Arte y cultura

Fernando Fader: “La Vida de un Día”

Hoy repasamos esta serie de óleos del pintor y dibujante argentino.

Carlos María Pinasco
Carlos María Pinasco domingo, 17 de julio de 2022 · 07:11 hs
Fernando Fader: “La Vida de un Día”

Nos referimos dos semanas atrás a la serie de los gauchos de Cesáreo Bernaldo de Quirós, a la que consideramos como fundamental no solo de nuestro arte del SXX, sino también en la conformación de nuestra identidad nacional.

Hoy ponemos la lupa sobre “La Vida de un Día”, un capo-lavoro de Fernando Fader (1882-1935), serie de ocho óleos pintados en Córdoba en 1917 que hoy forman parte de la colección del Museo Castagnino de Rosario.

Antonio Lascano González, que escribió a partir del epistolario entre el artista y su marchand Federico Müller una maravillosa y apasionada crónica de la odisea faderiana, describe: "En 'La Vida de un DíaFader estudia el paisaje cotidiano y familiar: el de su casa y la naturaleza circundante. Una serie de ocho telas con idéntico enfoque le permite analizar las distintas horas. Desde el preanuncio matinal hasta la caída de la noche. El motivo elegido se presta, por el carácter de los elementos que lo integran, para que el juego de las horas del día permita exhibir esa otra jornada, la del transcurso vital…".

“La mañanita”.

Más tarde Rafael Squirru ratificaría: “los paisajes de Fader están preñados de ese grado de penetración que de lo visual se eleva a lo metafísico”.

El conjunto nos remite a la famosa serie de los nenúfares que Claude Monet pintó en Giverny, de la que en algún momento nos ocuparemos. Sin embargo, cabe aclarar la diferencia conceptual entre los impresionistas que buscan plasmar en la tela la “verdad instantánea” con la espontaneidad reflejada a partir de la sorpresa y la concepción del cuadro por parte de Fader.

“La mañana”.

Éste, seguramente guiado por sus genes teutónicos paternos (recordemos sin embargo que su madre era francesa) estructura el cuadro hasta el mínimo detalle. Volviendo a Lascano, Fader es el pintor de la verdad estable… su pintura es veraz y sólida…”. Como más tarde lo haría in extremis Emilio Pettoruti, Fader adhiere al credo leonardesco “la pittura è cosa mentale”

“La nube blanca”.

En 1916 Fader se traslada, por prescripción médica, a Córdoba. Poco antes le habían detectado una fuerte tuberculosis. Se instala primero en Deán Funes y en julio del 17 en Ojo de Agua de San Clemente. Lo acompañan su esposa Adela y sus dos hijos pequeños.

Allí pinta las obras que presentará en septiembre en su segunda muestra en la Galería Müller. Las telas de su período cordobés fueron resueltas con pinceladas cortas empastadas, algunas veces con una técnica sumamente minuciosa de pequeños toques de pincel y espátula y con colores saturados, puros, vibrantes y luminosos, dispuestos en gamas rosadas, azules y lilas.

“Mediodía”.

A Federico Müller lo había conocido dos años antes. Era el gran galerista del momento y en su espacio en la calle Florida exponían los artistas más relevantes de la hora. Era también de origen alemán y la relación entre ambos (que como dijimos en su faz epistolar está contada en el libro de Lascano González) fue estrecha (aunque a veces tirante), larga, fructífera y amistosa. De entrada, Müller le ofreció un contrato por $500 mensuales.

“La tarde”.

"Ojo de Agua de San Clemente" era un caserío precario en un paraje rural cercano a Deán Funes. El propio Fader en un artículo en Caras y Caretas lo describe “Mis casas son ranchos blancos, que a la hora del crepúsculo recogen los últimos rayos de luz para irradiarlos luego del modo más fantástico …En la larga paja de sus techos juega el viento como con la cabellera de una mujer querida …Mi taller luce un piso de tierra y en la chimenea arden de noche troncos de coco y quebracho”.

“La puesta de sol”.

La exposición se inauguró, como a partir de entonces se haría habitual, el 21 de septiembre. El catálogo incluía 24 obras, muchas de ellas antológicas incluidas las ocho de la serie que nos ocupa, cada una de 80 x 100 centímetros. El artista había previsto enmarcar éstas de dos en dos, de modo que fueran cuatro pares pero finalmente quedan las ocho en forma individual.

Al terminar la muestra, el marchand ofreció la serie a la Comisión de Bellas Artes de Rosario que había sido creada poco antes bajo la presidencia del Dr. Fermín Lejarza.

“Crepúsculo”.

El conjunto, cuyo valor en la galería era de $ 12.000 fue cedido con un descuento del 40%. La negociación no fue corta ni fácil: en enero del 1918 Müller envió los cuadros a Rosario y ahí entonces previo "examen y apreciación de la obra", se decidió la adquisición, ya que "sus méritos se reconocen con unánime ponderación".

”Anochecer”.

Se pagaron $7.200 en cómodas cuotas (recordemos con envidia, que en ese entonces nuestro peso gozaba de una estabilidad y fortaleza como pocas monedas del mundo)

La serie fue la primera adquisición de la magnífica colección del Museo Municipal de Bellas Artes “Juan B. Castagnino” que abriría sus puertas en su sede actual en 1937.

En las proximidades de las vacaciones de invierno, me permito recomendar su visita.

*Carlos María Pinasco es consultor de arte.

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