades, abrir mi cabeza a otras situaciones y escuchar el dolor de los que más sufren me movilizó muchísimo pero seguía confundido interiormente, nada me traía paz. Parecía que nada estaba solucionado dentro mío. Después de todo, el problema era en mi interior porque sabía que tenía que hacer eso que estaba haciendo, pero no reconocía cual era mi lugar”, explicó Felipe sobre su camino que, según él, le hacía creer que había resuelto sus preguntas adolescentes.
En medio de estas dudas y aún sin saber bien cuál era su camino, emprendió un viaje junto a dos amigos. “Como muchos porteños hacen: con una mochilita y pocas cosas, a dedo y fuimos viajando para el Norte”, empezó el relato definitivo de esa transformación.
Durante el viaje recorrió el Noroeste argentino, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela y Brasil. Se fueron sin nada más que lo necesario. “Pedíamos comida, hacíamos malabares. Ese era nuestro esquema de viaje”.
La travesía contó con dos grandes etapas: un largo avanzar hacia el Norte y una rauda vuelta al Sur. ¿Qué pasó allí? “Fue ahí donde tuve un encuentro con Dios y decidí entregarle mi vida”, recordó.
“Llegó un momento del viaje en el que me sentí vacío nuevamente y necesitaba encontrar respuestas. Ahí conocí a las Hermanas de la Caridad -de la Madre Teresa- que tienen una casa en Perú, en Chimbote”, rememoró Felipe.
“Llegué, golpeé la puerta -sin intereses religiosos sino por el interés social- y les dije: ‘Me gustaría ayudarlas’. Entonces la hermana me respondió ‘Para ayudarnos, las personas tienen que estar limpias por fuera y por dentro. Así que te voy a pedir que encuentres un lugar para dormir, donde puedas bañarte, cortarte el pelo -yo estaba hecho un linyera- y cuando vengas vas a tener que confesarte y abrir tu corazón a Dios para poder ayudar a los pobres. Vos vas a poder darles algo, cuando tengas algo, si no tenés nada, no podés dar nada’. Ahí, poco a poco, empezó el proceso definitivo”, agregó.
A pesar de aquel encuentro siguió viajando con sus amigos. “En Ecuador dormía en la plaza como acostumbrábamos, me levanté y fui a la misa del domingo porque la hermana nos había dicho ‘vayan a misa los domingos y nos vemos en el Cielo’. Ahí, en misa, cuando recibí a Jesús en el momento de la comunión, sentí al Señor llamándome para entregarle la vida. Empecé a llorar y no podía contener mis lágrimas. Ahí dije: ‘Quiero dejar todo lo que tengo para poder entregarme al Señor’”, contó.
Luego de esa epifanía, llegó el momento de explicárselo a los amigos con los que tanto había viajado y caminado. Debía contarles que su vida ya no iba por ese camino, que tenía que volver a Buenos Aires porque se había acabado el tiempo para ese viaje. Así siguieron avanzando hacia el norte y en Venezuela tomaron rumbo al sur cruzando Brasil.
Ya en Buenos Aires, el reencuentro con sus padres y familia. Ya estaba en Buenos Aires pero aún no había vuelto a casa, continuaba el retorno hasta que un sacerdote lo invitó a una charla con unos hermanos que hacían algo con los pobres y llevaban la espiritualidad franciscana.
Ahí comenzaría realmente su vuelta a casa. Enamorado de la posibilidad de ayudar a los más humildes y dejando todo para poder asistirlos, Juan Ignacio, un joven de 19 años, cambiaba su vida. “Fue una entrega radical en el servicio a los más pobres y dejar mi vida de lado. ‘Mi vida’ en el sentido de lo que refiere a tener una carrera, formar una familia, estar con mis padres y hermanos. Hacer esa renuncia por amor a Dios y con alegría”, contó.
Lógicamente el hombre común se pregunta si la tristeza no lo aborda, si las dudas no están presentes en todo ese camino que hoy lleva adelante. “Nunca lo viví con tristeza. Claro que uno pasa los momentos de dificultad, de crisis, pero siempre con mucha alegría de poder entregarme al Señor”, dijo con una sonrisa que delataba que este ese era su camino.

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