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El asesinato de Emiliano y la parodia de la sociedad perfecta

Los gestos de sensibilidad social sobre las graves problemáticas que atañen a la sociedad argentina aparecen cada vez más acallados. Las redes sociales han ganado espacio a las manifestaciones de compromiso en la calle, mientras el día a día corroe la necesidad de mirar a los costados.

Zulema Usach
Zulema Usach martes, 15 de marzo de 2022 · 08:01 hs
El asesinato de Emiliano y la parodia de la sociedad perfecta
Foto: The Times of Israel.

Las escenas hablaban del mundo perfecto, en el que las personas autómatas y automatizadas, alejadas de cualquier conflicto interior y desprendidas de sentimientos, se focalizaban en su propia perfección; el orden sagrado de la sociedad estaba regido por reglas que desde el poder, ya se habían tomado desde hacía tiempo. En el mundo casi no había problemas, pues las emociones, el pensamiento crítico, la necesidad de justicia manifiesta, quedaron acalladas. La sociedad entonces era perfecta; incrustadas en el andamiaje económico, las personas ya no se miraban a los ojos; el objetivo era seguir adelante, con miles de seres humanos encapsulados en su propio ser, siempre sonrientes y siempre, ante todo, felices. Solos entre millones, pero felices.

En los años ‘30, el escritor británico Aldous Huxley se atrevió a parodiar la sociedad y el mundo de su época; se encasilló en una mirada crítica que le permitió crear escenarios futuristas, encaminados a mostrar cómo la frivolidad, el consumo y las apariencias habían comenzado a hacer colapsar aquellos gestos de unidad, sentimientos colectivos e intereses comunes, que movilizaban a las masas, que cambiaban problemas, que demandaban mejoras en un mismo grito de lucha. Su obra, “Un mundo feliz”, significó todas aquellas sensaciones que el autor supo plasmar en formato de ficción.

Ficción que con el pasar de los años, las guerras y la historia, no perdió vigencia. “Hoy las personas deben entender que si están tristes deben permitirse sentir; llorar en soledad, reflexionar, pensar, hacer balances”, repetía un destacado psicólogo al diferenciar aquellos cuadros en los que sí se requiere de un tratamiento con psicotrópicos, de una tristeza pasajera. Su aclaración no aparece en su discurso alejada de un contexto donde en medio de las urgencias por resolver, ya casi no queda tiempo para aquellas cosas del sentir. Sentir que pesa, que se transforma en veneno que corre despiadado por las venas; que se incrusta poco a poco en el cuerpo y explota con alguna enfermedad manifiesta.

Ira contenida, aplacada con sustancias, acallada a fuerza de pastillas. Estrés, ese término del que casi nadie hoy queda fuera y que no llega a disiparse con más horas en el gimnasio. Dolor, que no calma con más salidas y likes por la nueva foto publicada en el perfil.

Pero la consigna, ante todo, aparece de manera implícita, ocupándolo todo: el deber es ante todo, “estar bien”, “verse bien” y claro, demostrarlo.

Las emociones, aseguran desde las miradas empresariales más actuales, deben ser bien manejadas, dirigidas; la confrontación en todos los niveles, por lo tanto, debe quedar alivianada; soportada en el discurso de la asertividad. La sonrisa se amplía, los gestos y posturas deben entonces evadir por todos los medios, cualquier rasgo de debilidad.

La amabilidad, al igual que en los seres y escenarios narrados por Huxley, enmascara cada rasgo de sensibilidad. La violencia, la indiferencia y la apatía extrema por todo lo que signifique movilizarse por otras personas, por accionar frente a la queja, se quedan contenidas. Tanto así como esa “bomba” que estalla con violencia en cualquier esquina. Indiferencia, movilizada por mirar solo el propio radio, por resolver el día a día, evitar cualquier rasgo de sensibilidad ante la necesidad ajena. La consigna, en todos los casos, es esquivar el dolor, evitar sentirlo como propio, inmunizarse ante la sospecha descuidar por unos segundos el propio nido para construir algo nuevo o diferente en el del vecino.

La robotización de la sociedad parece haber calado más profundo en los modos en que leemos la realidad. Lectura ajustada ni más ni menos, que a los propios intereses. En la calle, en los bares y en el súper las charlas hablan sobre cómo la guerra del otro lado del mundo amenaza a la humanidad entera. Pero hay miedo para mostrar disconformidad o expresarse en las mismas calles, de manera unida y organizada, por ejemplo, para pedir justicia por aquellos niños y niñas que en los últimos meses murieron como consecuencia de la violencia extrema o el hambre. Hay reticencia a mostrar de manera manifiesta el malestar que genera la impunidad de los altos poderes.

Las horas pasan entre quejas no resueltas, en la autosatisfacción de pensar que la mirada externa hacia uno mismo es positiva.

En tanto y cuanto sonriamos; en tanto y en cuanto nos veamos bien y elijamos las palabras adecuadas para decir lo correcto. A Emiliano Fernández, lo asesinaron ayer. Por robarle la bicicleta. Una vez más, la realidad como casi todos los días, nos da un cachetazo. Nos muestra en carne viva que la tragedia no se vive solo en un lejano país. Mientras tanto, el mercado del robado sigue trazando redes. El consumo a costa de lo que sea, incluyendo las vidas ajenas sigue vigente. La inseguridad se perpetúa y, mientras, se salva quien puede. La pobreza, la marginalidad y el consumo se cobran más futuros. La infancia está cada vez más lejos de ser respetada en sus derechos. Ellas, madres, hermanas y abuelas, siguen pidiendo justicia por las que murieron de formas atroces, en manos de sus agresores y dejando hijos e hijas en soledad. Los adultos mayores siguen llorando en silencio, sienten hambre y se lamentan por el presente. Se irán disconformes.

El mundo feliz de pastillas “antisentir” sigue girando para buena parte de la sociedad que se manifiesta absorta, adormecida, intentando avanzar lugares en la infructuosa carrera de la competencia. Mientras tanto, solo el grupo de amigos, familiares y compañeros de trabajo de Emiliano sale a la calle para unirse en un mismo pedido de Justicia. Solo sus allegados. Otros millones en tanto, se conforma con hacer click en “compartir” desde la comodidad de su hogar; desde la seguridad de las pantallas.

La rueda del conformismo sigue girando. Total, los mensajes “adecuados” ya están dando vueltas en el universo 2.0. Los problemas entonces, ya fueron acallados. El sistema una vez más, ganó la pulseada.

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