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La otra gran epidemia que obligó a abandonar Buenos Aires

A mediados del siglo XIX, la fiebre amarilla atacó Buenos Aires. Aunque las autoridades pensaron que nunca iba a llegar, dejó un récord de muertos, entre ellos ciudadanos ilustres.

Santiago Hernandorena
Santiago Hernandorena sábado, 12 de febrero de 2022 · 17:52 hs
La otra gran epidemia que obligó a abandonar Buenos Aires
Juan Manuel Blanes: Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires (1871) Foto: Museo Nacional de Artes Visuales

El mundo todavía está cursando la epidemia de coronavirus. Sin embargo, no es la primera que hemos vivido en nuestro país y, de hecho, la de fiebre amarilla, de mediados del siglo XIX, marcó un antes y después en la ciudad de Buenos Aires. “Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires” (1871) del uruguayo Juan Manuel Blanes, es considerado un cuadro que intenta homenajear a los médicos y personal de salud que enfrentaron la epidemia en la capital argentina. El óleo sobre tela, según cuenta la leyenda, muestra la tragedia que se descubrió en un conventillo de la calle Balcarce de esa ciudad, donde una inmigrante italiana fue encontrada muerta por  el médico Manuel Argerich y el abogado Roque Pérez, mientras su bebé intentaba acceder al pecho en búsqueda de alimento. Detrás de esta obra se esconde una lucha de un pueblo, similar a la que todavía atraviesa la sociedad. Por eso hoy en Cruzarte una Historiala epidemia de fiebre amarilla en Buenos Aires y el secreto detrás de ese óleo.

También pensaron que no iba a llegar

Buenos Aires era una ciudad deficiente: no poseía un sistema de drenaje a gran escala, el agua que se consumía era mayoritariamente sin filtrar y buena parte de la población, que crecía por la inmigración, vivía hacinada en conventillos y con normas de higiene deficientes. Para colmo, el Riachuelo era un sumidero de aguas servidas y desperdicios arrojados por los saladeros y mataderos. Además, no existía un sistema de cloacas por lo que los desechos iban a “pozos negros”, contaminando las napas de agua. Había pocas plazas y con escasa vegetación, y las calles eran angostas y plagadas de residuos que eran utilizados para nivelarlas.

Un afilador en las calles de Buenos Aires en 1870. Foto: Archivo General de la Nación Argentina

A mediados de 1850, se detectó un brote de “vómito negro”. Esta enfermedad era conocida con ese nombre por las hemorragias estomacales que generaba. Sin embargo, según los registros no fue tan importante en Argentina, pero sí en Montevideo. Se consideraba que era un mal endémico de las ciudades costeras de Brasil, sobre todo de Río de Janeiro, y que si bien podía contagiarse, no había creado problemas mayores en nuestro país y por lo tanto era controlable.

Por eso, cuando el brote aumentó tanto en el vecino imperio como en Paraguay, el presidente Domingo Faustino Sarmiento no dispuso extender la cuarentena impuesta por el médico del puerto de Buenos Aires, a quien mandó a prisión. Al mismo tiempo, el general Julio de Vedia, dispuesto en Asunción luego de la Guerra de la Triple Alianza, ordenó la retirada a Corrientes por el aumento de casos de la enfermedad. Así llegó la enfermedad a Argentina.

Una montaña de cuerpos

Se considera que la epidemia comenzó el 27 de enero de 1871 con la identificación de tres casos en San Telmo. Dos de los pacientes quedaron en manos del Dr. Juan Argerich, pero fallecieron. El médico dictaminó gastroenteritis e inflamación de los pulmones, pero luego se modificó el diagnóstico a fiebre amarilla. Con el paso de los días, las víctimas aumentaron.

Las autoridades municipales se negaron a considerar la opinión de los médicos de que se encontraban ante un brote epidémico. Mientras los casos aumentaban en el barrio, estas se dedicaban a preparar los festejos por carnaval. Unos bailaban y festejaban, otros morían. Cuando la enfermedad llegó a los barrios de mejor pasar económico, se canceló el carnaval y muchos abandonaron la ciudad. El puerto fue puesto en cuarentena y las provincias vecinas comenzaron a rechazar mercaderías y personas provenientes de Buenos Aires.

La fiebre amarilla castiga San Telmo

Se formó la Comisión Popular de Salud Pública, encabezada por Roque Pérez y de la que participaron el vicepresidente de la Nación, Adolfo Alsina, el expresidente Bartolomé Mitre y el médico Adolfo Argerich. Se procedió a expulsar a las personas que vivían en lugares atacados por la plaga de sus casas y quemar sus pertenencias. Muchos quedaron en la calle y una parte de la población acusó a los italianos de haber traído la peste. Una buena parte intentó regresar a su patria y muchos murieron en altamar.

La población negra resultó diezmada. Vivía en condiciones deplorables por lo que tuvo la mayor tasa de contagio. Las crónicas de la época dicen que los militares le impidió dejar el lugar e ir al Barrio Norte, donde la población blanca se había asentado para escapar de la enfermedad. Los registros marcan que los negros murieron en masa y fueron sepultados en fosas comunes.

El 20 de marzo se registraron 200 muertos por día. Seis días después falleció Roque Pérez por la enfermedad. Había escrito su testamento el día que lo habían elegido presidente de la Comisión, sabiendo que la peste lo llevaría a la tumba. El 19 de abril, también murió el Dr. Adolfo Argerich.

Las autoridades llamaron a abandonar la ciudad. Sarmiento y su gabinete huyeron en un tren, lo mismo que la Corte Suprema. Solo se quedaron los médicos, enfermeros y los miembros del clero dispuestos a ayudar.

Y un día desapareció

De a poco, fue llegando el frío y con él descendieron de casos. Abril llegó a su final con 7.500 muertos. Mayo mostró a Buenos Aires volviendo, lentamente, a su actividad normal y el 20 de ese mes la Comisión dio por finalizada su actuación. El 2 de junio, por primera vez desde febrero, no se registró ningún caso.

Los datos sobre el total de fallecidos no se conocen con exactitud. Se estima que las víctimas fueron entre 13.500 y 14.500. Si se compara con los años anteriores, los muertos duplican la estadística. La mayoría eran de los barrios de San Telmo y Monserrat.

A partir de ese momento se realizaron obras de saneamiento de la ciudad. Con el paso de los años, los casos de fiebre amarilla desaparecieron y, aunque se detectaron algunos en Misiones en 2008, la enfermedad se considera erradicada, pero susceptible de volver.

Aedes aegypti, el culpable de la transmisión

Nadie en su momento supo qué transmitía la peste. Se consideró en un momento que los enfermos la contagiaban, pero luego se descartó. Unas décadas después, se descubrió que el culpable era el mosquito Aedes aegypti, que al comenzar el frío comenzó a desaparecer.

La obra de Juan Manuel Blanes

Volviendo al óleo, la historia que cuenta es irreal. Si bien muestra a Pérez y Argerich encontrando los cuerpos, la realidad es que el cadáver de Ana Bristani lo descubrió un vigilante de la policía. El sereno Manuel Domínguez se encontró con la puerta entreabierta, mientras revisaba el conventillo, y encontró a la mujer italiana fallecida, tirada en la cama, con el menor tomando el pecho. Además, su esposo no estaba y nunca fue hallado. El bebé fue llevado a la comisaría y luego dado en adopción.

Claramente Blanes no quería contar un hecho real. Su espíritu era otro: intentaba homenajear a los que dieron su vida combatiendo la enfermedad y generar memoria, para que, la próxima vez, los estados estuviesen preparados.

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