En foco

El vaticinio de la Mendoza inhabitable y las deudas por saldar

Hace más de una década los expertos en materia ambiental habían advertido que de no tomar los recaudos necesarios, Mendoza se transformaría en un sitio casi apocalíptico. Hoy, las señales son claras pero las políticas van siempre por detrás.

Zulema Usach
Zulema Usach martes, 8 de febrero de 2022 · 07:04 hs
El vaticinio de la Mendoza inhabitable y las deudas por saldar
La sequía es uno de los grandes problemas ambientales en Mendoza Foto: ALF PONCE MERCADO / MDZ

No era un vaticinio planteado al azar. Para llegar a sus conclusiones, los expertos en todas las áreas relacionadas al medio ambiente habían revisado estudios, proyecciones y cálculos que daban cuenta de una problemática que ya se venía anunciando en materia ambiental: si las políticas ligadas al medio ambiente no se encaminan de manera ordenada y actualizada a las demandas de la población, Mendoza estará muy lejos de ser una provincia sustentable. De hecho más bien, se transformaría en un suelo inhabitable para las generaciones futuras.

El trabajo de los equipos de profesionales de todas las áreas e instituciones ligadas a ámbito académico y científico de la provincia había sido presentado como un diagnóstico de situación antes de que la Ley de Ordenamiento Territorial y Usos del Suelo (Nº 8051) fuera -luego de varios años de debates y correcciones- aprobada en la Legislatura hace ya trece años. El escenario entonces había sido bien detallado y casi como una premonición de lo que podría suceder, los estudiosos en temas ligados al medio ambiente, la sociedad y la economía, habían coincidido: de no tomar los recaudos en materia de planificación e inversión, la naturaleza no tardaría en pasar una factura que hacia el futuro sería impagable.

Ya hacía tiempo, el cambio climático y el calentamiento global habían ya dejado en claro que la Mendoza a la que llegaron los ancestros inmigrantes no solo había cambiado en cuanto a sus características poblacionales y sus demandas. Para antes de que terminara la primera década del 2000, las luces de alerta ya estaban encendidas: el agua, que siempre escaseó, comenzó a hacerlo de manera más aguda y prolongada, las aguas subterráneas -esa reserva invaluable que podría servir como un banco de reserva ante la escasez, de no ser por su nivel alto nivel de contaminación ocasionado por la situación crítica del sistema cloacal- ya estaban contaminadas.

Más generación de basura, falta de agua para riego y consumo, derretimiento de los glaciares, contaminación atmosférica, avance de la desertificación, aluviones incontrolables en la cordillera, ríos secos, poblaciones asentadas en zonas de por sí poco aptas, retracción de las zonas de cultivo… la lista de problemas a resolver parecía la versión más apocalíptica de una provincia que a lo largo de su historia había hablado de crecimiento, planificación y resiliencia. Como un puente en el tiempo, los procesos de agudizaron casi de una forma acelerada.

Las imágenes son claras. Semanas atrás, el lamento de quienes desde hace décadas frecuentan las zonas de cordillera se escuchó como la prueba de las advertencias: por primera vez, a más de 4 mil metros de altura, cayó agua. Jamás había sucedido que en el Aconcagua lloviera en lugar de nevar. Y ya desde hace años, la desaparición de los centros de esquí da cuenta de que la nieve en Mendoza es cada año menor. El agua, como consecuencia de las tormentas arrasó de una manera tan estrepitosa que cientos de familias se vieron colapsadas en su capacidad de respuesta. Sus casas de inundaron y de sus cañerías no salió agua por días. 

Pero la gravedad del problema es mucho mayor. Los glaciares, ese tesoro que la cordillera tiene guardado para garantizar la vida, siguen en franco retroceso a causa de las altas temperaturas; la sequía es otro gran tema de estudio en la zona cordillerana. Incluso, ya varios estudios indican que la actual es la más prolongada que se haya registrado en decenas de años.

La distribución del agua, en manos de una red que ya ha quedado vetusta frente a la demanda, conforma un capítulo aparte; la inequidad en su reparto es otro, como lo es el deterioro de la red cloacal que en numerosas ocasiones derrama líquidos y sustancias altamente contaminantes a la red de agua de riego. Los productores, pequeños y medianos, esos que hoy intentan sostener las tierras cultivadas que heredaron de sus padres, luchan con múltiples desafíos que van desde la falta de agua o las inclemencias del tiempo hasta los robos desmesurados que no tienen soluciones concretas. El resultado: muchos deciden vender sus tierras a manos de inversiones inmobiliarias. El crecimiento sigue, pero de manera desordenada.

El impacto respecto de la generación de los residuos sólidos urbanos no es menor pese a algunos pequeños avances logrados a lo largo de los últimos años para que los proyectos destinados al reciclaje y el adecuado acopio de la basura sean una realidad. Existen, sí. Pero siguen siendo un grano de arena frente a las 30 mil toneladas de deshechos generados cada mes en el Área Metropolitana.

Solo con revisar el panorama, las pruebas -para mal de los mendocinos- le dan la razón a los expertos. La naturaleza ya mostró a las claras que sus tiempos no son los de las decisiones que se toman puertas adentro de los recintos. El reloj sigue en marcha. Las políticas, nuevamente, van por detrás.

Archivado en