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Comprender a los pequeños dictadores

Un líder también es alguien que sabe decir que no, poner límites y, si hace falta, oponerse con firmeza a los pequeños hítleres que cada vez con más frecuencia encontramos en la política, en las empresas, en las redes sociales.

Damián Fernández Pedemonte
Damián Fernández Pedemonte domingo, 13 de febrero de 2022 · 07:24 hs
Comprender a los pequeños dictadores

El mal que encarna Adolf Hitler es tan insondable que la ficción necesita volver sobre su figura una y otra vez para aproximarse al misterio. En el cine con frecuencia se lo muestra en forma paródica. En "Jojo Rabbit" es el amigo imaginario del niño protagonista y en "Bastardos sin gloria", la víctima del asesinato, según la adulteración de la historia propia de Tarantino. Antes de su muerte, Chaplin lo satirizó en "El gran dictador".  Quizás el humor sea una manera de reducir el mysterium inequitatis.

En enero de este año Netflix estrenó "Munich en víspera de una guerra", película de Christian Schwochow, basada en la novela "Munich" de Robert Harris. Dos amigos, compañeros de estudios en Oxford, uno inglés -Legat- y otro alemán -von Hartman-, se separan por sus diferencias de interpretación sobre el ascenso del nazismo. La vida los vuelve a reunir cuando el primer ministro inglés Chamberlain se reúne con Hitler, Mussolini y el premier francés, en un intento de evitar la invasión alemana de Checoslovaquia y el comienzo de la guerra.

La trama es bastante inverosímil. Von Hartman, que trabaja como traductor para el gobierno nazi, pero ha devenido un conspirador anti-nazi, se hace con la minuta de una reunión en la que Hitler explica su plan de dominación de Europa. Consigue que Legat sea enviado a Munich como asistente del primer ministro británico y que este tenga acceso al informe que revela las verdaderas intenciones del Führer. Intentan evitar in extremis la firma de un acuerdo, por lo menos, ingenuo. En la película el Hitler encarnado por Ulrich Mattes (Goebbels en "La caída") es caricaturesco (nada que ver con el Hitler de Bruno Ganz en "La caída"). En cambio, el Neville Chamberlain de Jeremy Irons es muy creíble. El primer ministro conservador es presentado como un pacifista candoroso y confiado en sus aptitudes negociadoras, que entrega los Sudetes checos a Hitler y firma un acuerdo personal con él, convencido de haber detenido la guerra.

En su muy interesante libro "Hablar con extraños: por qué es crucial (y tan difícil) leer las intenciones de los desconocidos", el periodista Malcolm Gladwell pone precisamente el ejemplo de Chamberlain como alguien que se equivocó dramáticamente sobre Hitler a pesar de haber hablado con él durante horas. La hipótesis del libro es que malinterpretamos a los extraños ya sea por exceso, condenando a personas que nos desconciertan por acciones de las que no son responsables (como en el caso de Amanda Knox, hay documental) o por defecto, dejándonos engañar por psicópatas y mitómanos (como el estafador Bernard Madoff, hay película).

Lo que obtenemos a cambio de ser vulnerables a una mentira ocasional, dice Gladwell, es una comunicación eficiente

Tenemos un sesgo hacia la veracidad: es ventajoso y amable creer que los desconocidos nos dicen la verdad, cosa que es así en la mayoría de los casos. "Lo que obtenemos a cambio de ser vulnerables a una mentira ocasional, dice Gladwell, es una comunicación eficiente, así como coordinación social". Para ilustrar nuestra incompetencia para comprender a los extraños Gladwell cita, justamente, el comentario de Chamberlain sobre cómo Hitler lo había recibido con un doble apretón de manos que él pensaba que el Führer reservaba para la gente a la que apreciaba y en la que confiaba.

En cambio, en la novela Respiración artificial, Ricardo Piglia imagina, a partir de sus respectivas biografías, un encuentro entre Hitler y Kafka en un bar de Viena en 1910, en el que el escritor le dice al genocida: "cuéntemelo todo desde el principio hasta el fin porque lo que usted planea es tan atroz que sólo al oírlo puedo disimular mi terror". Más narración del otro, más comprensión, aunque sea del horror.

En mis clases sobre herramientas para gestionar adecuadamente las conversaciones en las organizaciones, suelo hacer dos salvedades. Primero que esos modelos fueron diseñados para entenderse con personas muy diversas, pero sin patologías que comprometan gravemente la cooperación básica que requiere una conversación. Segundo, la finalidad de una relación adecuada con el otro es la comprensión, pero comprender no significa justificar. Se puede comprender incluso a un asesino serial, pero, obviamente, no avalar su conducta. Comprender a Hitler sería caer en la cuenta de estar ante una persona con un nivel de sadismo y neurosis inéditos.

La ficción enseña. Probablemente simpaticemos más con una política de apaciguamiento como la de Chamberlain que con la bélica de Churchil. Sin embargo, el pacifismo del primero contribuyó a desatar la peor guerra y la determinación del segundo ayudó a concluirla. Nunca se elogiarán bastante las virtudes de la escucha, la empatía, el diálogo para los padres, educadores o dirigentes. Pero un líder también es alguien que sabe decir que no, poner límites y, si hace falta, oponerse con firmeza a los pequeños hítleres que cada vez con más frecuencia encontramos en la política, en las empresas, en las redes sociales (y aún nuestra propia casa).

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