Historias del secano

Reencuentros y despedidas: las mil y una emociones de una escuela albergue de Lavalle

El inicio del ciclo lectivo se vive de distinto en cada localidad y establecimiento. MDZ llegó hasta el paraje San Miguel de Los Sauces, Lavalle, para conocer cómo arrancan las clases 28 chicos de una escuela albergue y qué significa para ellos y sus familias dejar su hogar.

Felicitas Oyhenart
Felicitas Oyhenart viernes, 25 de febrero de 2022 · 07:17 hs
Reencuentros y despedidas: las mil y una emociones de una escuela albergue de Lavalle
La escuela 8-404 se encuentra en el secano lavallino, a 174 km de la Ciudad de Mendoza. Foto: ALF PONCE MERCADO / MDZ

En San Miguel de Los Sauces, un paraje del departamento de Lavalle que limita con San Juan, comenzar las clases significa mucho más que arrancar un nuevo ciclo lectivo. Allí, a 174 kilómetros de la Ciudad de Mendoza, se ubica la escuela albergue 8-404, el segundo hogar de muchos niños de esta zona.

Para llegar hasta ese rincón, casi escondido de Mendoza uno debe dirigirse hacia la localidad sanjuanina de El Encón. En la ruta 142 uno se cruza con la ruta 51, la misma que lleva hasta Desaguadero, una calle de ripio y serrucho que luego de transitarla durante 30 km lo deja a uno en la puerta de la escuela. La misma calle que, cuando llueve, deja a todos los vecinos de la zona aislados y tienen que “hacer magia” para andarla.

Lavalle, Mendoza. ALF PONCE MERCADO / MDZ

El camino de tierra se hace largo, interminable, hay que ir despacio para cuidar el auto. Luego de casi dos horas desde el puesto sanitario ubicado en la ruta asfaltada se llega finalmente hasta la escuela. Llegamos al mismo tiempo que Aldana, ella lleva de la mano a su hijo de 5 años y su hermana de 11, ambos con una gran sonrisa y sus zapatillas llenas de tierra por los kilómetros que caminaron hasta allí.

En la escuela nos esperaban el director y los docentes, también los padres y sus pequeños, todos agradecidos y felices porque por fin alguien "se acordara de ellos, los visitara y escuchara".

El primer día de clases y de convivencia

Son 28 alumnos los que están inscriptos en esta escuela. ALF PONCE MERCADO / MDZ

Entramos y ya las risas de los chicos nos invadieron. Hay alegría, pero también algo de nervios; es que la mitad de estos alumnos se quedan albergados 8 días y luego pasan 6 días en su casa junto a su familia hasta regresar nuevamente al establecimiento educativo. 

En esta escuela el primer día de clases arranca más tarde que el resto de la semana, hay que acomodarse y los vecinos y docentes deben llegar hasta allí, lo cual no es nada fácil. Unos minutos antes de las 10 de la mañana, cada rincón de la escuela se va llenando de risas, de miradas pícaras, de pequeños pasos que corren, de abrazos de reencuentro, pero también de despedida. 

Es un día de emociones encontradas, los niños vuelven a verse con sus amigos, algunos viven a muchos kilómetros y se hace difícil juntarse a jugar; otros será la primera vez que dormirán allí (fuera de casa), sin la mano de papá o mamá cuando tienen miedo.

Algunos pequeños llegan caminando, otros en autos de sus padres o motos, pero la mayoría debe esperar a que el transporte los busque. En la puerta de la escuela se estaciona una camioneta 4x4 cubierta de barro, la conduce Mauricio Ariza, quien durante gran parte de la mañana de ese lunes que arrancaron las clases ha estado recorriendo la zona buscando a los chicos que viven más alejados de la escuela y necesitan de un asistencia para movilizarse hasta allí. 

El barro se deja ver en las cubiertas, guardabarros y laterales del vehículo, la lluvia dejó la ruta y los senderos con barro y charcos haciendo muy difícil el tránsito. Pero, gracias a Mauricio más de 10 chicos pudieron llegar hasta el establecimiento educativo, sino probablemente hubiesen perdido uno o más días de clases.

“Son complicados los terrenos acá, cuando llueve se complica, pero también cuando pasan muchas semanas sin llover. Intentamos garantizar que los chicos lleguen a la escuela y buscarlos para llevarlos a la casa cuando termina la semana”, comparte el chofer y agrega: “Me encanta hacer este trabajo, traerlos a la escuela es una gran satisfacción porque los chicos acá tienen un refugio y acceso a muchas cosas que en la casa no tienen”.

Los niños que asisten almuerzan y cenan en la escuela. ALF PONCE MERCADO / MDZ

Quien encabeza el equipo de docentes y no docentes es Ángel Navarro, un docente con 33 años frente al aula y que desde finales de 2021 está cumpliendo su sueño: ser director de una escuela albergue. "Para mí es un gran desafío tomar este cargo y salir de mi zona de confort", afirma el hombre.

Pero todo lo hace por amor a su profesión y a los chicos, a quienes, pese a llevar poco tiempo con ellos, ya conoce muy bien. “No hay grandes diferencias entre los alumnos de este tipo de escuelas que están más alejadas y aquellas que se encuentran en la ciudad. Sí, reciben diferentes estímulos, esto lleva a que tengan otros conocimientos”, comparte Ángel Navarro y añade: “Ellos saben criar animales desde muy chicos, por ejemplo. En la ciudad nosotros no estamos acostumbrados a eso, los chicos acá se transforman en negociantes o en productores de lo que comen, ya sea en la tierra o de los animales”.

Pero la distancia de la ciudad también dificulta la comunicación, “para tener señal hay que levantar el celular y caminar”, cuenta una de las madres y afirma que la falta de señal tiene “su lado bueno y su lado malo”. No tener conexión a internet por momentos dificulta el aprendizaje, pero también les permite a los niños “no estar todo el tiempo con el celular y jugar más”.

Durante todos los días que pasan allí esas paredes son su casa y el equipo que los acompaña son su familia, allí ellos no solo aprenden; también comparten anécdotas, comparten almuerzos y cenas, juegan, pasean por los alrededores y descansan. 

Dejar la casa propia y a la familia durante tantos días no es nada fácil, pero ese sacrificio y la vocación de cada una de las personas que trabajan allí es para el futuro de esos niños. Cristina Arancibia hace 15 años que dedica gran parte de su vida a trabajar en escuelas albergues y asegura que “no lo cambiaría por nada”. La mujer está convencida de que esta es su verdadera vocación y lo demuestra en el trato que les brinda a los pequeños que le dicen “seño”. “Es maravilloso el cariño que uno recibe de los chicos, la inocencia que tienen. Estamos lejos de todo y ellos necesitan afecto, cariño y contención porque acá convivimos muchos días”, comparte la docente.

Los lazos que se generan allí entre alumnos y docentes son el sello distintivo de la escuela, es que “son muchos días acá y muchas veces los niños necesitan del abrazo sanador de mamá o papá. La mamá te cura un dolor de cabeza, de panza y a esta distancia lejos de sus hogares esos abrazos vienen de los docentes, celadoras o directores”, comparte con emoción el director.

Ángel Navarro director de la escuela albergue. ALF PONCE MERCADO / MDZ

La Escuela de San Miguel de Los Sauces se reparte en dos grandes edificios. En uno de ellos se imparten las clases, se higienizan en el día y tienen sus comidas y en el otro, es el sector albergue, donde descansan y se distraen. Ángel destaca el rol fundamental que cumplen estas instalaciones en la vida de los niños.

“Muchas veces acá tienen más comodidades que en su hogar, acá tienen agua caliente, tienen baños, duchas, jabón, shampoo, suelo con baldosas para tirarse a jugar y leer", enumera el directivo y añade: "En la escuela se busca que tengan todo lo necesario para sentirlo un hogar”.

Ahora, si bien la mayoría de los alumnos retoman las clases con entusiasmo, desde uno de los laterales de la escuela varios padres observan con un poco de angustia a sus hijos, será difícil separarse de los más chicos de la casa durante tantos días.

Diana Rodríguez es mamá de dos alumnos albergados (de 7 y 11 años) en la escuela, viven en el Puesto El Salvador, a 7 kilómetros de distancia. “Al principio cuesta porque son muy chiquitos y porque los tenemos sobreprotegidos en la casa, pero se adaptan bien porque la escuela es un ambiente familiar”. Ella confía en dejar a sus hijos al cuidado del equipo, aunque confiesa: "Me queda la mitad del corazón en la escuela”.

Diana junto a sus hijos Josue y Nahuel. ALF PONCE MERCADO / MDZ

Josue y Nahuel, los hijos de Diana, volverán a encontrarse con su familia en 8 días y esa semana que pasen en su casa deberán repartir sus días entre las tareas de la escuela y los quehaceres del puesto. “Ellos ayudan mucho en la casa, en el corral, traemos leña juntos, colaboran con la limpieza, no es solo jugar todo el día”, cuenta riendo la mujer.

Así inicia un nuevo ciclo lectivo en esta escuela albergue de San Miguel de Lo Sauces en Lavalle. Pero acá comenzar las clases es mucho más que estrenar los cuadernos, tener una señorita nueva o jugar en el patio. En este paraje, ubicado a más de 4 horas de la Ciudad de Mendoza, el inicio de clases es volver al aula, volver a convivir y volver a tener muchas oportunidades que de otra manera quizás no las tendrían.

Archivado en