Opinión

Los datos que dejan al descubierto la mentira igualitarista y ampliadora de derechos

Hace unas semanas conocimos una cifra escalofriante: en nuestro país, sólo 16 de cada 100 estudiantes egresa del secundario en tiempo y forma.

Candelaria Tolaba sábado, 7 de mayo de 2022 · 11:41 hs
Los datos que dejan al descubierto la mentira igualitarista y ampliadora de derechos
Foto: Archivo

El dato -sólo 16 de cada 100 estudiantes terminan el secundario en tiempo y forma- surge del informe “Desgranamiento y aprendizajes desiguales: las dos caras de la misma moneda” publicado por el Observatorio de Argentinos por la Educación hace unas semanas. Con la misma autoría, el nuevo informe “¿Cómo son los 16? Trayectorias escolares desiguales en la Argentina” publicado esta semana, indaga el perfil de ese 16% de jóvenes que logra cumplir con la trayectoria educativa esperada. Se trata de un análisis descriptivo sobre distintas características de los egresados: nivel socioeconómico, tipo de gestión de la escuela a la que asisten, nivel educativo de sus padres, si asistieron o no al nivel inicial y su sexo. En el estudio se utilizan como fuentes el análisis del Relevamiento Anual (RA), datos de las últimas pruebas Aprender disponibles (2019) y algunos datos de la Encuesta Permanente de Hogares.

¿Quiénes son esos 16?

Leer números puede impactar, más cuando las cifras hablan por sí solas como en este caso, pero necesitamos poner carnadura a los datos y entender quiénes o cómo son las personas que los componen. 

Preguntarnos quiénes son es por supuesto una forma de decir, pero podría (y debería) interesarnos conocer por quiénes está compuesto aquél 84% que no lo logra. Aunque no es tema del informe reciente, sirve el caso para volver a traer a la discusión y, como quien no quiere la cosa, una más de las demandas educativas olvidadas.

Desafortunadamente, no podríamos saber quiénes forman parte del 84% incumplidor ni del 16% privilegiado porque en nuestro país, a pesar de que existe una ley que define su creación desde el año 2012 (¡diez años!), no contamos con un sistema nominal de datos educativos. Es decir, no podemos tener conocimiento, a nivel nacional, de quiénes son los estudiantes que abandonan, quiénes son los estudiantes con sobreedad, quiénes los repitentes, ni mucho menos, quiénes los que no se llevan materias o terminan el secundario en tiempo y forma, ¿para qué queremos conocerlos si son los que cumplen con lo esperado? lo normal, lo que corresponde. 

Hablando llano: de los 16 egresados, 8 son de clase alta, 5 de clase media y solo 3 de clase baja

Hete aquí, una de las tantas deudas del sistema educativo nacional argentino que esta nueva tragedia viene a reflotar: Implementar el esperado Sistema Integral de Información Digital Educativa (SInIDE). Sistemas como este ya existen en países como Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, México, Paraguay, Perú y Uruguay, por mencionar solo a los latinoamericanos, y en nuestro país, 16 provincias reportan tener un sistema de información propio. Estos sistemas de información permiten identificar escuelas, docentes y estudiantes, y diseñar políticas públicas educativas más eficientes, inclusivas, equitativas y capaces de responder a las demandas del contexto en tiempo y forma. El mejor ejemplo de su utilidad hubiera sido conocer el nombre de aquellos alumnos afectados por la crisis educativa agravada por la pandemia, que nos dejó un alto porcentaje de deserción escolar. Lamentablemente no contamos con esa información a nivel nacional. Hoy, frente a una nueva cifra rimbombante volvemos a hacernos la pregunta del quién. 

Entonces, ¿cómo son esos 16?

En nuestro país, lo normal y lo que corresponde sólo alcanza a un porcentaje muy chico, hablamos nada más ni nada menos que de terminar el secundario en tiempo y forma. 

Solo para poder asimilar la idea con más fuerza. Si visualizáramos un enorme aula con 100 alumnos sentados en sus respectivos bancos, deberíamos pedirle a 84 que se retiren para poder ver a los 16 privilegiados que finalmente egresarían. ¿Y cómo serían ellos? La respuesta fácil: en su mayoría, de nivel socioeconómico alto que asisten a escuelas de gestión privada y sus madres y padres cuentan con niveles de educación superior. Lejos de ser un cliché, es la cruda realidad: cunas de oro y herederos de la buena educación.

El sistema educativo funciona con una inercia impotente que, a las claras está, no logra resolver nada. Lejos de compensar las desigualdades sociales, las reproduce

El informe mencionado da cuenta de esto. Las cifras muestran que entre los estudiantes que finalizan el secundario en tiempo y forma, un 52% forma parte del tercil de mayor nivel socioeconómico (NSE), y solo el 15% pertenece al tercil de menores ingresos. Hablando llano: de los 16 egresados, 8 son de clase alta, 5 de clase media y solo 3 de clase baja. Pero eso no es todo, si nos preguntamos a qué tipo de escuelas asisten, encontramos que más de un 63% asiste a escuelas de gestión privada (este número no se explica porque la causa del buen rendimiento sea la escuela privada sino porque las personas de ese NSE optan por esa gestión) y casi un 37% a escuelas de gestión estatal. Para cerrar el perfil del egresado, más de la mitad tienen madres con nivel educativo superior (terciario, universitario o posgrado).

Hace años se habla del “efecto cuna” en la Argentina y en todo el mundo, y muchos académicos coinciden en este postulado: a mayor nivel socioeconómico, mejor rendimiento escolar. Los procesos educativos son de cada persona y las personas no se pueden aislar de su contexto familiar, social, económico, etc. Es un hecho, el lugar donde cada chico nace determina en gran medida cómo será su desempeño escolar y todo lo que deviene de ello

Esta nota no busca ser un ataque a las “clases acomodadas” como bien podría gustarle a un progresismo más acomodado aún, ni mucho menos estigmatizar a aquellos alumnos privilegiados que logran el galardón por hacer simplemente lo que el sistema educativo pide que hagan. Lo que estas líneas buscan es visibilizar y, por qué no, ridiculizar la mentira igualitarista y ampliadora de derechos que hace años se busca sostener, romantizando una educación rota con fotos de miles de chicos con guardapolvo blanco en los diarios los 1° de marzo de cada año. 

La universalización de la escolarización fue un triunfo del pasado, hoy las demandas son otras y no todas caben en la escuela. Las problemáticas de la sociedad se han agravado y complejizado, y existe un ensañamiento con el aula como solucionador de inequidades sociales, de conflictos familiares, de diagnósticos médicos, de lagunas legales y muchos más.

Cada vez recargamos más a la escuela, a los maestros, maestras, profesores, directivos, e incluso a los alumnos, cuando hay cuestiones que afectan al día a día de la educación que no se resuelven allí. En paralelo, el sistema educativo funciona con una inercia impotente que, a las claras está, no logra resolver nada. Lejos de compensar las desigualdades sociales, las reproduce. La falla no es de los actores sino del sistema. 

Los datos analizados abren un abanico extenso de preguntas referidas al funcionamiento de nuestro sistema educativo, especialmente haciendo foco en dos cuestiones fundamentales expresadas en la Ley Nacional de Educación promulgada en el año 2006, la plena escolarización y la calidad de los aprendizajes.

Hace años que, afortunadamente, logramos que casi la totalidad de los jóvenes de nuestro país (98%) complete el nivel secundario, ahora, con el diario del lunes, nos enteramos de que solo el 16% lo logra conforme a lo esperable. Se abre así la puerta hacia el enigmático mundo de la calidad educativa: qué es, en qué se refleja, cómo se mide. Al pensar en aquel 84% de estudiantes que no cumplen con la trayectoria deseada, los motivos pueden ser varios: les lleva más tiempo culminar su escolaridad, no llegan a los conocimientos suficientes o directamente abandonan sus estudios.

Según los datos, la “segunda oportunidad” de la repetición no es tal, ya que no sirve ni a la calidad de los aprendizajes -los bajos resultados incluso en los sistemas educativos con pocos alumnos en edad teórica lo muestran- ni para la continuidad de los estudios  -habida cuenta que la repitencia es, muchas veces, la antesala del abandono-. 

Tal como lo explican los informes en cuestión, el sistema educativo no cumple los objetivos esperados, ni mucho menos, logra valorar y capitalizar el compromiso de docentes, familias y estudiantes. 

Los autores señalan que “los procesos de enseñanza (...) premian la repetición de fórmulas o definiciones antes que la integración de conceptos y su vinculación con otras situaciones. A modo de ejemplo, la evaluación de matemática da un significativo peso (48%) a la capacidad de resolución de situaciones de problemas intra y extra matemáticos. La mitad de esa proporción es para problemas de geometría y de probabilidad. ¿Tiene ese mismo peso esta capacidad en la enseñanza? En general, carpetas y pizarrones suelen mostrar gran dedicación a la memorización de definiciones, enunciaciones de teoremas, y ejercicios repetitivos, y poca al análisis de situaciones problemáticas que pongan en juego las habilidades cognitivas fundamentales. Ocurre que la mayoría de los programas están sobrecargados en cantidad de objetivos que obligan a los docentes a una carrera de dar muchos contenidos sin poder profundizarlos, y a los estudiantes a guardarlos transitoriamente hasta el momento de la prueba, para olvidarlos luego porque ya no se vuelven a ellos” 

El sistema educativo roto solo pareciera generar titulares de noticias. La educación tuvo sus treinta segundos de fama sostenidos a raíz de la pandemia pero pronto fue eclipsada por alguna otra crisis o escándalo de los que desfilan por los noticieros argentinos. 

Los especialistas seguirán llenando las bibliotecas de libros y revistas científicas, mientras tanto, las preguntas por los contenidos que se enseñan en las aulas, cómo se los enseña, los modos de evaluación, la cantidad de estudiantes por alumno y de profesores por estudiante, las horas y días de clase, la carrera docente, el rol del educador, la forma en que se financia la educación, la federalización de ella, la escuela de gestión estatal, la escuela de gestión privada, la tecnología escolar y tantas otras, siguen juntando polvo en la biblioteca del Congreso, y que las políticas educativas serias sigan participando ¿desidia, incapacidad o falta de voluntad política? El resto de los argentinos -por hobby- nos indignaremos cada tanto con cifras escandalosas. 

La educación está rota hace años, pero lejos de arreglarla, seguimos insistiendo con un pitucón.

 

* Candelaria Tolaba es licenciada en Ciencia Política y maestranda en Políticas Educativas.

Archivado en