José de San Martín en Mendoza

La grieta y el aire de revolución que se vivía en 1814 entre los vecinos

Cuando el libertador arribó a Cuyo para avanzar en su proyecto libertador y programar el cruce de Los Andes, Mendoza era un pueblo inmerso en un ambiente de tensión. Desde los insultos hasta las formas de relacionarse fueron cambiando al punto de marcar un quiebre en la población.

Zulema Usach
Zulema Usach miércoles, 17 de agosto de 2022 · 11:31 hs
La grieta y el aire de revolución que se vivía en 1814 entre los vecinos
La obra de José de San Martín en Mendoza dejó una trascendental impronta.

En pocos años, los cerca de 13 mil habitantes que poblaban lo que hoy es Mendoza habían modificado conductas y maneras de relacionarse entre vecinos. Corría el año 1814, justo cuando José de San Martín llegó para encargarse de la gestión política de la región de Cuyo, cuando los síntomas de una sociedad movilizada por la causa revolucionaria ya habían comenzado a ser evidentes desde hacía al menos cuatro años.

Eran tiempos agitados, en que las personas y las familias habían tomado las armas y los enfrentamientos entre vecinos marcaban la distancia entre patriotas y revolucionarios. En la pulpería, en un día cualquiera en la plaza, durante una pelea por el uso del agua en una acequia, en una charla cotidiana o en una reunión política, el clima estaba marcado por la disidencia. Existía una "grieta". La distancia y la tensión entre los bandos que apoyaban a una u otra causa fue cada vez mayor, al punto de agitar el clima relativamente estable que se venía manteniendo a lo largo de décadas anteriores a la Revolución de 1810. "Cuando José de San Martín llega a Mendoza como Gobernador Intendente de Cuyo en septiembre de 1814, Mendoza ya llevaba al menos cuatro años comprometida con el proceso revolucionario y eso se puede comprobar en toda una serie de indicios que marcan la efervescencia política de una sociedad hasta antes era medianamente tranquila si se quiere", explica la historiadora e investigadora mendocina Eugenia Molina.

De godos y sarracenos

En el corazón de la sociedad que habitaba estas tierras, algo ya había cambiado desde hacía tiempo antes de la llegada del hombre que juntó su ejército cambió la historia para siempre. En lo cotidiano, hasta las maneras de elaborar juicios hacia las otras personas había cambiado. Detalla Molina, que por ejemplo, aquellos insultos típicos de la época y que se relacionaban a cuestiones étnicas, prácticas o aspectos de clase, como "pícaro", "ladrón", "hereje", "puta", comenzaron a ser reemplazados con otros términos ligados a la cuestión política. "Las palabras godo o sarraceno se usaban para insultar a alguien al referirse como alguien relacionado a la causa realista. Todas esas prácticas que se van a entremezclar en lo cotidiano de la vida de las personas son las que van a dar la pauta de mostrar a una sociedad politizada", detalla Molina.

Otra característica de la Mendoza a la que llegó José de San Martín en 1814 fue la de contar una sociedad que ya estaba diferenciada y censada en tres matrículas de población. Ya se había realizado de hecho, el reclutamiento de personas para la guerra y la compra de armas. La población estaba empadronada de manera tal que se sabía, por ejemplo, cuántos hombres había disponibles para ir a la guerra y quienes podían aportar económicamente para la causa de la independencia. "El censo realiza una marcación de los españoles para saber quienes estaban a favor de los europeos. El control se hacía por los barrios. Por eso, cuando José de San Martín llega, se encuentra con una sociedad que ya estaba politizada, en la que circulan más armas de lo que debería", aclara la investigadora.

"Aplacar las disidencias y organizar"

Detalla Molina que ni bien José de San Martín arriba a estas tierras, su mayor desafío era justamente, preparar a Mendoza, organizarla para una posible invasión realista. La llegada de los meses de primavera verano daban cuenta del deshielo en la cordillera y con ello sería más factible que el ejército realista pudiera cruzar la cordillera. Por eso, las gestiones no podían esperar. En 1816 José de San Martín "cranea" su proyecto más ambicioso: crear un ejército para pasar a Chile y de allí por mar llegar hasta Lima. "Ese proyecto tendría una gran cantidad de aristas articuladas entre sí. Porque implicaba no sólo armar y adiestrar a un regimiento, vestirlo, darle caballos, alimentos, insumos y animales. Era un desafío extremo desde el punto de vista logístico", explica Molina y resalta en este sentido la capacidad de trabajo y organización de José de San Martín.

Si había que teñir los uniformes de los soldados, entonces San Martín mandó a buscar a una mujer con el conocimiento necesario (integrante de la población originaria de estas tierras) para que les enseñara a crear tinta con hierbas naturales; si había que alimentar a los caballos y las mulas para organizar el cruce, entonces estaba allí San Martín, dando los lineamientos para comprometer a la población a promover el cultivo de la tierra. Para eso, por ejemplo, estableció una consigna: nadie podría comprar tierras si éstas no eran destinadas a la agricultura.

 "Tenía que formar los regimientos y eso implicó una gran capacidad de organización; para alimentar a los hombres y a los animales y para eso necesitaba ampliar los cultivos y fortalecer el sistema de regadío. Eso es lo que impulsa en la zona de Los Barriales y El Retamo, porque era una zona especialmente fértil por el desagüe del río Tunuyán", explica Molina. 

Lograr lealtades, el gran desafío

José de San Martín necesitaba para cumplir su plan, a un pueblo que le fuera leal. Creó la figura de los decuriones, un rol que cumplían civiles que informaban sobre los cambios en los comportamientos de vecinos, eran quienes estaban atentos a cualquier síntoma de rebelión o conspiración. Y tomaban el pulso a la ciudadanía de manera constante. "Existía en la época un estricto control de las opiniones y de los comportamientos también; era un momento en que era necesario contar con personas fieles a la causa", destaca Molina y detalla que una figura clave en ese sentido, fue el Fray Inalicán, quien hacía las veces de intermediario entre el pueblo criollo y el originario.

 

 

 

 

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